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La injusta deriva del Queen Mary, una joya naviera convertida en reclamo para amantes de lo paranormal

El transatlántico, en su día un símbolo del poderío británico que contribuyó a derrotar a Hitler, se ha convertido en el escenario predilecto del cine de terror por las historias de fantasmas inventadas con fines comerciales

Jaime Lorite Chinchón

En 1937, el reconocido periodista estadounidense Paul Gallico, de 40 años, tomó la atrevida decisión de dejar de escribir noticias deportivas para reinventarse y dedicar su vida a lo que le gustaba, la ficción. Acababa de divorciarse de su segunda mujer y, ese año, empezó la incierta nueva etapa personal y profesional dándose el lujo de viajar en primera clase en el RMS Queen Mary, el recién inaugurado transatlántico británico que, a lo largo de unos cuatro días, cubría la ruta entre Nueva York y Southampton (al sur de Inglaterra) y se disputaba el título de buque más rápido del mundo con el francés SS Normandie. Una mañana, en el desayuno, su destino y el del barco quedaron permanentemente unidos, mucho más allá del puerto europeo al que se dirigían.

“Al sonido musical de platos, cuchillos, tenedores y copas que chocaban con los bastidores de madera al borde de las mesas se sumó el tenue tintineo de los ornamentos cuando el gran árbol de Navidad, plantado en una tinaja, llena de arena, firmemente atornillada al piso del comedor, empezó a inclinarse peligrosamente. Mucho más escorado de lo que había estado nunca antes, el barco parecía suspendido y daba la impresión de que nunca volvería a equilibrarse”. Gallico no escribió ese párrafo en unas memorias, sino en una de las novelas más célebres del subgénero de catástrofes, La aventura del Poseidón (1969), más popular a raíz de su adaptación cinematográfica de 1972 con Gene Hackman y Ernest Borgnine; parcialmente rodada, de hecho, en el Queen Mary.

El escritor completó ileso el viaje, pero la fuerte impresión que dejó en él la inclinación del descomunal buque –de 310 metros de longitud y más de 81.000 toneladas– ante una ola de gran tamaño plantó la semilla del que sería el mayor éxito de su carrera. El descubrimiento de que, en 1942, cuando transportaba tropas aliadas, una ola de 28 metros colocó al transatlántico en un ángulo de 52 grados (a solo 3 de volcar) terminó de abonar sus pesadillas.

La historia del Queen Mary es suficientemente asombrosa para no necesitar de empujones fantasiosos: carísima joya de la corona surgida de la fusión de las dos navieras británicas rivales, Cunard y White Star Line (la que construyó el Titanic), con un generoso crédito del gobierno, contaba con doce cubiertas, piscinas, pistas de pádel, guarderías, bibliotecas, un salón monumental y capacidad para un número superior a 2.000 pasajeros, junto a otro millar más de tripulantes. En 1941, su sobria ornamentación art déco tuvo que ser retirada y sustituida de urgencia por literas para poder transportar a entre 10.000 y 15.000 soldados por trayecto durante la Segunda Guerra Mundial. Junto a su gemelo, el RMS Queen Elizabeth, el primer ministro Winston Churchill dijo que los dos buques habían ayudado a acelerar el final de la contienda en, al menos, un año. Hitler ofreció 250.000 dólares y la Cruz de Hierro a quien hundiera el Queen Mary, símbolo de esperanza y un activo excepcional para sus enemigos.

Operativo hasta 1967, cuando fue retirado tras una caída de ingresos una vez extinguida la edad dorada de los grandes navíos, el legado del Queen Mary, sin embargo, estaba lejos de cerrarse. “El barco actual y su continuo atractivo deben mucho al cine y la televisión. Si hubiera acabado en cualquier otro lugar que no fuera el sur de California, es poco probable que su condición estelar brillara tanto como ahora”, dice a ICON Design Jonathan Quayle, entusiasta del mar especializado en la historia del barco, que ofrece charlas sobre el Queen Mary y la flota de Cunard, colecciona antigüedades del buque, además de fotos inéditas, y es una de las autoridades en su campo de estudio. La ciudad estadounidense de Long Beach es la que lleva casi sesenta años cobijando el transatlántico, ya sin el grueso de su maquinaria y adaptado para albergar en su interior restauración, actividades turísticas e incluso un hotel. Y, claro está, rodajes.

