El curioso caso de Ben Affleck, la estrella que logró ser más popular que sus películas
El actor, que acaba de estrenar ‘Hypnotic’, se sigue enfrentando a la paradoja de ser un director interesante, un intérprete regular y una estrella mediática absolutamente fascinante
La vida de Ben Affleck (Berkeley, California, 51 años) en los últimas dos décadas es un bucle: está en una relación con una mujer llamada Jennifer, una de sus películas fracasa, una imagen suya pasando un mal momento se convierte en un meme, gana un premio de la Academia no relacionado con la interpretación y alguien compara su carrera con la de su amigo Matt Damon y pierde. Ninguna de esas cosas ha pasado solo una vez y nada descarta que vuelvan a suceder (porque ahí fuera, todavía esperando, están Jennifer Lawrence, Jennifer Love-Hewitt y Jennifer Connelly).
Su trayectoria abarca ya cuatro décadas, sin embargo todo en ella parece haber pasado demasiado rápido. En 1998 le nombraron el nuevo Tom Cruise gracias a Armageddon y cuatro años después Los Angeles Times pedía que se tomase un descanso. Su carrera ha sufrido un deterioro paulatino, pero no su popularidad. Hemos oído hablar mucho menos de Hypnotic, el thriller que acaba de estrenar a las órdenes de Robert Rodríguez, que de la supuesta discusión que mantuvo con su mujer Jennifer Lopez en un coche.
La de Ben Affleck ha sido una historia atípica desde el principio. Podría considerarse un niño prodigio, ya que le hemos visto en pantalla desde los siete años, pero excepto los fans más acérrimos de Buffy Cazavampiros nadie le recuerda antes de Movida del 76 (1993), la comedia generacional de Richard Linklater en la que interpretaba a un matón de secundaria, un papel similar al que desempeñó a continuación en Mallrats (1995), de Kevin Smith.
Buffy the Vampire Slayer, 1992. pic.twitter.com/xyk0HaUae6
— best of ben affleck (@BstOfAffleck) January 23, 2021
Llegó a pensar que se encasillaría en el papel de bully hasta que Smith le dio su primer papel protagonista en la comedia romántica indie Persiguiendo a Amy (1997), donde Affleck iniciaba una relación con una mujer lesbiana. Su personaje era sensible, tierno, irónico y, lo más importante, guapo incluso con perilla. Hollywood, siempre ansioso ante el descubrimiento de un nuevo galán, se preparó para fagocitarlo. Antes de que Persiguiendo a Amy se estrenase ya estaba sentado en el despacho del director de Armageddon, Michael Bay, escuchando la ruta que debía seguir para convertirse en héroe de acción.
Tal como reconoció la productora Jennifer Klein, le dijeron: “Vas a tener que ir al gimnasio, broncearte y cortarte el pelo”. A Jerry Bruckheimer no le gustaban sus dientes: “Tiene dientes de leche. Le arreglé los dientes a Tom Cruise y también voy a arreglárselos a él”. Cada cierto tiempo la industria pone sus ojos en algún actor de comedia y lo procesa hasta convertirlo en un amasijo de músculos. A veces sale bien (Chris Pratt), a veces es raro (John Krasinski) y a veces algo que habrías preferido no ver nunca (Kumail Nanjiani). Affleck se enfrentó dignamente a Bruce Willis, y su química con Liv Tyler, y especialmente el I don’t wanna miss a thing de Aerosmith hizo que olvidásemos la sonrojante secuencia de las galletas que nos hacía desear que ese asteroide del tamaño de Texas aterrizase cuanto antes.
Lo importante es que recaudó más de 500 millones de dólares y todo el mundo reparó en lo guapo que Affleck estaba en camiseta. Había nacido una estrella y además era inteligente. Él y su amigo de infancia Matt Damon habían vendido por 600.000 dólares un guion sobre el que llevaban años trabajando: El indomable Will Hunting, que con nueve candidaturas fue la segunda película más nominada por la Academia en 1997 por detrás de Titanic.
