Sin buenas críticas, sin glamur y sin tarjeta de crédito, este restaurante se convirtió en el refugio de las mayores estrellas
De Madonna a los Rolling, de Lady Di a Sofia Loren. San Lorenzo, un restaurante italiano sin apariencia ni grandes ambiciones que ahora echa el cierre definitivamente, se convirtió en lugar de peregrinaje de todos los famosos en Londres por motivos que iban mucho más allá de la pasta
“¡Qué decepción! La comida no era mucho mejor que una hamburguesa del McDonald’s, los cócteles estaban insípidos, la ensalada de rúcula solo llevaba hojas de rúcula, no hay música de fondo y el ambiente es aburridísimo. El sitio necesita alguien que se haga cargo de él lo antes posible”. El restaurante italiano al que se refiere este usuario con su crítica, publicada en un famoso portal web de reseñas a pocos días de que empezara la pandemia, es el mismo al que Sofia Loren acudía a cenar mientras rodaba en Londres La condesa de Hong Kong (1967). Twiggy celebró en él su 21 cumpleaños. Fellini y Antonioni tenían mesa reservada, Valentino (el diseñador) montaba unas cenas descomunales con invitados como Hugh Grant y era fácil que la aristocracia británica y modelos de la revista Playboy coincidieran a la hora de la comida un martes cualquiera. Todo eso ocurría dentro del San Lorenzo, que ha echado su cierre tras casi 60 años.
Lo recuerda Alexis Parr. Ella lleva décadas cubriendo las fiestas más elitistas de Londres para el diario inglés Daily Mail: “Al entrar había una pequeña barra en la que podías tomarte un bellini de melocotón mientras veías a famosos haciendo su típico gesto del air kissing [beso al aire]”. Hoy es difícil que esos besos vuelvan a repetirse: el italiano bajó las persianas en marzo de 2020 y, aunque algunos pensaban que abriría de nuevo tras los sucesivos confinamientos, el pasado junio se anunció su cierre definitivo. La explicación que se ha dado es que el local no pudo hacer frente a la pandemia, en gran parte debido a su ubicación en el barrio de Knightsbridge, a pocos metros de los grandes almacenes Harrod’s, una de las zonas más caras de la capital inglesa.
Eso es lo que dice la familia propietaria. Pero detrás del cierre hay problemas que comenzaron mucho antes. En 2008, el periódico The Guardian hizo una selección de las críticas de restaurantes más mordaces –la sección se titula Mejor sírvamelo frío- y una de ellas, de 1998, era sobre el San Lorenzo: “Sirven una comida horrible, a regañadientes, en un comedor que es más bien un museo dedicado al gusto de los camareros italianos de los años setenta”. Para otros, como el crítico de diseño Stephen Bayley, colaborador de ICON Design, la cosa no era para tanto: “A ver, la bagna cauda no estaba mal, y el techo retráctil siempre daba que hablar entre palitos grissini. San Lorenzo era un italiano de la vieja escuela, no era tanto cucina della nonna [cocina de la abuela] como cucina inglese all’italiana [cocina inglesa a la americana]. Nunca pretendió la autenticidad ni la ejecución perfecta, pero no importa. A la mayoría de la gente que iba allí lo que le interesaba no era comer”.
Muchos visitaban el restaurante porque, simplemente, era el sitio de la ciudad en el que se debía estar para codearse con Mick Jagger, Margaret Thatcher, Joan Collins, los Beckham, Johnny Depp y Kate Moss o el príncipe Andrés. “¿Querías ver qué comía Elton John? En San Lorenzo podías”, recuerda Bayley. Según Parr, lo que pasaba dentro era de otro mundo: “La actriz y ex chica Bond Marilyn Galsworthy, que por aquel entonces era de mis mejores amigas, tenía una boutique al otro lado de la calle. Era muy graciosa. Un día, después de beberse tres botellas de vino pinot y solo Dios sabe cuántos limoncellos, salió del restaurante y, en su propio escaparate, delante de los transeúntes empezó a simular que se masturbaba”.
Pero, ¿qué llevó a tantas celebridades a un sitio que en un principio no tenía nada especial que ofrecer? Ahí entra en juego Mara Berni, la italiana que montó el local en 1963 junto a su marido Lorenzo; era el personaje que recibía a los clientes con un abrazo y dos besos, haciéndoles sentir como en un club privado para el que no hacía falta cuota de socios. Mara se hizo amiga de muchos. A Sofia Loren le enviaba barras de pan con las letras SL grabadas en la masa, sin ella saber que todo el pan de la casa venía firmado así: la actriz se pensaba que se referían a las iniciales de su nombre y apellidos, no a las del restaurante. A Mara también llegaron a llamarle los Rolling Stones a las tantas de la madrugada, varias veces además, pidiéndole por favor que les preparara la cena después de un largo día grabando en el estudio.
“Mara se convirtió en una figura de culto para muchas personas ricas que se sentían solas. Confiaban en ella”, explica The Daily Mail. Se refiere, especialmente, a Lady Di. “Ella también era de las que solo comía crudités”, añade. En Internet hay pocos artículos sobre San Lorenzo que no mencionen el nombre por el que Diana de Gales llamaba a la propietaria. La apodó Madre Confesora porque le vaticinó lo infeliz que sería junto a Carlos de Inglaterra, como a Madonna le informó en el año 2000 de que estaba embarazada, sin la cantante saberlo todavía. A los pocos meses nació su hijo Rocco Ritchie.
Semana tras semana, en la puerta del italiano se agolpaban los paparazzi esperando a que la princesa llegara con sus dos hijos, y de hecho, su relación con Mara era tan estrecha que la citó en la Squidgygate, una tórrida conversación telefónica que salió a la luz entre Lady Di y su amante James Gilbey –con él también acudía a degustar crudités– durante la nochevieja de 1989. “Sería un error decir que el San Lorenzo era su comedor”, puntualiza Bayley, “pero era su salón. Y ahora ha desaparecido como todos los sueños febriles y el polvo de hadas de aquel Londres de Diana”. Muchos aseguran que el sitio perdió su caché el día en que Mara murió en 2012. En palabras de Parr, sin embargo, la caída venía dándose desde que el carismático gerente Lucio Altana se marchó a principios de los 2000, para luego abrir en el barrio de Chelsea su propio restaurante, aún en funcionamiento: “Lucio se llevó a mucha clientela famosa, y en su local se podía pagar con tarjeta”.
Ahí un dato clave con el que concluye la periodista. El local jamás dispuso de datáfono, ni siquiera en los últimos años, cuando el San Lorenzo ya estaba en manos de los hijos de los dueños originales. No tenían correo electrónico corporativo sino una cuenta de Gmail, su perfil de Instagram (todavía abierto) denotaba que la cuenta podía llevarla cualquiera del equipo, tal vez el mismo que servía los cócteles, y el comedor, pese a haberlo reformado, parecía sacado de un salón de banquetes para bodas y comuniones. Difícil era que alguien se animase a compartir en redes la experiencia de comer allí, y aún más complicado resultaba que un restaurante pudiese sobrevivir en el epicentro de una gran ciudad, sosteniéndose solo por la nostalgia hacia una serie de glorias que o bien ya habían fallecido o bien ya no significan nada para aquellos que hoy, al salir de Harrods cargados de bolsas y acompañados por su chófer, pueden permitirse cenar en Londres con mantel y servilletas de tela.
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