El país de las iglesias “espeluznantes”: por qué los templos modernos tienen tan mala fama en España
‘Manifiesto arquitectónico paso a paso’, ensayo sobre la arquitectura contemporánea a través de las iglesias, reivindica la belleza incomprendida de estas construcciones. Su autor, el arquitecto David García-Asenjo, explica por qué son patrimonio cultural de primer orden
Las iglesias de estética contemporánea tienen muy mala prensa en España. Hace falta valentía para reivindicarlas. Lo constata David García-Asenjo, arquitecto, autor del libro Manifiesto arquitectónico paso a paso, un ensayo sobre la arquitectura contemporánea a través de las iglesias. Para este enérgico divulgador de la belleza incomprendida, “sigue predominado entre los ciudadanos una visión un tanto estereotipada y estrecha de la excelencia arquitectónica”.
Si hablamos de edificios de culto, esa imagen suele ceñirse a catedrales góticas o templos barrocos y neoclásicos. Ábsides, gárgolas, rosetones, arcos ojivales, retablos, claustros, vidrieras, mármoles, molduras, triforios… Arquitectura vetusta consagrada por el paso de los siglos que remite, según García-Asenjo, “a una forma un tanto historicista de concebir los lugares de culto, como si la religiosidad solo pudiese ser ya un vestigio del pasado”. Él ha intentado resistirse al estereotipo desde la ironía y la provocación, elaborando listas de las iglesias modernas más “espeluznantes” o dando voz a agitadores culturales como los del grupo Satán es mi señor, que fingen horrorizarse ante los engendros de la arquitectura contemporánea y, en realidad, contribuyen a divulgarla ante un público con frecuencia hostil.
España está llena de iglesias denostadas, ninguneadas o controvertidas, impopulares incluso entre sus propios feligreses, y que en realidad son patrimonio cultural de primer orden, obras maestras del arte sacro o del arte sin etiquetas. Edificios de Rafael Moneo, de Miguel Fisac, de Eduardo Souto de Moura, de Oriol Bohigas, de Ignacio Vicens. Obras en absoluto triviales, cuyos autores se enfrentaron a la fascinante tarea de redefinir desde una sensibilidad contemporánea las características que debe reunir un espacio de culto en los siglos XX y XXI. El problema es que muchas de ellas han sido víctimas de prejuicios culturales con mucho arraigo en un país que, con cierta frecuencia, desprecia la modernidad sin preocuparse de comprenderla.
Las iglesias en que hubiese rezado Jackson Pollock
Otro arquitecto que ha dedicado parte de su carrera a hacer algo de justicia a los templos de hormigón y ladrillo construidos a partir de la década de 1950 es Ricardo Gómes Val, profesor de la Universitat Politècnica de Catalunya. A Gómes Val le mortifica que “algunos de los templos más bellos que pueden visitarse ahora mismo en España tengan una injusta reputación de edificios feos, vulgares o poco interesantes”. En su opinión, eso se debe a que “no se educa en la apreciación de la belleza del arte contemporáneo, que con frecuencia es difícil de aprehender. De la misma manera que hay que explicar a Jackson Pollock, a Francis Bacon, a Pablo Picasso o a Jean-Luc Godard, la arquitectura de Antoni Gaudí en adelante debe ser contextualizada y explicada con precisión, descendiendo al detalle, ayudando a que la gente entienda las decisiones técnicas y estéticas de sus autores y tenga elementos de juicio para atribuirle un valor”.
Gómes Val aporta un dato significativo: “De las 161 iglesias parroquiales que hay en Barcelona, 61 se construyeron entre 1950 y 2000. Hubo un periodo extraordinariamente fértil, entre el Concilio Vaticano II (1962) y principios de la década de 1970″. Coincidiendo con el gran éxodo rural y el crecimiento de las periferias urbanas, se construyó muchísimo, con frecuencia desde una cierta modestia y una sensibilidad vanguardista. “Parroquias como las del Crist Redemptor, de Oriol Bohigas, con su nave industrial, sus muros de ladrillo terroso, su ágora frontal y la peculiar iluminación de su capilla, son muy representativas de cómo la arquitectura racionalista de la época repensó el hecho religioso”.
En su Manifiesto arquitectónico paso a paso, García-Asenjo elaboró un inventario de las iglesias modernas de Madrid que, en su opinión, valen la pena. Entre ellas, la del Espíritu Santo, de Miguel Fisac, la de San Agustín, de Luis Moya, la basílica de Guadalupe, de Félix Candela, la parroquia de la Araucana, de Luis Moya, o Nuestra Señora de la Luz, de José Luis Fernández del Amo. Muchas están en el barrio de Chamberí y pueden visitarse una tras otra dando un corto paseo. De ahí el título de su libro, la versión “para todos los públicos” de su tesis doctoral, que propone una ruta a pie “por un parque arquitectónico de extraordinario valor y en gran medida ignorado”.
