Una isla-boutique o una mole brutalista entre volcanes: así son los espacios más excéntricos del lujo moderno
Con Asia como continente pionero en la materia, las marcas más inaccesibles e imitadas se alejan de lo mundano para acercarse a su público. Delirios de grandeza o no, escatimar no es la cuestión
Tras la pandemia, el lujo ha dejado definitivamente de esconderse. Y no en el sentido figurado. Aunque la tendencia global de este 2023 sea conocida como “lujo silencioso” -vestir con prendas que rondan las cinco cifras pero sin que eso sea evidente), la manera de mostrarlo a través de sus tiendas insignia, eso que los anglosajones han normalizado con el término- flagship store, o acciones más efímeras bajo el rótulo de pop up, no es precisamente discreta.
Hablamos de tiendas titánicas donde más es siempre más, con edificios que parecen desafiar las leyes de la gravedad sobre el agua o utilizan la luz como si fuera metal o ladrillo. Asia es el epicentro de este movimiento. La prueba es la mastodóntica pop up store que Burberry levantó a finales de 2021 en las laderas de Jeju, la isla del estrecho surcoreano conocida por sus balnearios, los cráteres y tubos de lava que han perforado en forma de cueva volcánica su interior.
Este paraje natural, una de las siete maravillas naturales del mundo, fue durante meses tomada por la firma británica para hacer realidad su mayor experiencia inmersiva hasta la fecha. Integrado en una gira internacional de tiendas pasajeras por todo el mundo, el proyecto abarcó una instalación efímera en forma de escultura brutalista, de madera contrachapada y con una cobertura de espejo de policarbonato reflectante, que fracturó por completo el paisaje a las faldas del Hallasan, la montaña más alta de Corea del Sur.
Su fachada ondulada, que refleja el cielo y las colinas cercanas como si fuera las líneas de contorno usadas en los mapas topográficos, cristalizó el objetivo de borrar los límites entre la naturaleza y lo humano, entre la realidad y el mundo virtual, con la videoinstalación de los artistas digitales Maotik, Cao Yuxi y Jiayu Liu que permitía a los clientes interactuar con su alrededor. La alta gastronomía cerraba la experiencia con el Thomas’s Cafe, en honor a su fundador Thomas Burberry, una cafetería de tonos beige y estampaciones de ciervos regentado por el chef pastelero Justin Lee. Como contraprestación, la firma británica se ha asociado durante cinco años con la organización sin ánimo de lucro Jeju Olle Foundation que preserva la belleza natural de la isla.
Esa manera sobredimensionada de intervenir el espacio lleva siendo durante décadas el sello visible de numerosas flagship stores en Asia. Casi al mismo tiempo en el que Prada Epicenter de Nueva York cobraba vida en un antiguo espacio del Guggenheim del SoHo, en 2001, la firma italiana contrató al estudio suizo Herzog y de Meuron para levantar su buque insignia de Japón. Con seis plantas y una retícula diagonal que genera un efecto óptico sobre la impresionante cubierta de cristal, sigue siendo hoy uno de los edificios más emblemáticos de Tokio.
Ese mismo año, Hermès aterrizaría en Japón, concretamente en el lujoso barrio de Ginza para dar rienda suelta a un espacio de más de 6.000 metros cuadrados repartidos en 13 plantas, tres de ellas subterráneas. Con 45 metros de altura, su actual sede central en Asia alberga tanto espacios comerciales como talleres, oficinas, zonas expositivas y multimedia, y un jardín en la azotea de estilo francés. Una obra compleja que lleva la rúbrica de un maestro en la construcción de edificios versátiles, el italiano Renzo Piano (autor del Centro Georges Pompidou en París o el rascacielos The Shard de Londres). El ganador del Premio Pritzker fabricó para la ocasión un ladrillo de vidrio experimental con el que cubrir toda la fachada del edificio, tomando como inspiración la poética Maison de Verre de París, diseñada a finales de los años veinte por Pierre Chareau y Bernard Bijvoet.
Dos décadas después, en ese mismo distrito y justo en la esquina que ocupó su primera boutique japonesa en 1981, Louis Vuitton alzó un nuevo reto futurista, reconocible a kilómetros de distancia por la fachada de vidrio madreperla que imita las olas del agua bajo un manto de reflejos iridiscentes. Fruto de la unión de dos mentes brillantes, Jun Aoki y Peter Marino, esa temática acuática y lumínica se reproduce también en su interior decorado con una escultura gigante de una medusa, mobiliario de Pierre Paulin o Isamu Noguchi (entre otros) y una escalera ondulada que conecta las cuatro plantas con las colecciones de la firma y colaboraciones limitadas, además de salas para clientes VIP y un café gastronómico.
Pero esta no es la gran proeza de Louis Vuitton en Asia. Fue en 2011 cuando el grupo de lujo LVMH marcó un antes y un después en la concepción de tiendas totales con la inauguración de su isla-boutique en Singapur. La marca francesa volvió a contar con Peter Marino –pensador del lujo moderno en cuestión de arquitectura y decoración– junto al arquitecto israelí-canadiense Moshe Safdie, conocido por el proyecto residencial Habitat 67 en Montreal y por ejecutar Marina Bay Sands, un complejo de edificios en la bahía de Singapur con casinos, centro comerciales y el que fue considerado durante un tiempo el hotel más caro del mundo.
