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Edificios al servicio del paisaje: el estudio catalán que reivindica la naturaleza como elemento constructivo

SAU Taller d’Arquitectura acaba de ganar su primer gran concurso gracias a la construcción del nuevo pabellón de deportes de Palamós y a su afán por dar respuestas de calidad a las necesidades de la gente

Ampliación de vivienda en Sant Joan de les Abadesses, de 2019.
Ampliación de vivienda en Sant Joan de les Abadesses, de 2019.Andres Flajszer
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En el mismo momento en que se terminaba esta conversación el pasado 8 de septiembre, sonó el teléfono en las oficinas de Taller SAU y al otro lado de la línea una voz anunció que habían ganado su primer gran concurso: la construcción del nuevo pabellón de deportes de Palamós. Un salto de escala considerable que, de alguna manera, se venía anunciando por los numerosos reconocimientos que desde hace tiempo atesora este estudio multigeneracional nacido en Sant Joan de les Abadesses, pero también con despachos en Barcelona y Puigcerdà. “Los concursos son una lotería, esta vez ha tocado”, sonríe Pol Jordà, joven arquitecto al frente del estudio, que lamenta que hoy esté de vacaciones su padre Lluis Jordà, quien fundó el estudio hace 35 años. Padre, hijo e hija, es decir, Lluis, Pol y Nuria Jordà dirigen y coordinan un estudio especializado en arquitectura y paisaje. Una apuesta por experiencia y juventud, por rigor y talento, por racionalidad y funcionalidad.

Para muestra, conviene destacar obras premiadas y seleccionadas en importantes Bienales de arquitectura y urbanismo en las que se prioriza el entendimiento con la naturaleza, el deseo de dar respuestas eficientes a retos constructivos comprometidos con los entornos y con la tradición de cada uno de ellos sin renunciar a la emoción y a la poesía. Proyectos como el Embarcador de Manlleu, pasarela peatonal sobre el río Ter que une La devesa y el Embarcador, dos zonas de la ciudad separadas hasta entonces por esta barrera natural, sobre la que hoy no hay un transeúnte que no se divierta, pues ha devenido el catalizador de las actividades lúdico-culturales, deportivas y pedagógicas en las dos orillas; o Ribes Enllaç, la estación del Cremallera de Núria en Ribes de Freser, una estructura metálica tridimensional integrada en el paisaje por su condición de horizontalidad (no deja de ser un paisaje ferroviario), o, por supuesto, y quizás este sea el ejemplo de integración en el paisaje más brillante, la Sala Polivalente y Centro de actividades en Les Lloses.

En el despacho de Barcelona, frente a la playa de Poble Nou, entre croquis, fotografías, dioramas y llamadas perdidas, Pol Jordà habla a borbotones coincidiendo cada tanto en la importancia de los orígenes y en el concepto de arquitectura evolutiva. Pol entiende la arquitectura desde la globalidad, subrayando aspectos determinantes como las instalaciones, el cálculo de estructuras o el control energético. “Cuando se hacen edificios públicos tenemos mucha responsabilidad, las cosas tienen que funcionar”.

“De mi padre aprendí el amor por el oficio, intentar hacer cualquier cosa lo mejor posible. Siempre que estamos ante una disyuntiva en un proyecto, él pregunta: ¿esto cómo lo haría el abuelo? Mi bisabuelo era pagès, vivía en Can Sau, de ahí venimos, nos gusta hacerlo como lo hacen los payeses, lo que se puede hacer fácil, no lo compliques con filigranas. Intentamos aplicar la funcionalidad de lo lógico, entendida desde la austeridad y la sensibilidad constructivas. Sea cual sea la escala, el proyecto siempre debe pivotar sobre tres puntos: situación, función, emoción”.

Pol se formó en la Escuela de arquitectura del Vallès (ETSAV), admirando a profesores como Emiliano López y Toni Gironés, y en Berlín con Jean-Philipe Vassal (premio Pritzker 2021 junto a Anne Lacaton). Por si fuera poco, el año que pasó en Berlín, 2010, Pol habitó en la Unité d’ habitation de Le Corbusier, “una experiencia brutal –recuerda– aunque también fue impresionante el cambio de Sant Joan a Barcelona con 18 años”. La filosofía SAU tiene una estructura muy definida: “La funcionalidad y el uso en el centro, y a partir de ahí resolver problemas en un sentido amplio: problemas formales, climáticos, todo en paralelo. Lugar, función, emoción... ninguna debe de estar por encima de la otra. Además, hay que entender el contexto, porque en arquitectura los parámetros los da igual el dinero que tenga el promotor como la orientación o las vistas”.

