Quitarse de en medio
En Barcelona, entre Montmeló y Montornès del Vallès, el yacimiento romano de Can Tacó es hoy, además de un sitio arqueológico del siglo II a.C., un espacio natural, un jardín donde el arquitecto Toni Gironés ha sabido ordenar sin imponer(se)
Todos los niños escolarizados en Cataluña visitan de pequeños, en excursiones escolares, los campamentos militares romanos de Ampurias, en Girona, y Tarraco, que fue Tarragona. Sin embargo, restos romanos continúan aflorando por toda la Península. En los últimos años, han aparecido nuevos yacimientos antiguos —con una cultura material itálica que emplea la cerámica como material constructivo y la pintura mural— en torno a una red viaria primitiva en el nordeste de la Península.
Es el caso de Can Tacó, que está en Barcelona, cerca de Montornés del Vallés. Este yacimiento romano se encuentra en el Turó d’en Roina, un monte cerca de la confluencia entre los ríos Congost y Mogent que es donde el río Besós nace e inicia su recorrido hasta su desembocadura en el Mediterráneo, tras circular por las laderas a lo largo de 20 kilómetros. Es importante tener en cuenta ese entorno natural porque cuando al arquitecto Toni Gironés y a su equipo les pidieron recuperar el sitio arqueológico —muy deteriorado— ellos propusieron un doble rescate: recuperar también ese patrimonio natural, esto es: el pequeño bosque de robles y encinas que ocultaba las ruinas romanas. Se trata de reconstruir un lugar, pero también una manera de educar. Y de construir: la recuperación de un sitio arqueológico puede realizarse sin destrozar el paisaje.
Hoy, los restos arqueológicos permiten adivinar una gran domus romana. La geometría de los espacios se entiende a partir de esos restos. Sin embargo, al estar el sitio edificado por sucesivos aterrazamientos construidos con piedra licorella local, lo que había sido un importante asentamiento previo a la construcción de la Vía Augusta, es hoy un mirador que otea las comarcas del Vallès. De ahí la idea de cuidar presente, pasado y futuro, mezclando cultura construida con vegetación viva.
Gironés y su estudio recuperaron las trazas romanas tratando de, con mínimos gestos arquitectónicos, reconstruir la huella del espacio (el trazado y los muros). Más allá del espacio también rescataron el material: las gravas y rocas de la antigua cantera. Los estudiaron y lo reordenaron para utilizarlo en la reconstrucción. En la recuperación tuvo tanto peso la sombra de un gran pino o un sendero entre robles y encinas que los gestos que fueron perfilando la antigua edificación romana. Un primer mallazo de acero contiene las nuevas piedras para anunciar la intervención, sutil pero clara. Los planos horizontales indican los lugares de tránsito. Un segundo mallazo de acero, más denso pero también muy delgado, marca volumétricamente el lugar. Y construye un cortinaje, un telón de fondo donde se proyectan diversos restos arqueológicos. Es así como queda establecido un diálogo entre la montaña y su pasado, la piedra y el acero, la vegetación y la industria.
Gironés habla de un paisaje de acumulación que es, sin embargo, dinámico por el contacto entre las partes y por la necesidad de, lejos de borrarlo o ignorarlo, poner en valor lo preexistente: árboles, rocas y la huella de antiguos muros. Se trata de evolucionar para que la recuperación de un sitio de información arqueológica no haga desaparecer un parque natural. Eso consigue Can Tacó y su mirador sobre el recorrido del río Besós.
Babelia
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