García-Asenjo creció en Moratalaz, muy cerca de una de las obras maestras de Miguel Fisac, la parroquia de Santa Ana: “No soy religioso, pero vivir a la sombra de un edificio tan singular me hizo consciente del atractivo de la arquitectura moderna desde edad muy temprana”. Su estética fabril hizo que la de Fisac fuese considerada durante años “una iglesia para pobres, con los prejuicios clasistas de la época: un edificio de culto así podía ser aceptable en un barrio obrero, pero no dejaba de ser un sucedáneo del monumentalismo convencional que muchos cristianos asociaban a las iglesias como Dios manda”. En realidad, la parroquia es una muestra de la aplicación a la arquitectura de los principios del Movimiento Litúrgico, “una corriente del cristianismo de base que se propuso romper la distancia entre el clero y la gente de a pie, recuperando así el espíritu de las primeras comunidades cristianas”.
Poco ornamento, mucha sustancia
También Alba Arboix Alió, arquitecta, investigadora y docente, dedicó su tesis doctoral (Barcelona. Esglèsies i construcció de la ciutat) a la arquitectura religiosa contemporánea. En su caso, fue un seminario del catedrático Xavier Monteys el que despertó su interés por el tema. Arboix quiso centrarse en cómo esos edificios dialogan con las ciudades que los albergan. Para la arquitecta, el rechazo que despiertan estas iglesias se debe a dos causas fundamentales: “Por lo general se trata de una arquitectura sencilla basada en líneas rectas, con poco ornamento y con materiales sin revestir. Esta sencillez choca frontalmente con lo que el imaginario popular dicta que debe ser una iglesia”. La otra razón tiene que ver con la ideología: “En las ciudades más castigadas por la Guerra Civil Española, la arquitectura religiosa se asociaba a un pensamiento político muy específico que parte de la sociedad rechazaba”.
Arboix toma prestada una idea de Oriol Bohigas (“autor de dos iglesias magníficas y poco conocidas, Crist Redemptor y la parroquia provisional de Sant Sebastià de Verdum”) para definir en qué consiste la buena arquitectura religiosa: “Una buena iglesia debe ser, en primer lugar, un buen edificio”. Es decir, tiene que responder a una serie de exigencias funcionales y estéticas. En el siglo XXI, Arboix destaca ejemplos de arquitectura sacra bella y bien resuelta como las obras del estudio Vicens & Ramos (Ignacio Vicens Hualde y Antonio Ramos). En especial, “la parroquia de la Consolación, en Córdoba, la de Santa Mónica, en Madrid, y la del Buen Pastor, en Ponferrada”.
De las últimas décadas del siglo XX se queda con edificios como la iglesia de Iesu, en San Sebastián, obra de Rafael Moneo: “Es una de mis preferidas por su uso de la luz y por cómo conjuga el centro geométrico con el centro espacial del interior del templo”. También destaca la iglesia del Colegio Claver de Mainat, en Lleida, de Enric Comas de Mendoza, “sugerente por cómo usa los materiales y dirige la luz para resaltar sus texturas”, y la de Sant Bartomeu, de Jaume Miret Mas, “por su relación con la naturaleza, ya que está a los pies de Montjuïc y usa la montaña como retablo tras una gran cristalera que ocupa todo el presbiterio”.
García-Asenjo destaca también el uso innovador de la luz para crear espacios con cierta aura como una de las características más interesantes de la moderna arquitectura sacra. Le parece muy interesante la iglesia de la Santísima Trinidad de Villalba, otra de las obras señeras del estudio Vicens & Ramos. El arquitecto insiste en lo empobrecedor que resulta “el cerril rechazo a lo nuevo” que impide que se aprecien maravillas como la Iglesia de los Sagrados Corazones. Para calibrar su belleza y su mérito hace falta “entrenar la mirada”. Él mismo intenta contribuir a ese aprendizaje estético con sus artículos en prensa o sus intervenciones en el programa radiofónico Julia en la Onda.
Ricardo Val tiene también reivindica muchas iglesias modernas desde la sensibilidad y el conocimiento. En Barcelona, la ciudad que mejor conoce, la reciente parroquia de Sant Francesc de Paula, en Diagonal Mar, de Guillermo Maluenda y Tom Ivars, la de Sant Pius, de Josep Soteras o la de Sant Lluís Gonzaga, de Francesc Escudero. Y en el resto de España, “la capilla temporal que hizo en Madrid Eduardo Delgado Orusco, un ejemplo superlativo de arquitectura religiosa efímera”, el ya citado templo minimalista de Iesu, de Moneo, la iglesia parroquial de Rivas Vaciamadrid, de Ignacio Vicens, “con sus retablos modernos, interesantísimos”, y el seminario de los Padres Dominicos de Alcobendas, que es, en su opinión, “la más interesante de las obras religiosas de Miguel Fisac junto con la parroquia de Santa Ana”.
Arquitectura exquisita pero no apta para todo tipo de paladares. Arboix destaca hasta qué punto las iglesias forman parte del paisaje cotidiano de nuestras ciudades, contribuyen a hacerlas reconocibles y a darles textura humana. “Tal vez mi ejemplo preferido es Santa Maria de Sants, obra de Raimon Duran i Reinals, muy singular como edificio en sí y como símbolo del barrio, porque con su fachada incompleta saca pecho y se convierte en centro neurálgico de esta parte de la ciudad”. No cabe duda, algunas de las iglesias espeluznantes tienen mucho ángel.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.