Affleck pasó de no poder pagar el alquiler a cobrar 12 millones de dólares por película. Salía con Gwyneth Paltrow y People lo eligió el hombre más sexy de 2002. El mundo estaba a sus pies. ¿Cómo se explica que apenas un par de años después Los Angeles Times escribiese un artículo en el que hablaba de su “caída”? La respuesta es una palabra que funde dos nombres: Bennifer.
El caso Bennifer
Tras la ruptura con Paltrow empezó a salir con la actriz, cantante, bailarina, empresaria y diva a tiempo completo Jennifer Lopez y, al estilo de las grandes parejas (Burton y Taylor, Hepburn y Tracy, Bacall y Bogart), se embarcaron en un proyecto cinematográfico. Affleck, que ya había demostrarlo su poder deslesbianizador en Persiguiendo a Amy, volvió a repetirlo en Una relación peligrosa (Gigli), la historia de un delincuente de poca monta que se enamora de una asesina a sueldo lesbiana, quien, como solía pasar con los homosexuales de ficción hasta hace relativamente poco, acababa siguiendo el camino recto y volviéndose heterosexual.
La película tuvo una taquilla casi testimonial y críticas nefastas. “Una vez que desaparece la emoción schadenfreudiana de ver a gente hermosa humillarse, sucede lo mismo con nuestras ganas de vivir”, escribió Jeff Giles en Newsweek. ¿Habría pasado lo mismo si la protagonista femenina hubiese sido la prevista Halle Berry? ¿Es una película tan nefasta? La verdad es que no es peor que la mayoría de películas de Jennifer Lopez. Su fracaso tuvo más que ver con el hartazgo que el público empezaba a sentir. A la gente no le gustaba la pareja y mucho menos su ubicuidad. Y eso que no existían las redes sociales, pero los tabloides los convirtieron en su menú del día. “¿Y quién los alimentó?”, se preguntaba un ejecutivo anónimo en Los Angeles Times. “No culpo a los tabloides porque, si le compras a tu novia un anillo de diamantes de seis quilates y vas a los estrenos en un Bentley blanco como John Travolta en Fiebre del sábado noche, les estás dando lo que quieren”.
“Ese tipo de cobertura roba la mística a las estrellas de cine”, se lamentaba Harvey Weinstein, entonces gran amigo de Affleck. “La gran lección que Paul Newman y Robert Redford me enseñaron es que hay que salir, promocionar tu película y luego huir y esconderte”. En un movimiento sonrojante que bien manejado podría haber resultado irónico y dar una capa de blancor a una relación que empezaba a resultar estomagante, plasmaron su historia en el videoclip Jenny from the Block, algo que el actor lamentaría años después.
Si el atractivo físico de Affleck lo había convertido en el más prometedor de la pareja de amigos que iba a dominar Hollywood, pronto las casas de apuestas movieron sus fichas a la casilla Damon, que triunfaba como el oscuro y fascinante protagonista de El talento de Mr Ripley (1999) y como el heroico Jason Bourne. Nada le funcionaba a Affleck. Pearl Harbor (2000) nació para ser un Titanic del aire, pero a pesar de su buena recaudación no calentó los corazones de los espectadores. Tampoco despertó entusiasmo como el nuevo Jack Ryan en Pánico nuclear (2002), tras Alec Baldwin y Harrison Ford. Affleck y Lopez se comprometieron, pero la boda se pospuso debido a la “excesiva atención de los medios de comunicación”, lo que utilizando un traductor relaciones públicas/castellano significa que a la cantante no le hizo mucha gracia la visita de Affleck a un club de striptease.
Otra Jennifer
Pero Hollywood siempre da una segunda (o duodécima) oportunidad a un hombre guapo. Su papel como George Reeves, el primer Superman, en Hollywoodland (2006) le hizo ganar la Copa Volpi en Venecia. Apostó por proyectos más pequeños y se puso tras las cámaras para demostrar que su premio como guionista no había sido casualidad. Adiós, pequeña, adiós (2007) y The Town (Ciudad de ladrones) (2010) le hicieron ganarse el respeto de los estudios y Argo (2012) le confirmó como director: obtuvo tres Oscar de nueve nominaciones, aunque ninguna fuera nominalmente para él.
