Arnold Schwarzenegger presenta su autobiografía... en fotos: “Soy el típico caso de éxito estadounidense”
El actor y exgobernador de California publica un libro de retratos junto a Taschen donde repasa su carrera y que mostró a mil fans la noche del miércoles en Los Ángeles. “Éramos perdedores”, relató sobre una infancia marcada por la obsesión con el sueño americano
El joven Arnie siempre quiso ser estadounidense. Siempre. Desde chiquillo, cuando vivía en una vieja granja de una aldea al sur de Austria, en la pobreza, con una madre que pedía comida para sus dos hijos y un padre con creencias nazis que le arreaba con el cinturón. Entonces, él ya sabía que su futuro estaba a muchos kilómetros al otro lado del Atlántico. Esta semana, más de siete décadas después de aquello, Arnold Schwarzenegger (Thal, Austria, 75 años), culturista adelantado a su época, cinco veces Mister Universo, actor de medio centenar de títulos, empresario de éxito, dueño y señor de Terminator, dos veces gobernador del Estado de California (EE UU) y estrella global por definición, ha querido hacer una pausa y dar las gracias.
El entusiasmo estaba servido y Arnold no defraudó ni un milímetro. La pasada noche del miércoles 28 de junio, los protagonistas eran la editorial Taschen, el joven Museo de la Academia de Cine de Los Ángeles y los casi mil fans —966, todo vendido— que el actor Arnold Schwarzenegger concentró en el auditorio del museo para acudir a la charla con motivo de la presentación del libro del “atleta, actor, americano y activista”, como él mismo se define en el volumen, llamado Arnold. Primero le presentó Doris Berger, vicepresidenta del museo y “compatriota austriaca” cargada de orgullo que le dio las gracias por ser “un héroe de acción”; y después Benedikt Taschen, alemán y fundador de la editorial, que afirmó que Austria era el país de “Mozart, Sissi y Freud” y que en el siglo XX había dado “talento y diversidad” como los de “Kafka, Klimt, Hedy Lamarr y Billy Wilder, que dieron forma al paisaje”, y que abrieron camino a Arnold. A él le definió como “la estrella más grande del mundo, que lo ha conseguido pese a ese nombre de 20 letras”, dijo ante las risas de los asistentes.
Una serie de alabanzas que dieron paso a una conversación entre Schwarzenegger y Dian Hanson, editora de su libro y ya amiga, como dejó clara la vivaz conversación entre ambos. El volumen ha tardado más de 10 años en gestarse debido, sobre todo, a las dificultades para conseguir los derechos de las fotografías, tomadas por maestros como Andy Warhol, Richard Avedon y Herb Ritts, y del que se han creado tres ediciones diferentes. El volumen (en realidad dos volúmenes, uno más pequeño con imágenes íntimas y otro a lo grande, el clásico formato de coffee table book que ha dado fama a Taschen) pesa más de 7,5 kilos y cuesta, en sus tres versiones, 1.250 euros, 2.500 euros y, si se quiere con atril en forma de capitel jónico, para acompañar a la decoración del salón, 3.000 euros. Todo para narrar paso a paso la consecución de un sueño americano, literalmente en este caso, de libro.
La introducción de la autobiografía gráfica —con poderosas imágenes de todas sus etapas, desde aquellas de los brazos de toro bravo a las más recientes, cuando pasó ocho años sentado a diario junto a una bandera— sirvió como pretexto para desgranar anécdotas de la infancia y para que persona y personaje se fusionaran. “Siempre le digo a la gente que soy el típico caso de éxito americano. Me dicen que soy el perfecto ejemplo de hombre hecho a sí mismo, pero no es así. Nada lo he hecho por mí mismo, lo habéis hecho vosotros. Vosotros, los que me hicisteis ponerme la camiseta”, saludaba, muy consciente del gusto de su público, que después se quedó a ver un pase en 3D de Terminator 2.
“Mi madre iba por los pueblos pidiendo comida. Éramos perdedores. Estábamos en una cultura de guerra [Arnold nació en julio de 1947, dos años después de terminar la II Guerra Mundial], sin dinero, sin comida, con alcohol y mucha brutalidad, un mundo de lo físico. Crecí con una interesante combinación”, reflexionaba, asegurando que desde niño ansiaba salir de su país: “Estaba obsesionado con América. Veía la economía, que era hermoso. Con 10 años vi escenas en un vídeo: el Golden Gate, los rascacielos, las autopistas con muchos carriles... Todo era grande y hermoso”.
