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La doncella y el mal
La doncella y el mal. Esta obra tiene casi treinta años. Tuvo el Premio Lope de Vega; como tantas otras, se escamoteó la cláusula que hacía obligatorio su estreno en el teatro Español, y la censura la prohibió. Fue una inesperada suerte para el escritor: se fue a Francia, se forzó en el otro idioma, y publica allí felizmente, con buen éxito, sus novelas. Aquí es casi desconocido. En 1991 estrenó Mrs. muerta Smith: tuvo, más que éxito, reconocimiento, y nuestra admiración. Después, Los gatos: lo mismo. Es un autor recuperado, querido. Nada, sin embargo, le va a compensar por sus años de exilio y por su escritura en lengua extranjera. Temo que esta tercera obra que estrena en España, no sea mejor que las anteriores. Se le nota el tiempo: el retrato de la, corte franquista en 1966 no tiene! vigencia en 1994, en que ya necesita pocas metáforas para ser descrito, y pocas claves de vanguardia para poder ser expresada en su decadencia y horror. Se nota también el tiempo pasado en la estructura, en su longitud, en su confianza en la fuerza del diálogo que termina por ser reiterativo, aunque haya que hacer expreso aquí el juicio de que su escritura en castellano es excelente, y su pensamiento claro. Pero tiene valores permanentes. Supongamos que el personaje principal, la doncella, llamada aquí Casandra, aunque a veces recuerda más a Juana de Arco, representa la Verdad, con mayúscula; tratan de reducirla al silencio cortándole la lengua; además, la envían al destierro. Puede representar también al Autor; y al Hombre, y Cristo y Dios, porque hay mucho de auto sacramental laico en esta obra. Y a la Esperanza. No importa la multitud de acepciones: en la mente del hombre, pueden ser una sola, y también el tiempo se percibe en la condición de obra abierta, en la que el espectador debe colaborar (no está hoy con muchas ganas). Este valor de libertad, verdad, etcétera, que es un efluvio permanente en la obra, no deja de ser válido en este momento de descalabro, en el que la Palabra se pierde, o se arrebata o sufre las violaciones continuas de la semántica. En ese aspecto simbólico, naturalmente, los personajes ya no son la corte de Franco; podrían ser otros distintos, pero su revestimiento y sus nombres no corresponden.Tiene también la permanencia de una belleza: la del lenguaje no es solamente de palabras o de sonoridad, sino de conceptos, de idealismos, de aforismos incluso. Con tanta facundia que llegan a cansar.