Su nueva vida incluyó una nueva pareja, Jennifer Garner, con quién había trabajado en Pearl Harbor. En 2005 les casó Victor Garber, padre de Garner en Alias. Los nuevos Bennifer no tuvieron una exposición mediática al nivel de los primeros, pero sí un final movido: tras una década y tres hijos en común se separaron en 2015. Si la primera vez el motivo fue un club de striptease, ahora tocaba otro cliché: la niñera. El divorcio coincidió con el rodaje de Batman y Superman: el amanecer de la justicia. Su elección como hombre murciélago no había sido bien recibida por los fans, que pusieron en marcha una petición en Change.org para que abandonase el proyecto firmada por 100.000 fans disgustados.
“Llevé el traje a la fiesta de cumpleaños de mi hijo, valió la pena cada momento de sufrimiento en La Liga de la Justicia”, declaró años después. ¿Y cuál fue ese “sufrimiento”? “Empecé a beber demasiado en aquella época, y es algo difícil de confrontar, enfrentar y tratar”, explicó. “He estado sobrio durante un tiempo, y me siento más saludable que nunca”.
Ante Howard Stern admitió que los problemas en su matrimonio habían influido en su descenso a los infiernos. “No podía irme por mis hijos, pero no estaba feliz, ¿qué hago? Lo que hice fue beberme una botella de whisky y quedarme dormido en el sofá, que resultó no ser la solución”.
No era la primera vez que le sucedía. En 2001 había ingresado en el centro de rehabilitación Promises en Malibú para recibir tratamiento contra el alcoholismo. Affleck nunca ha ocultado sus problemas de depresión y adicciones. Una realidad que conocía muy bien. Su padre es alcohólico y recuerda haberlo visto beber todos los días y haberse sentido “aliviado” cuando sus padres se divorciaron a sus 11 años.
Affleck está triste
Mientras Affleck lidiaba con sus demonios y la recepción no demasiado entusiasta de su Batman, el mundo, o más bien el mundo que tiene conexión a Internet y mucho tiempo libre, se tronchaba con el meme sad Affleck. Durante una entrevista promocional de la película al lado de Henry Cavill había mantenido una expresión ausente durante unos segundos y las redes no necesitaron más. Un youtuber le puso el The sounds of silence de banda sonora y el vídeo se hizo viral.
No era el primer actor reducido a meme, ni siquiera a símbolo de tristeza: ya había sucedido con Keanu Reeves, pero, si en el caso de Reeves había cierta ternura, en el de Affleck siempre había un poso de escarnio. En su escrutadísima relación con Ana de Armas algunos vieron un movimiento publicitario, aunque también puede ser pura casualidad que cada vez que una actriz extranjera llega a Hollywood se enamore de su compañero de rodaje y se cruce a diario con cuanto paparazzi está censado en California.
En alguna ocasión el actor utilizó la locura de las redes en su propio beneficio. Su aparición en Perdida (2014), de David Fincher, no fue escrutada por sus dotes interpretativas sino por su pene, que aparecía en plano tan brevemente que Vulture elaboró una guía para detectarlo en la pantalla que incluía la sugerencia del uso de prismáticos. Demostrando que le va la marcha, el propio Affleck aumentó el interés sobre el suceso al declarando a MTV que efectivamente el pene, aunque breve, estaba ahí. “¡Es un pene IMAX! Tienes que pagar quince dólares para verlo en 3D... Es mejor en 3D”.
Un giro de guion digno de Perdida fue el que nos trajo en 2021 al Bennifer original: Ben Affleck y Jennifer Lopez se reconciliaron y se casaron 17 años después de su ruptura y se convirtió de nuevo en el tema favorito de los tabloides y en una cornucopia de nuevos memes. El Affleck triste fue eclipsado por el Affleck exhausto por la supuesta fogosidad de López. Si nos basamos en las redes sociales, Ben Affleck sigue importando; si nos atenemos a los resultados de taquilla, parece que sus películas no tanto. En 2023 es más fácil recordar su último meme que el título de su último estreno. Es Hypnotic. De nada.
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