Michael J. Fox, el actor atípico que desafió a Hollywood antes de desafiar al párkinson
El documental ‘Still’ repasa la sorprendente vida del protagonista de ‘Regreso al futuro’, que no solo pasó del estrellato masivo a una enfermedad cruel, sino que durante años consiguió compaginar ambos
“¡La cara de este tipo nunca estará en una fiambrera!”. Brandon Tartikoff, presidente de la NBC, mostró así sus dudas ante la posibilidad de que Michael J. Fox (Alberta, Canadá 61 años) fuese el adecuado para protagonizar la serie Enredos de familia. Tartikoff, responsable de éxitos como Las chicas de oro o Corrupción en Miami, parecía infalible, pero se equivocó. Meses después era imposible huir del rostro de Fox. Aparecía en revistas, pósters, camisetas… y fiambreras. Para demostrarle que no era rencoroso, el actor le envió un regalo: una fiambrera con su cara y una nota: “Para Brandon, esto es para que guardes en ella tu corona. Besos, Michael J. Fox”.
"This is not the kind of face that you’ll ever see on a lunchbox.”
— Brandon Tartikoff (@BTartikoff) August 14, 2018
It's good to be wrong! This stayed on the desk even after leaving NBC. From Michael .....“To Brandon: This is for you to put your crow in. Love and Kisses, Michael J pic.twitter.com/GN8RJJLVFo
El de Fox era un éxito difícil de prever: bajito, imberbe y de aspecto excesivamente pulcro, no encajaba en la nueva pandilla de ídolos que se forjaron a inicios de los ochenta con los Rebeldes de Coppola a la cabeza. No había en él nada indómito o salvaje, no exudaba sexualidad, no era Matt Dillon, ni mucho menos Mickey Rourke. Nada parecía funcionar, pero funcionó todo. Encadenó éxitos en cine mientras protagonizaba la serie de más audiencia, arrasaba en comedias y se atrevía con dramas arriesgados. Todo hasta que con solo 29 años un temblor incontrolado en el dedo índice lo llevó al médico. Lo que consideró la consecuencia de una mala resaca eran los primeros síntomas del párkinson. Los médicos le auguraron como mucho una década más de carrera pero, como a Tartikoff, les demostró que se equivocaban.
“He pensado en la mortalidad. No voy a llegar a los 80″, declaró la semana pasada en el programa Sunday Morning, de CBS. “No voy a mentir, se está haciendo cada vez más duro. Cada día se vuelve más difícil. Pero así son las cosas”. Los últimos 30 años de su vida han orbitado en torno a la enfermedad que padece, un día a día que recoge el documental Still: una película sobre Michael J. Fox, que el 12 de mayo estrenará Apple TV+.
Su director, Davis Guggenheim, está casado con la actriz Elisabeth Shue, que interpretó a la novia de Fox en la segunda parte de Regreso al futuro, lo que le proporciona, aparte de una familiaridad patente, una visión profunda de lo que significó ser una estrella en el cine adolescente de los ochenta, tiempo en el que un grupo de jóvenes, entre los que se encontraba la propia Shue, se convirtieron de la noche a la mañana en estrellas siderales para, en la mayoría de los casos, perder el brillo a la misma velocidad.
Un giro de los acontecimientos
Hay muchos actores que deben su carrera a un cambio de última hora y uno de los casos más célebres es el de Fox. Eric Stoltz llevaba seis semanas interpretando a Marty McFly cuando el director Robert Zemeckis le despidió y contrató a Fox. Stoltz era un actor del método que se vestía y comportaba como su personaje y pedía ser llamado Marty en el plató. Su profesionalidad estaba fuera de toda duda, pero lo que se grababa no satisfacía a Zemeckis. Para Stoltz, el argumento era dramático: la historia de un chico cuyos recuerdos jamás se van a corresponder con su verdadero pasado. Desde su punto de vista, Regreso al futuro era un drama existencial que podría haber filmado el Alain Resnais de El año pasado en Marienbad, pero para el director y los productores era una desenfadada comedia destinada al público adolescente en la que Stoltz no tenía el tempo adecuado.
