‘Menú Ozempic’: ¿Estamos normalizando el consumo de un medicamento para adelgazar (también) a través de la comida?
Una nutricionista, un sociólogo y una consultora gastronómica nos ayudan a entender el impacto de Ozempic en los restaurantes. Algunos están empezando a ofrecer menús más pequeños para quienes apenas tienen apetito

A comienzos del mes de agosto, el New York Times contaba cómo algunos restaurantes de Nueva York habían comenzado a reducir sus porciones y menús para adaptarse al escaso apetito de un grupo muy concreto de población: la que consume Ozempic. Este medicamento inyectable se utiliza para tratar la diabetes tipo 2, pero gracias a su capacidad para disminuir el apetito, se ha acabado convirtiendo en el último “milagro adelgazante”. Su popularidad se debe, en buena medida, a la promoción que han hecho del fármaco celebridades e influencers, pero también a grandes campañas publicitarias, como la que vimos en las marquesinas de varias ciudades españolas el pasado mes de junio y que generó una amplia controversia.
El Ozempic y otros medicamentos similares, conocidos como agonistas del GLP-1, imitan a una hormona que regula la glucosa en sangre induciendo el aumento de la secreción de insulina desde el páncreas. Esto provoca un vaciamiento gástrico más lento y una sensación de saciedad que reduce el apetito y, en consecuencia, puede llevar a la pérdida de peso. Quienes toman Ozempic comen menos porque se sienten llenos con menos cantidad de comida. Además de actuar en el metabolismo, estos fármacos también lo hacen en el sistema nervioso central, modificando la forma en que percibimos el deseo de ciertos alimentos, lo que lleva a muchas personas a afirmar que consiguen hacer desaparecer el ruido mental que les genera la comida.
Estados Unidos sigue siendo el país donde mayor penetración tienen estos fármacos, aunque su consumo crece en España. En las farmacias de nuestro país, las ventas de Ozempic, Wegovy y Mounjaro superaron los 4,8 millones de envases en 2024, lo que supone un aumento del 51% con respecto al año anterior. Un informe de 2023 de Morgan Stanley estimaba que 24 millones de personas en Estados Unidos —un 7% de la población— tomarían GLP-1 en 2035 y alertaba de su posible impacto en la industria alimentaria y la hostelería. En mayo de 2025, la multinacional estadounidense recogía en un nuevo informe el aumento exponencial que el consumo de estos medicamentos experimentará en los próximos años, señalando como aceleradores la introducción del formato píldoras —haciéndolo más sencillo de administrar que las inyecciones actuales— o el espaciado de las dosis, que podrían pasar de ser semanales a mensuales. En este reciente informe, los analistas alertaban sobre la reducción del gasto en comida y restaurantes por parte de quienes consumen estos fármacos y elevaba la cifra de personas que podrían tomarlos en 2035 a 30 millones, seis más que en su previsión anterior.
¿Supone realmente Ozempic una amenaza para la gastronomía? ¿O habrá quien, como ya ocurre en Nueva York, encuentre una oportunidad en los cambios que este medicamento está provocando en el comportamiento de los comensales? La dietista-nutricionista Gabriela Uriarte, especialista en conducta alimentaria, recuerda que comer no tiene solo un componente nutricional, “es un acto cultural, social, afectivo y profundamente humano. Si un fármaco reduce el apetito hasta el punto de que comer deja de tener sentido más allá de ‘lo mínimo necesario’, estamos perdiendo algo esencial”. Esto puede llevarnos, además, a evitar planes sociales, a cocinar menos en casa o, incluso, a desplazar el placer a otros lugares: “Si comer deja de ser disfrute, se buscarán otras vías, no siempre sanas”, dice Uriarte.
La sociología tiene mucho que decir sobre un acto tan social como lo es salir a comer. Iñaki Martínez de Albeniz es Doctor en Sociología, docente en la Universidad del País Vasco y autor del libro El idiota gastronómico, y coincide con Uriarte en que los restaurantes no son solamente lugares para comer, aunque su análisis apunta en otra dirección: “Son también espacios en los que mostrarse, escaparates sociales donde el capital cultural y el estatus social son parte del menú. Puede que, como consecuencia del consumo de medicamentos como Ozempic, el componente material de la dieta, esto es, la cantidad de alimento, haya disminuido, pero no lo ha hecho el componente simbólico, el que otorga estatus social. De hecho, puede que este segundo haya aumentado: hay algo muy poderoso, desde el punto de vista del estatus social, en ir a un lugar público a que te vean comer poco”.
