Cómo Thomas J. Price se ha convertido en el primer artista vivo en llevar una obra a Chillida Leku
‘Reaching out’ estará en el templo del escultor vasco hasta finales de mayo. Antes de llegar a Hernani, la escultura del británico formó parte de su exposición individual en Hauser & Wirth, una de las galerías más poderosas del mundo
En 2001, Thomas J. Price (Londres, 40 años) realizó una performance llamada Licked, en la que lamía las paredes de una galería durante horas. La saliva, invisible, debía ser el único registro material de aquella acción, pero pronto su lengua empezó a sangrar por el roce, y los muros blancos acabaron teñidos de un llamativo color granate. “Aquella pieza trataba sobre el deseo de conectar con la gente, de cómo recoger una presencia”, recuerda ahora en Chillida Leku, el caserío-museo dedicado a la obra de Eduardo Chillida en Hernani (Guipúzcoa). “Que es básicamente lo mismo de lo que va la escultura que he traído aquí”.
Reaching out (que puede traducirse como “Llegar”) se llama la obra invitada que estará en Chillida Leku hasta fin de mayo, y de nuevo es todo menos invisible. Se trata de una estatua de bronce de casi tres metros que representa a una mujer negra joven, vestida con ropas corrientes y mirando su móvil. Y hay algo de manifiesto político en el gesto de plantarla en mitad de la campa que también alberga las piezas radicalmente abstractas y exquisitamente espirituales del escultor vasco, al que muchos podrían considerar representativo del orden blanco y patriarcal. Price es, además, el primer artista vivo en traer una obra invitada al templo de Chillida. “Y me alegro mucho de ello, de estar vivo, quiero decir”, ríe. “Por lo demás, es verdad que aquí mi trabajo contrasta, pero esto también habla de la visión de futuro de la familia Chillida. Es interesante ver nuestras similitudes, dentro de lo distintos que somos. Por ejemplo, ambos estamos obsesionados con las manos, que para mí tratan siempre sobre tocarnos, conectarnos”.
De eso mismo, pero también de la identidad personal, trata toda su obra: “Sentir que importas, que estás integrado, es profundamente sanador. Pero al mismo tiempo todo el mundo quiere romper con el papel que le ha asignado la sociedad en base a sus características, para autodescubrirse y ser ellos mismos. Yo hago retratos de gente ficticia, pero que ha sido marginalizada. En especial de gente negra”. Esculpe bustos o, como en este caso, retratos de cuerpo entero, empleando patrones y materiales duraderos que remiten a la escultura clásica grecolatina o renacentista, que en aquellos tiempos se reservaba a dioses y personajes poderosos. Sin embargo, aclara que al aplicar esos mismos principios a personas corrientes no pretende transmitir el mensaje de que cualquiera puede aspirar a la grandeza, sino todo lo contrario: “Por eso no los pongo en pedestales sino al nivel del suelo. Muchas veces recibimos el mensaje de que todos podemos ser puestos en un pedestal, de que lo deseable es convertirnos en celebridades tipo estrellas del pop. Y lo que yo digo es que no deberíamos aspirar a eso, porque es una trampa que nos pone en un bucle muy disfuncional. Prefiero otra aspiración más humanista que implica escucharnos los unos a los otros”.
Comenzó esta línea de trabajo mucho antes de que el movimiento Black Lives Matter alcanzara su actual difusión, aunque admite que gracias a él ha logrado más resonancia: “Las vidas negras siempre han importado, pero en términos de entendimiento público ayuda a la gente a acercarse a mi trabajo de manera más rápida y a niveles más profundos. A su vez, espero que mi obra ayude a la gente a aceptar el Black Lives Matter de verdad, no solo con un cuadrado negro en Instagram”.
Al menos, apunta, ya no tiene que dar tantas explicaciones por el hecho de retratar siempre gente negra, o que no sonríe: “Se espera que sonrían porque en la realidad en que vivimos si no sonríes no estás contento, cuando a menudo no sonreímos sin por ello estar tristes. Y no es que me interese más la gente negra –mi madre es blanca, por cierto–, sino que he intentado ir contra esa limitación de que hay que hablar sobre todo de la gente blanca. A Lucian Freud nadie le pregunta por qué pinta solo gente blanca. Así que veo que mi obra es un modo de empezar esa conversación, y por eso resulta necesaria”.
Justo antes de llegar a Hernani, la escultura formó parte de su exposición individual en la sede de Somerset de su galería, Hauser & Wirth. Una de las más poderosas del mundo, caracterizada por seleccionar muy cuidadosamente a sus artistas. Price considera que se ha ganado a pulso el puesto que ocupa: “Llevo unos 20 años trabajando, con muchos sacrificios personales. Y ahora está bien tener la ayuda de H&W para subir la cuesta. Era mi galería soñada durante mucho tiempo por cómo apoyan a sus artistas, así que saber que se me considera entre ellos es estupendo, aunque en realidad no pienso mucho en ello. Me dedico a trabajar”.
Su próximo proyecto persiste en esa línea. Se trata de dos esculturas de bronce monumentales frente al Ayuntamiento del municipio de Hackney, en homenaje a la generación Windrush, el grupo de afrocaribeños que emigraron al Reno Unido entre finales de los años cuarenta y principios de los setenta. “Tengo otros encargos públicos. Pero para mí lo principal es estar en el estudio, sacando trabajo adelante y probando cosas nuevas, exponiéndome. Un artista siempre es vulnerable porque se expone. Todos los buenos artistas lo hacen, como Chillida”.
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