En Marina Bay ambos creativos hicieron realidad la primera tienda flotante del mundo, un pabellón de cristal de unos 2.300 metros cuadrados que parece emerger de las aguas. Conocida como Louis Vuitton Island Maison, esta estructura colosal integra 300 paneles de tragaluz y muro cortina revertidos por una membrana resistente a los rayos UV con la que proteger los artículos de lujo expuestos en el interior. Todo un símbolo del skyline local que conecta con tierra firme a través de un túnel submarino, y cuenta con una logia al aire libre que recuerda a la cubierta de un yate para que la clientela pueda relajarse frente al horizonte.
La totémica fachada color jade de Bvlgari, creada por el estudio MVRDV con botellas de champagne recicladas en Shanghái, la flagship store de Dior en Corea del Sur con una escultural carcasa en forma de vela realizada en resina de vidrio y fibra de vidrio, o el sueño gótico para la marca coreana Juun J en Seúl que ejecutó WGNB basado en una mole de cemento vidriado donde prima la oscuridad, el minimalismo absoluto y el uso exclusivo del negro en todo el edificio, son ejemplos de cómo los gigantes asiáticos llevan la delantera en eso de sobredimensionar una tienda por todo lo alto.
Pero Occidente tampoco escatima y se ha sumado durante los últimos años a esta megatendencia. El espacio más reciente ha sido ejecutado en Bratislava por el premiado estudio D415 para la tienda conceptual SOM Store, un local destinado a jóvenes diseñadores eslovacos que destaca por la enorme cuadrícula que dibuja el techo, una caja registradora que flota en el aire o las paredes rotadas de acero en un ángulo de 45 grados que esconden la ropa para incitar a la curiosidad.
Ligadas a menudo a conceptos fugaces en forma de tiendas pop-up –de la odisea azul creada por el estudio OMA para Tiffany & Co en París con la que festejar los 185 años de historia de la marca de joyería, al diseño rupturista de los holandeses Random Studio para evocar el cuerpo de la mujer en el 30 aniversario de las fragancias de Mugler, o la estética brutalista de la tienda efímera de Suot Studio en la madrileña Plaza Canalejas, como ejemplos– a veces concebir un espacio a lo grande se queda grabado para siempre.
Dolce & Gabbana quisieron hacer alarde de su barroquismo italiano con una boutique en plena Piazza di Spagna que parece querer competir en ostentación con el mismísimo Vaticano. Anclada en un majestuoso palacio del siglo XVI, Domenico Dolce y Stefano Gabbana no han escatimado en lujo a la antigua usanza para diseñar su buque insignia en Roma. Eric Carlson, arquitecto del estudio Carbondale, fue el encargado de interpretar la teatralidad decadente de los italianos entre futuro y pasado, a partir de una vertiginosa escalera de mármol, dos enormes cúpulas recubierta de mosaicos de piedra engarzados a mano y frescos digitales que se proyectan sobre el techo como si fuera La Capilla Sixtina.
Con el imaginario modernista de las calles de Miami de cerca y el objeto que creó para la maison Louis Vuitton en 2017 –The Diamond Screen, un biombo de módulos como parte de la colección Objets Nomades–, Marcel Wanders concibió otra boutique de dimensiones espectaculares. La tienda de Louis Vuitton construida a finales de 2021 en el corazón del Miami Design District destaca por su cobertura hexagonal, construida a partir de placas de metal cortadas con láser que se inspira en el Monogram de la firma y los detalles de rejilla que adornaban sus baúles históricos. Cuando el reflejo de la luz del sol incide sobre el edificio crea un patrón de sombras en el interior, proporcionando una ilusión en relieve.
En otras ocasiones, la mayor excentricidad puede residir en la ausencia completa de todo, como una tienda de lujo cerrada a cal y canto en medio del desierto. En medio de la autopista 90 que atraviesa el estado de Texas, el escaparate de Prada Marfa muestra treinta y un accesorios entre bolsos y zapatos de la marca italiana pertenecientes a su colección otoño invierno 2005, sin horario de apertura al público ni personal que atienda a la clientela interesada o curiosos que vayan de paso entre la frontera de Estados Unidos y México.
En realidad no es una tienda de Miuccia Prada –aunque la marca cediera la mercancía– sino una instalación creada por los artistas escandinavos Elmgreen & Dragset en 2005, influenciados por las obras de land art que hicieron furor en los años sesenta y setenta. A pesar de haber sido objeto de vandalismo varias veces, su popularidad sigue en aumento, todo un decorado de selfies para anónimos y personalidades (como el que se hizo Beyoncé en 2014) y cuenta con el respaldo de las organizaciones Ballroom Marfa y Art Production Fund para seguir en pie durante mucho tiempo. Quizás materializar esa idea de deseo, inaccesible pero eterno, sea el verdadero significado del lujo.
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