El culto al cuerpo empezó por ahí. Por aprovechar recursos y buscar una salida, probablemente la única que había. En palabras de Hanson: “Cuando los chicos son pobres, lo único que tienen son sus cuerpos”. “Y yo no quería jugar al fútbol”, afirmó él. Eran los años cincuenta, empezaban los sesenta. “Podía ser muy bueno en Austria, pero eso no me traería a América”. El culturismo era un deporte más al gusto del país de sus sueños, afirmaba, así que escogió bien a sus ídolos: “Lo leía todo sobre los campeones mundiales, entrenaba cinco horas al día. Mis padres pensaban que estaba loco. En mi habitación tenía fotos de culturistas. Mi madre siempre se las quedaba mirando: ‘Todos tus amigos tienen fotos de chicas... ¿Qué hemos hecho mal?’. Incluso llamó a un doctor: ‘Los chicos de esta edad alaban a hombres. No es gay’. Entonces era su mayor miedo”.
Entonces se lanzó al culturismo, ganando concurso tras concurso (siempre batiendo récords como el más joven en lograrlos) hasta que le hicieron una oferta para ir a Estados Unidos. Aún recuerda, medio siglo después, su llegada a Los Ángeles, con toda la épica necesaria para convertirlo en leyenda. “Me acuerdo de llegar al aeropuerto y besar el suelo”, aseguraba, entre la admiración de los congregados. Pero él sabía que la historia no iba a acabar ahí. Contrató una publicista, fue el primer culturista en hacerse con una. “La prensa escribía bobadas”, aseguró, “y yo quería enseñar que era algo bello, saludable”. Que no eran una pandilla de frikis levantando pesas en las playas de Santa Mónica. Y él lo demostró llegando a lo que quería: al cine.
“Toda mi vida me dijeron: ‘No. Es imposible”, aseguraba sobre su cambio a la industria del cine. El culturismo ya no le emocionaba y quería algo más, pero los estudios no le aceptaban por su acento. “Para una peli de nazis, vale, pero si quieres ser una estrella es imposible”, aseguraba Schwarzenegger ante las risas del público. Su fuerte acento alemán —aún presente, pero más suave gracias al paso del tiempo— no era lo único que no gustaba a Hollywood: tampoco su cuerpo, “demasiado grande”. “Eran los setenta, el ideal de hombre era... ¡Woody Allen! ¡Pero si eso es medio hombre! ¡Al Pacino! ¡Si pesa 60 kilos!”, lamentaba, tragicómico.
Todo cambió en 1984, cuando conoció a James Cameron, pragmático, clarividente, que le vio desde el primer instante como el Terminator al que estaba buscando: “Va a ser perfecto porque hablas como una máquina”. Su complicidad con el director se alargó con el tiempo, y llegó el éxito absoluto con una segunda parte en 1991, hoy de culto. “Jim Cameron es un gran director, un buen amigo, un tío brillante. Recuerdo que fuimos a Brasil, a visitar a una tribu del Amazonas, y cuando estábamos aproximándonos me dijo: ‘Aquí nadie va a conocerte, ojo con el ego’. ‘No te preocupes’, contesté. Y tenían pósters de mí en las cabañas”, contó entre carcajadas. “Jim alucinaba y decía: ‘Me he equivocado por primera vez en mi vida —Jim sí que tiene mucho ego—, pero es que nadie se lo esperaba”. Sin embargo, entre el público no estuvo el aclamado realizador ni rostros famosos, tan solo su novia, Heather Milligan, con quien mantiene una relación desde hace casi una década y a la que agradeció su presencia en las primeras filas.
Entre anécdotas y risas, Schwarzenegger habló de algunas de sus pasiones, como las redes sociales —”soy producto de la prensa, antes hacía conferencias y siempre estoy disponible para ellos, pero ahora mis vídeos tienen 5.000 millones de reproducciones en redes: podría hacer entrevistas hasta la eternidad y nunca tendría ese alcance”— o los animales. Su hogar acoge, entre otros y como se ve en el libro, a perros e incluso a algún burro. Sus nietos, los hijos de su hija Katherine, van a su casa una vez a la semana y él disfruta cuidando a los animales junto a ellos. “La verdad, nunca pensé en tener esta alegría extra, pero crecí en una granja. Y ellos les alimentan, les cuidan, yo les enseño a limpiarlos... Es fantástico”. El culturista, actor, estrella, gobernador y hombre de las mil caras, ahora también abuelo.
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