Fox había sido la primera opción para el papel, pero la NBC no quiso ceder al protagonista de Enredos de familia, su serie estrella. Los compromisos televisivos han sido veneno para un puñado de carreras: Magnum fue el motivo por el que Tom Selleck nunca fue Indiana Jones y Remington Steele aplazó unos cuantos años la incorporación de Pierce Brosnan a la saga Bond. Finalmente, la NBC se avino a negociar y Fox compaginó ambos rodajes: grababa la serie de diez de la mañana a seis de la tarde, y luego conducía hasta Universal para rodar con Zemeckis de siete de la tarde a tres de la madrugada. Con él a bordo del proyecto todo funcionó. Su química con Christopher Lloyd fue instantánea, la comicidad fluía e incluso una ocurrencia de última hora, el chaleco rojo acolchado que se puso una madrugada porque hacía mucho frío en el plató, se acabó convirtiendo en icónica.
La película fue un éxito arrollador. Recaudó casi 400 millones de dólares (unos 362 millones de euros). Consciente del filón que tenía entre manos, Universal se apresuró a producir la segunda parte, seguros del éxito, y para evitar problemas de agenda programaron simultáneamente el rodaje de la tercera.
Vida de este chico
Antes de llegar a Enredos de familia, Fox era un adolescente canadiense desconocido cuyo bagaje se limitaba a papeles en series como Lou Grant o Vacaciones en el mar. En aquel momento era imposible predecir el fenómeno en el que se convertiría, tanto que obligó a cambiar la premisa de una serie en la que iba a ser secundario. Los padres, un matrimonio de hippies de los sesenta cuyos hijos resultan ser mucho más conservadores y tradicionales que ellos, eran las estrellas, pero el carisma de Fox provocó que a mitad de la primera temporada su personaje, Alex P. Keaton, un atildado adolescente ataviado con traje Oxford que citaba al economista Milton Friedman y cuyo único deseo era ser millonario, pasase al centro de la narración.
Se convirtió en la comedia más popular del momento. Ronald Reagan la nombraba como su serie favorita y nuevas hornadas de jóvenes políticos republicanos citaban a Keaton como referencia. Por primera vez, ser un joven conservador resultaba sexy. Además, él era el rebelde, algo que no estaba ni remotamente en la mente de sus guionistas.
El hombre cuya cara no iba a aparecer en una fiambrera estaba en la cúspide y le costaba digerirlo. Apenas cinco minutos antes de que le ofreciesen ser Keaton ‘’no tenía teléfono, ni sofá, ni dinero. Estaba tan deprimido que habría aceptado cualquier papel’’, reveló. Enredos de familia le reportó tres premios Emmy y un Globo de Oro, y algo más importante: durante el rodaje conoció a su esposa, la actriz Tracy Pollan, con la que tiene cuatro hijos.
Con Regreso al futuro todavía en los cines, estrenó De pelo en pecho (1985), un proyecto anterior que había retrasado su llegada a las pantallas para aprovechar el tirón de Fox y que hoy es una película de culto en ciertos sectores, pese a que el actor no guarde buen recuerdo de ella. “Mirando hacia atrás, no tengo ni idea de lo que estaba pensando cuando dije que la haría”. Comedias como El secreto de mi éxito (1987), de Herbert Ross, le aseguraban el éxito en taquilla, pero quería correr riesgos. Junto a la cantante Joan Jett rodó Rock Star (1987) a las órdenes de Paul Schrader, guionista de Taxi Driver, que pasó sin pena ni gloria. No corrió mejor suerte Noches de neón (1988), en la que interpretaba a un aspirante a escritor que acaba devorado por el ambiente nocturno de Nueva York. Fox se había incorporado al proyecto para mostrar otra faceta más allá del eterno adolescente, pero se acabó editando para eliminar las escenas en las que se drogaba por miedo a que dañasen su imagen. “Fracasar haciendo algo inesperado no es una desgracia. Fracasar haciendo lo ordinario es un desastre”, declaró a The New York Times.
