La Mansión del Chowfan, el restaurante chino de Vallecas cuyos principales clientes son venezolanos
Una familia venezolana regenta en Madrid el restaurante cantonés La Mansión del Chowfan, cocina heredada de los migrantes del sureste de China que se asentaron en el país latinoamericano con el auge del petróleo. Hay arroz frito y hay compatriotas sintiéndose en casa
En este chino no hay chinos comiendo. De lo que está repleto La Mansión del Chowfan, ubicado en Villa de Vallecas (Madrid), es de venezolanos. Roberth Chang y Andrea Pérez, un matrimonio que tuvo que abandonar Valle de Tuy (60 kilómetros al sur de Caracas) “por la situación del país, por la delincuencia”, abrieron este restaurante chino venezolano hace dos años y medio para ganarse la vida dando comidas. Chang, cuyos abuelos emigraron de Cantón a Venezuela a mediados del siglo XX —al igual que otros compatriotas atraídos por una economía lubricada por el petróleo—, empezó haciendo arroz frito al wok y pollo agridulce en su casa de Fuenlabrada y vendiéndolo a sus paisanos por Whatsapp. Cuando se vio preparado, convirtió un bar de barrio en un restaurante de seis mesas donde los venezolanos van a comer arroz salteado con cerdo, verduras, gambas…, arroz chow fan como el que preparaban los migrantes cantoneses en su país de acogida, como los abuelos de Chang.
Pérez, reclinada sobre una de las seis mesas de las que consta el alargado y estrecho local, describe la cocina que hacen. “Lo llamamos chino venezolano para diferenciarlo de los chinos que abundan en España, que son de origen mandarín. Lo que hacemos es cocina cantonesa”, relata. Fueron tantos los migrantes llegados de Cantón a un país en apogeo —se han publicado estudios universitarios que los cifran en 400.000— que su cocina pasó a formar parte de la cultura gastronómica venezolana. En La Mansión del Chowfan no hay fusión, todo resulta más simple. Se trata de una familia venezolana preparando comida cantonesa en un barrio del este de Madrid. Sus clientes, de mayor a menor afluencia, son sus compatriotas, otros latinoamericanos, vecinos del barrio y madrileños del centro que cuando traspasan la M30 por ocio lo llaman excursión.
Pollo ajonjolí, lumpias, costillas asadas…
Una pareja de vinagreras, las clásicas de vidrio y acero inoxidable presentes en los restaurantes de menú del día, reposan llenas hasta arriba de un líquido negro muy líquido y de uno rosa muy viscoso sobre un mantel de papel fucsia. El aceite y el vinagre han sido sustituidos por salsa de soja y salsa agridulce. Pérez da libertad al comensal para hacer con esas salsas lo que quiera. Hay quien le pone la agridulce a las lumpias, que son unos rollitos de primavera con zanahoria, jamón, repollo… (6,90 euros), o a las costillas de cerdo asadas (13 euros). Algunos le tiran soja al pollo ajonjolí, que lleva miel (10,50 euros), o al arroz especial (11,90 euros), “el plato que viene buscando todo el mundo, al que se le añade más proteína: cerdo, gambas, jamón york”, cuenta Pérez. Es un restaurante venezolano auténtico, o sea, es un chino cantonés. El arroz frito es tan suyo como el pollo con curry es inglés.
—¿Quieres comerte las fresas así o te hago un jugo?
Anda trasteando detrás de la barra Camila, la hija de Viviana Pérez. Viviana, de 31 años, y Andrea (33) son hermanas (son cinco en la familia, todas mujeres, todas en España). Las dos llevan el restaurante junto con Alexandra Correa Pérez, su prima, más joven. El cocinero no es de la familia, pero sí venezolano.
Una nevera alta con la puerta transparente se interpone entre la zona de la barra, la que recuerda que La Mansión del Chowfan era un bar, y el fondo, donde se disponen las mesas. Para los que no quieren tomar alcohol, tienen malta, frescolita y chicha (a base de arroz y leche). La cerveza en botella es de allí, la Polar y la Zulia, a 2,50 euros, como la de barril, que es local y cuesta lo mismo. También preparan jugos como el que Camila apura con una pajita subida a la barra. Todavía no ha comenzado el servicio de comidas y las compañeras se divierten con la niña mientras colocan el pedido que acaba de llegar. Por el bar aparece Agustín Sobrino Chana, un vallecano de 63 años que durante media vida trabajó en hostelería. No viene a comer, viene a hablar, que también alimenta.
Dos linternas rojas de papel cuelgan del techo, símbolo de prosperidad en los negocios chinos, y dos san pancracios se alinean con los licores en una balda, regalos de una clienta, porque todo suma. El hilo musical del restaurante proviene de dos plasmas, que emiten videoclips sin parar y le aportan luz al local. La cocina permanece abierta de 13:00 a 23:00 horas todos los días, menos el miércoles, cerrado por descanso.
Las hermanas y la prima aseguran que se forma cola los fines de semana. Cuentan que tienen clientes venezolanos que viven en otras partes de España y aprovechan el viaje para ir a comer al restaurante… “Este es el sabor que nosotros conocemos”, afirman que les dicen sus compatriotas. “Incluso se llevan comida en el tren. Hay gente fanática del arroz”, añaden sin exageración en el habla. “Hay venezolanos que me escriben por redes sociales para preguntarme cuándo vamos a abrir en Alicante, en Barcelona… No es tan fácil encontrar un chino venezolano”, relata Chang, que aprendió a cocinar en su país, en un restaurante similar que tenía su tía.
De momento, la demandada expansión la han materializado en otro distrito de Madrid. Han abierto un segundo restaurante en Moncloa, en la zona de los colegios mayores. En esta nueva sucursal sirven el arroz especial y sus platos clásicos, pero también ofrecen siete tipos de hamburguesas y los tres kebabs conocidos (carne, pollo y mixto). Por encima de todo quieren que los estudiantes se sientan en casa, como les sucede a los venezolanos en Vallecas.
La mansión del Chowfan
- Dirección: calle Sierra de palomeras, 3 y calle Arquitecto Sánchez Arcas, 5.
- Teléfonos: 677 34 73 98 y 603 46 36 58.
- Horarios: de lunes a domingo de 13:00 a 23:00 horas. El local de Vallecas cierra el miércoles; el de Moncloa, los jueves.