“Al encontrarse en las afueras de Hollywood, era la elección natural cuando un equipo necesitaba un escenario para un episodio de Se ha escrito un crimen [1984], Los ángeles de Charlie [1976], Expediente X [1993]... La lista de producciones rodadas a bordo es enorme. El barco es único, no hay nada que se le parezca en cuanto a tamaño, tanto por fuera como por dentro, por lo que es un recurso increíblemente raro para la industria cinematográfica. No hay ningún otro lugar donde se pueda alquilar un enorme salón de baile inglés de tres pisos de altura, construido en la década de los treinta y decorado con las mejores maderas”, explica Quayle.

En el caso de La aventura del Poseidón, solo se utilizaron algunas partes, si bien el salón donde pasajeros y tripulación celebraban el fatídico fin de año en la famosa escena del vuelco era una réplica del comedor del Queen Mary, exponente de ese romanticismo de los navíos gloriosos que se pretendía capturar. Por la complejidad de los impresionantes efectos especiales, el salón se reconstruyó por fracciones, de modo que pudiera girarse. El barco ha protagonizado muchos otros momentos en pantalla. En Pearl Harbor (2001), los personajes de Ben Affleck y Kate Beckinsale culminaban su primera cita colgándose del Queen Mary, pese a que, en su año de ambientación –1941, el del bombardeo japonés contra la base en Hawái–, el buque no estaba allí ni tenía ese aspecto: fue pintado de gris para camuflarlo, lo que motivó que se le empezara a llamar popularmente “el fantasma gris”. Martin Scorsese lo usó en El aviador (2004). En Asalto al Queen Mary (1966), Frank Sinatra lideraba a una banda de ladrones que, sirviéndose del hallazgo de un submarino nazi hundido, trataban de colarse en el barco en alta mar para robar su caja fuerte (entonces, aún le quedaba un año en circulación). El maestro británico del suspense Alfred Hitchcock tampoco dejó pasar la oportunidad de homenajear un emblema de su país, al iniciar Crimen perfecto (1954) con la llegada del marido conspirador a bordo del transatlántico.

Sin olvidar, por supuesto, el capítulo de Expediente X que menciona Quayle, donde el agente Mulder se sube a un navío perdido en el Triángulo de las Bermudas, que no es otro que el Queen Mary –con el nombre cambiado a Queen Anne–, y viaja en el tiempo al día en que Reino Unido declaró la guerra a Alemania. Para el divulgador, la clave estriba en un “estatus icónico” que el Queen Mary retiene desde su nacimiento, accidentado y largo por los estragos de la Gran Depresión, al tratarse de una “representación de lo que Gran Bretaña podía ofrecer”, además de una luz al final del túnel para la población tras años de penurias. Y, por otra parte, en esos “imponentes y hermosos interiores” que La aventura del Poseidón descubrió al público posterior, sobre los que Jonathan Quayle prepara un libro. “Los interiores del barco fueron pioneros en el diseño británico de los años treinta, pero su lugar en esa historia ha sido, en gran medida, olvidado”, lamenta, “con obras de arte, accesorios y elementos decorativos encargados específicamente”.

Con mobiliario elaborado, sobre todo, por la compañía Bromsgrove Guild, el Queen Mary contenía piezas exclusivas de artistas como Edward Wadsworth o el paisajista Algernon Newton. Se usaron maderas de diferentes colonias del entonces Imperio Británico, mientras que el comedor de primera clase se encontraba presidido por un gigantesco mapa que reflejaba su travesía por el Atlántico, con una pequeña maqueta motorizada del barco para marcar el punto de la ruta en el que se hallaba.

