Cien años de Ava Gardner, estrella de los cócteles, las madrugadas y las leyendas de un Madrid desaparecido
Con treinta y pico años, la protagonista de ‘Mogambo’ decidió instalarse en una España que le ofrecía la libertad que entonces les estaba negada a sus ciudadanos
Uno de los primeros reportajes que publiqué en este periódico, en enero de 1991, trataba de la vida de Ava Gardner en Madrid. Se titulaba “El Madrid de una actriz desenfrenada” y salió en las páginas de Local cuando su jefa era Sol Fuertes, una de esas periodistas que disfrutaba de verdad enseñando a caminar a los que aún andábamos a gatas. Desde niña había escuchado mil anécdotas sobre las andanzas de la estrella de Hollywood en la ciudad, así que intenté localizar a los testigos directos que aún quedaban dispersos por la noche madrileña. Entonces, Chicote seguía siendo Chicote, y allí, un histórico del periodismo, el siempre generoso Feliciano Fidalgo, te podía invitar al mejor champán y regalarte la mejor charla. Yo le bombardeaba con preguntas sobre su vida de corresponsal y su amistad con Samuel Beckett. Las redacciones, y el mundo en general, siempre fueron mejores con bohemios excéntricos como él, aventureros de periódico y gabardina que sabían de todo, sobre todo de la vida.
El próximo 24 de diciembre se cumple el centenario del nacimiento de una actriz que yo idolatraba por guapa, libre y fiestera. Desde muy niña, Ava supo que lo suyo era la noche. Conoció España a principios de los cincuenta, durante el rodaje de Pandora y el holandés errante, y con treinta y pico años decidió instalarse en un país que le ofrecía la libertad que entonces les estaba negada a sus ciudadanos. Mis tías abuelas eran muy amigas de uno de los contactos de Ava en Madrid, un inglés que tuvo algo que ver con La Bruja, la casa a las afueras de la ciudad donde la actriz se instaló en un principio. Y mi padre solía contarme lo que contaban tantos hombres de la época: que todos soñaban con cruzarse con ella alguna madrugada. Recuerdo que uno de los camareros a los que entrevisté entonces me sacó de mis fantasías, Ava sobrevolaba por todos ellos sin mirarles a la cara. Lo suyo era el tequila, el jerez y los cócteles con bourbon.
En sus memorias, John Huston recuerda una larga noche madrileña junto a Nicholas Ray, que había viajado a España para dirigir 55 días en Pekín y que acabó abriendo su propio bar en la calle Cartagena, El Nikas. La juerga duró casi tres días y cuando Ray y Huston, dos bebedores de fondo, ya no podían más, Ava “resplandecía”.
Poco o nada queda de aquel Madrid, aunque hace unos días cenando en el reservado de Salvador, templo taurino de Chueca, recordamos que en esa misma mesa solía sentarse ella con “papá” Hemingway. Evocamos viejas historias, aunque la mejor anécdota la situaba en algún hotel de Málaga. Al parecer, la actriz bajó al vestíbulo solo con un biquini blanco. Al verla así, el encargado de turno se tuvo que tragar el sapo de llamarle la atención. “Disculpe, Miss Gardner, pero no puede bajar así vestida”, le comunicó el pobre hombre. Acto seguido, la majestuosa e indomable Ava se llevó las manos a la espalda, se desabrochó la parte de arriba del biquini, se quitó la de abajo y con el desdén que también la caracterizaba respondió: “Y ahora, ¿ya puedo?”. Seguramente se trata de una anécdota apócrifa, pero poco importa, con la centenaria Ava pasa como con el Oeste: si tienes que elegir entre imprimir la verdad o la leyenda, elige la leyenda.
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