El día en que todo cambió
Mientras rodaba Doc Hollywood (1991), la historia de un cirujano plástico de Beverly Hills que se redescubría a sí mismo en un pequeño pueblo, su vida cambió. “Me desperté y encontré el mensaje en mi mano izquierda. Me hizo temblar. No era un fax, un telegrama o el tipo normal de carta que traiga noticias perturbadoras. De hecho, mi mano no sostenía nada en absoluto. El temblor era el mensaje”, escribió en sus memorias. Su primer pensamiento fue que él y Woody Harrelson (coprotagonista de la película) habían tomado demasiadas cervezas la noche anterior. La pesadilla de la búsqueda de un diagnóstico comenzaba. Un año después tuvo la respuesta: párkinson, una enfermedad degenerativa sin cura que afecta a más de un millón de estadounidenses y entre cuyos síntomas se incluyen temblores, lentitud de movimiento, problemas de equilibrio y rigidez.
Acababa de casarse y su mujer estaba embarazada. Tenía tan sólo 29 años. Decidió ocultar la enfermedad. “¿Seguirían pensando que soy gracioso si supieran que tengo párkinson?”. Empezó a beber demasiado, hasta que un día se despertó en el sofá borracho con media lata de cerveza en el suelo, su hijo dormido sobre él y su mujer mirándolo fijamente. “No parecía enojada o disgustada, sino lo que es peor, indiferente”. No volvió a beber.
A pesar de que los síntomas eran cada vez más evidentes, siguió trabajando. Entusiasmado tras ver Criaturas celestiales, llamó a Peter Jackson para protagonizar Atrápame esos fantasmas (1997), una inclasificable comedia de terror que pasó más desapercibida de lo que merecía (el título en español no ayudó) y formó parte del reparto estelar de Mars Attacks (1996) de Tim Burton. Tomaba dopamina para ayudar a evitar los primeros síntomas de la enfermedad y trataba de esconder sus brazos para que no se notasen los temblores. “Me convertí en un virtuoso de la ingesta de drogas”. En aquel momento protagonizaba la comedia televisiva Spin City: loca alcaldía (1996-2002). Durante la tercera temporada, reunió al equipo y les reveló lo evidente. “Me pasé siete años volviéndome loco con el tema, descubriéndolo, analizándolo, huyendo de él y, finalmente, volviendo a él, abrazándolo y tratando de entenderlo antes de que nadie se enterara.” Tras un premio Emmy y tres Globos de Oro, dejó la serie y fue sustituido por Charlie Sheen.
Fox no solo reconoció en público que padecía párkinson: al igual que otras celebridades como Selma Blair o Christopher Reeve, se convirtió en un activista infatigable. A través de la Fundación Michael J. Fox para la Investigación del párkinson, creada en 2000, ha recaudado más de 1.000 millones de euros y es uno de los principales oradores en favor de la investigación con células madre, un anatema para el Partido Republicano.
Hasta que en 2019 se retiró definitivamente, siguió encadenando apariciones en televisión, algunas tan celebradas como su autoparodia interpretándose a sí mismo y riéndose de su enfermedad en Larry David, o en el papel del sibilino Louis Canning de The Good Wife, en la que de nuevo su carisma obligó a cambiar el guion: iba a interpretarlo en un episodio y acabó en veintiséis. En ambos casos, el chiste estaba en que el discapacitado dejaba de ser una mera víctima y, más que eso, utilizaba la enfermedad en su favor. “Es gracioso porque cada vez que un programa o cualquier representación de personajes con discapacidades en la televisión tiende a ser sentimental, con música de piano suave de fondo”, afirmó. “Quería demostrar que las personas con discapacidad también pueden ser gilipollas”.
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