Las obras de SAU se reparten entre viviendas particulares (la casa Migdia de Granollers fue la primera, y atención especial merecen Can Biel y las Casas Vivet de Vidrà, un proyecto promovido por la Carpintería Vivet de Vidrà, con bajo impacto ambiental y alta eficiencia energética), obra pública, edificios de oficinas y edificios industriales, algo muy importante para ellos (como demuestra la relevancia de su OCAitv, reluciente edificio de inspección técnica de vehículos de Alcorcón –una nueva y colorida mirada a la arquitectura industrial–) o la estación del Tren Cremallera de Nuria, con su lenguaje neutro, esa estructura aporticada repetitiva de diente de sierra. “El paisaje no es un tema estético, es también social –opina Pol– fíjate que en mi memoria emocional hay tres cosas determinantes: la primera es Can Sau, la casa de mis bisabuelos, se ha ido transformando en el tiempo, relevando esa idea de que la arquitectura añade, se adapta, se transforma… un ejemplo ultra tectónico donde todo lo construido requiere mucha energía, piedra a piedra, allí ningún esfuerzo es en vano. La segunda son los edificios noucentistes de Raimon Duran i Reynals, la simple depuración del clasicismo de los años treinta, hice toda mi escolaridad en un edificio de Duran i Reynals, y algo queda. Y la tercera, las grandes naves de la industria textil. Esta creo que merece ser reivindicada. Su eficiencia en la estructura ha marcado también nuestra arquitectura”.

Al hilo de esta declaración de intenciones aparece el tema tan delicado y a la vez tan de moda de las casas prefabricadas ante el que Pol salta al instante: “Jean Prouvé no hacía casas prefabricadas, sino pre industrializadas, estudiaba el sistema, no renunciaba al hecho arquitectónico. Ahora salen mil cosas prefabricadas y hacen un objeto, pero la arquitectura tiene que alejarse del objeto, la arquitectura es un lugar, un sitio y un momento, orientaciones, clima, funcionalidad....”

El ideario de SAU podría basarse en la máxima siguiente: con lo mínimo hacer lo máximo. “Nosotros trabajamos quitando y dejando descansar para darnos cuenta de lo que sobra, la clave es ser contemporáneo y no hacer el ‘notas”, ríe Pol. “La arquitectura es vocación de servicio, trabajamos para alguien, hay que entender sus necesidades y resolver sus problemas, nos contratan para eso y los clientes forman parte del diseño, hay miles de reuniones, les pedimos referentes, cómo viven, qué les gusta...”. Quizás por esa búsqueda permanente de pureza, Pol se muestra crítico con los proyectos que se definen únicamente en función de la sostenibilidad a expensas del cambio climático: “Ya no hay que hablar de eso, tiene que ser un común denominador. Nadie se pregunta si en un edificio tiene que entrar agua o no. Hoy no tiene que ser eso un argumento de proyecto. Hubo una época en que todo era explicar los proyecto desde la sostenibilidad, pero hoy en día es evidente, debe ser así, no hay alternativa”.

Una llamada entrante hace vibrar el móvil sobre la mesa. Le pido que responda, pero prefiere seguir hablando de los retos a los que se enfrenta un pequeño estudio de arquitectura en un mundo dominado por nombres estrellados. “Cada proyecto crea sus preguntas y uno debe ser preciso en las respuestas. Hay que ir al terreno, por la mañana, por tarde, ir al bar del pueblo, hablar con la gente, hay que saber las necesidades. El reto esta en dar una respuesta de calidad a las necesidades de cada proyecto”.

El reincidente concepto de arquitectura evolutiva nos lleva a cuestionar si también son evolutivos los referentes. “Los referentes cambian constantemente en función de lo que vives y sientes… el primero que podría decir es a Lluís, aprovechando que él no esta aquí, o muchos profesores, o a los clásicos como Aino y Alvar Aalto, Allison y Peter Smithson, Prouvé, Murcutt…, y evidentemente contemporáneos como Lacaton/Vassal, Arrhov Frick, Caminada, Hasegawa, Geers y Van Severen… Los nombres son interminables, de hecho cambiantes, siempre había tendido a criticar a Le Corbusier y ahora estuve en Ronchamp y en La Tourette y la verdad, he cambiado de opinión.... y ahora, sí me permites, voy a coger el teléfono”. Bien joué!

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Sobre la firma

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Es autor de las novelas 'Los Baldrich', 'La estación perdida', 'Los buenos amigos' o 'Jauja' y del libro de viajes 'París'. Su obra narrativa ha obtenido varios premios. Es profesor en la Universidad Sciences Po de París. Como periodista fue Premio Pica d´Estat 2011. Colabora en El Ojo Crítico de RNE y en EL PAÍS. 'Verso suelto' es su última novela

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