Rojuu, el adolescente prodigio de la música española: “A veces tardo un poco en hacer las letras, como media hora”
A los 18 años, Roc Jou es todo un veterano que ha acumulado millones de escuchas con la música que subía por su cuenta a internet. Ahora, publica su sexto álbum, el primero con un gran sello detrás y propulsado por un dueto con Amaia
“Buena frase solté... Sí, lo que hago es un poco eso”, admite Roc Jou (Barcelona, 18 años), más conocido como Rojuu. Le he recordado que una vez explicó que su música es como mirar un arcoiris en la televisión de una habitación cerrada con las persianas bajadas. No se acordaba de la frase, pero le ha gustado. “En mis canciones hay luz, pero en la distancia. Como una luciérnaga en un pozo. Es mínima, pero luz hay”.
Pelo rubio, largas uñas y una sudadera de Marilyn Manson. ¿Por qué? “Me lo han preguntado antes también”, contesta con una risita nerviosa. Sabe que está muy mal visto, ¿no? “Sí, es un poco por eso” ¿Para llevar la contraria? “Sí, siempre habrá alguien que diga: ‘Ah, ¿os cae mal? Pues a mí me cae bien”.
Está sentado en un sillón en la oficina de su sello en Madrid. Porque él, el artista que ha subido a internet cinco álbumes y tantos sencillos que no recuerda el número, todo autoeditado, ahora tiene sello: Sonido Muchacho el mismo que Carolina Durante y Sen Senra. “Está bien grabar con un sello, porque no todas las decisiones recaen en mí y eso hace que el trabajo sea más compacto”, explica. Si en la nueva generación de músicos pop hay una división entre los urbanos y los que hacen pop de dormitorio, Rojuu está a medio camino. Han dicho que lo suyo es emo trap. Él responde que prefiere shadow pop.
Esa tercera vía le ha dado muy buen resultado. Algunas de sus canciones sobrepasan los ocho millones de escuchas y cuando dio su primer concierto, a los 16 años, hasta la sala Razzmatazz de Barcelona se desplazaron representantes de las principales discográficas para ficharle. “Yo no sabía quiénes eran, pero mi manager sí y le hacía mucha gracia ver a toda esa gente ahí. Estaba Universal, estaba Sony... estaban todos en el backstage y parecía una pelea casi. Cada uno en su propio grupo, se conocían entre ellos, pero no se decían nada y en medio estaba yo, hangeando [sin hacer nada concreto]”. Como una auténtica estrella, siendo deseado pero haciéndose el interesante. “No me sentía una estrella, había invitado a mis amigos de la ESO y estuvo muy bien. Pero terminé petadísimo, me absorbió el alma el público”.
“Petado, pero no había tomado nada ¿eh?”, aclara por si se le ha entendido mal. Cuando habla apenas mira a la cara, con esa actitud adolescente entre la displicencia y la timidez. Acaba de volver de México (“desde siempre ha sido un país que me ha apoyado mucho, en el que más oyentes tengo después de España. Ahora también Chile, como que hay mucho emo en Chile”). Allí ha viajado para dar un par de conciertos –”también para firmar camisetas, y todo lo que me trajeran para firmar”–. Acaba de editar su primer disco profesional, Kor Kor Lake. “El título es mi nombre al revés. Dos veces, porque me parecía cool, y lake, por un lago, porque está todo tematizado alrededor de un lago, los visuales, las transiciones, la portada...”.
Hay muchas expectativas puestas en el disco. Hay voluntad comercial, y eso se percibe en todo lo que lo rodea, desde la portada de Filip Custic, el autor de la de El mal querer de Rosalía, hasta el sonido: de repente, Rojuu, que en sus canciones siempre suena como si estuviera al borde de la depresión, ya no parece tan triste. “Alguna vez me lo dicen por Twitter, ‘¿Quién ha hecho tanto daño a Rojuu?’. A ver, a mí me gusta empaparme en el dolor. Me gusta absorber dolor, pasarlo para luego aprender. Las heridas hacen costras y cicatrizan. Cuantas más heridas tengas más puedes enfrentarte a la vida. La tristeza viene de rascar de todo el tema del instituto y tal. Hace tres años que no voy al instituto, pero al final es rascar de ahí y de que yo soy una persona muy sentimental y muy emocional. No me importa que se vean mis emociones y aprender de ellas. Me siento como explorando. Como el que es astronauta y le mola el espacio. Yo soy un astronauta de lo emocional”.