El navío del misterio

El mapa del gran salón comedor juega un papel relevante en La maldición de Queen Mary, película de terror que llegó este año a España a través de Amazon Prime Video. Un cambio en la maqueta señala que, como en el capítulo de Expediente X, se ha producido un salto de líneas temporales, lo que lleva a un matrimonio de creativos audiovisuales en crisis a cruzarse con un truculento parricidio cometido a bordo del barco (sin base conocida). La película, con cierta dosis de humor autoconsciente, ironiza con la condición de barraca de feria que ha adquirido el barco en las últimas décadas, particularmente para los amantes de las historias de miedo. Rodada en sus instalaciones, no se trata de la única producción limítrofe a la serie B que ha acabado asociándose a la otrora embarcación de lujo. Dos terribles explotaciones de la desvergonzada productora The Asylum, Titanic 2 (2010) y Titanic 666 (2022), también han salido adelante utilizando los escenarios del Queen Mary.

Es para lo que parece haber quedado dentro de la cultura popular, como un caserón encantado sobre el agua. La culminación de años de leyendas y cuentos de fantasmas que han ido rodeando al buque durante el tiempo que lleva encallado en Long Beach, hasta el punto de hacer de él un lugar de peregrinaje para seguidores de lo sobrenatural, lo que, a ojos de sus titulares, se trata de un serio filón comercial. El experto Jonathan Quayle admite mantener una relación complicada con ello. “Aunque no tengo ningún problema con estos eventos, ni con los ingresos que generan cuando se reinvierten en el mantenimiento del barco, no me gusta que no se pueda acceder a la mitad de las instalaciones por espectáculos que podrían ubicarse en cualquier lugar de la propiedad, ni que se mantenga intocables espacios históricos que, de otro modo, podrían restaurarse, abrirse y disfrutarse”, dice, en referencia a guías de terror, laberintos y otras atracciones cuyo encanto se basa en que transcurren por zonas normalmente no habilitadas del barco, que se mantienen viejas de forma deliberada para transmitir la impresión de que el visitante está circulando por tenebrosas ruinas.

Quayle recuerda que esta transformación del Queen Mary en un enclave supuestamente embrujado tuvo lugar bajo el dominio de Disney, cuando la compañía fue brevemente propietaria en los ochenta y, con vistas a desarrollar un futuro parque temático DisneySea (que levantaría finalmente en Tokio, en 2001), creó un recorrido de Ghost & Legends (Fantasmas y leyendas). “Antes, no se mencionaba ningún elemento relacionado con fantasmas o demonios en la promoción. Disney, con su varita mágica, tomó elementos de la historia y los explotó para crear cuentos macabros que no guardaban relación con los acontecimientos, solo para entretener. Fue de mal gusto, ya que el barco tenía décadas de historias increíbles que compartir y Disney no necesitaba inventarse cosas ni adornar la verdad. Por suerte o por desgracia, fue un éxito rotundo”.

La rumorología ha ido creciendo desde entonces: testimonios sobre prisioneros alemanes o italianos fallecidos allí, sobre las almas del HMS Curacoa (que el Queen Mary hundió en un accidente) vagando por los pasillos, sobre voces de niños oídas en las antiguas guarderías… En la página oficial se ofertan hasta tres actividades paranormales diferentes, así como un formulario para que los turistas hagan llegar sus archivos de vídeo o audio de experiencias inexplicables registradas a bordo. Quayle, que insiste en que no es contrario a este tipo de ocio pese a calificarlo de “caramelo envenenado”, mantiene ahora la esperanza en que, con el regreso del barco al control de la ciudad de Long Beach, por primera vez en 40 años, el enfoque general cambie. Se están dando pasos en esa dirección, alentados además por reconocimientos como el del Queen Mary como uno de los Hoteles Históricos de Estados Unidos. “Los responsables parecen apreciar que el barco es más que un puñado de cuentos. Su historia de guerra y paz supera con creces cualquier espectáculo macabro”.

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Sobre la firma

Jaime Lorite Chinchón
Colaborador de ICON desde 2019. Periodista cultural, también ha escrito para la sección de Cultura, El País Semanal, la revista Fotogramas o Ctxt. Graduado en Periodismo por la Universidad Complutense de Madrid, también cursó Crítica Cinematográfica en la Escuela de Escritores y el Máster de Periodismo UAM-El País.
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