Dice que es disciplinado, que le gusta estar centrado, porque es trabajo, y compone con una rapidez inaudita. “Si llego al estudio a grabar y la canción no existe, veo qué idea tengo y mientras se hace el beat yo voy escribiendo. A veces tardo un poco en escribir las letras. Como media hora o por ahí, otra media hora para grabar y lo demás es producción retoque, ver lo que falta...”. Uno no puede evitar recordar que Leonard Cohen llegó a tardar hasta ocho años en terminar una canción. Pero la comparación está fuera de lugar, cada uno es hijo de sus circunstancias. “Soy siempre rápido, porque grababa en casa cuando mi madre [es hijo de la actriz y directora catalana Laura Jou] no estaba. Y ella se iba como mucho una hora. Tenía una hora para hacer una canción entera, escribirla y grabarla. Si lo haces cien veces, a la 101 ya sale solo”.
Aunque asegura que no recuerda haber tenido ordenador en casa “hasta los 10 u 11 años”, a los 12 ya se estaba bregando como youtuber, con su propio canal en el que comentaba canciones. “Aprendí a editar rápido. Grababa videos y empecé a toquetear y a colgar vídeos en Youtube. Si no hubiese empezado con el canal no creo que me hubiese puesto a componer canciones ni a cantar. Me empecé a interesar por hacer canciones de trap porque veía vídeos de trap. Estaba en segundo de la ESO, nadie en mi instituto escuchaba trap. En España lo escuchaba muy poca gente y casi nadie de mi edad. Me acuerdo de que por los pasillos me decían ‘quita eso, suena fatal’. Tres años después el mismo que me lo había dicho era fanático del trap. En 2011 hasta el rap era un nicho en España. Cuando llegó el trap latino, empezó a llegar aquí. Y en 2017, a partir de Bad Bunny la gente ya entró a saco. Lo sé porque en 2017 llegó el boom del canal porque a todo el mundo le apetecía oír hablar de ello”.
Tampoco hay en Kor Kor Lake apenas colaboraciones. Algo raro, porque ha llegado a subir cuatro en un mes. “Yo me adapto muy bien con la gente, soy como plastilina, me sé amoldar. Y eso hace muy fácil colaborar conmigo. Por eso trabajo con mucha gente distinta. El mismo mes que hice una con Amaia hice otra con Orslok, un chico que antes era streamer y que tiene un público muy edgy, seudoincel [célibe involuntario]. Los repudiados de la sociedad. Mientras que Amaia es como flores y cosas bonitas. Colaborar con los dos en el mismo mes podría parecer difícil, pero Orslok es de mis amigos favoritos, me cae muy bien, y Amaia también”.
Esa colaboración con Amaia le recordó que está en un nicho. Enorme, pero nicho. “Fue raro porque, para empezar, es un público completamente distinto. Amaia desde un primer momento ha sido muy mainstream, aunque ha llevado su carrera de una forma muy suya, que para mí es lo mejor de Amaia. Pero ella es una persona que ha tenido muchos medios de comunicación encima. Al trabajar con ella tenía de repente a Los 40 hablando de mí, al Marca… medios en los que nunca estaría, Y un público más intenso. Cuando salió la canción yo estaba en el AVE. Por eso tardé como una hora y cuarto en publicar que se podía escuchar. Y ya tenía cuentas de Twitter linchándome por no haber subido nada. Era como: ‘Dios, ¡vale!’. No hablamos de ello, pero debe de ser un estrés a veces. A ver, también está bien, es un público entregado. Son como hinchas del Barça. Quizás yo lo tenga con el tiempo, molaría”.
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