Las redes sociales no han tardado en hacerse eco de los efectos del fármaco en el sector hostelero, ya sea prediciendo un futuro en el que exista un ‘Ozempic café’ que solo sirva agua o reflejando un presente en el que salir a cenar con amigas consiste en remover la comida de un plato que ninguna se va a comer. Podría resultar gracioso, si no fuera porque los comentarios de ese vídeo en concreto están llenos de gente que pregunta cómo conseguir el medicamento, si lo venden sin receta e incluso hay quien lo publicita con un jugoso descuento.
@dolltwink Welcome to the Ozempic cafe where we serve only cvnt
♬ original sound - Doll Twink
Si el consumo de Ozempic llegara a generalizarse tanto como en Estados Unidos, afectaría a nuestras dinámicas como comensales, aunque Martínez de Albeniz vaticina que, paradójicamente, comer menos podría llevarnos a hablar más sobre comida. “Tomarse una pastilla —o ponerse una inyección— para comer menos significa que el comer sigue estando presente, aunque sea por omisión (ese elefante en la habitación del que nadie habla). Dejar de comer, cuando se hace voluntariamente, puede ser un acicate para hablar del comer, mejor dicho, del no (poder) comer”. Y añade: “Estaríamos ante una especie de distopía gastronómica habitada por gente que tiene una relación melancólica con la comida”.
¿Veremos “menús Ozempic” en los restaurantes españoles? Es más, en un país como el nuestro en el que tenemos una cultura de tapas y raciones que, ya de por sí, se basa en platos de pequeño tamaño para compartir, ¿tendría sentido? La consultora gastronómica Alejandra Ansón, de Ansón+Bonet, es muy consciente de que, para sobrevivir, los restaurantes tienen que escuchar al mercado y que “en el momento en que vean que la gente quiere raciones más pequeñas, probablemente se tendrán que adaptar”. Señala un cambio que ya ha detectado y desde el que se podría sustentar una proyección de futuro. “Antes, salir a comer era mucho más una celebración que ahora. Para un segmento de la población, comer fuera es una cosa muchísimo más cotidiana y eso implica que se haga de una manera más funcional”, explica. “En general, en los restaurantes se cocina menos ‘sano’ que en casa, porque se busca que todo sea más sabroso. Pero los sitios donde la gente va a comer muchos días a la semana, que son más funcionales y menos ‘de celebración’, ya están teniendo en cuenta a la gente que quiere cuidarse de una manera más global. Lo vemos en el tipo de productos, pero también en las cantidades o en el interés por comer más verdura”.
Aún así, también cree que en España seguimos siendo muy de llenarnos cuando salimos a comer y afirma que “uno de los baremos que mucha gente utiliza para valorar un restaurante es ese. Si te fijas en TripAdvisor, un gran porcentaje de los comentarios tienen que ver con la relación entre el precio y la cantidad de comida. Esa sensación de que si te llenas estás pagando un precio justo, sigue muy presente”.
El sociólogo Iñaki Martínez de Albeniz tiene una teoría más especulativa al respecto: “Si aplicamos una lógica estrictamente materialista, comer de tapas/raciones/pinchos es una manera de comer menos y hacerlo, además, sin ocultarse, en compañía, en el marco de un ritual socialmente aceptado, cuando no políticamente promovido. El tapeo es, si me permites la expresión, un ‘Ozempic social’, porque la velocidad de la ingesta se ve ralentizada por la fuerza del ritual. Ahora bien, la existencia de un menú Ozempic tendría un componente distinto, más allá del gastronómico, el componente identitario”. Cree que, quienes consumen este fármaco podrían llegar a convertirse en una suerte de comunidad con su propia “identidad gastronómica” y que, si eso ocurre, no tardaría en aparecer alguien que viera ahí una oportunidad de negocio: “El reclamo sería: nosotros te damos mejor de comer menos”.
¿Menús para personas con poco apetito?
Martínez de Albeniz se pregunta si, a este paso, no acabaremos convirtiendo los restaurantes en gimnasios. “Gimnasios y restaurantes son hoy día lugares en los que el ‘ornamento ha superado a la función’, como diría Adolf Loos. Si la función de ambos es, respectivamente, hacer ejercicio físico y dar de comer, su uso no se ciñe en la actualidad a estas dos funciones, sino que hay otras funciones latentes como ligar o mostrarse frente a otros. Por otra parte, hoy son muchos los gimnasios que tienen en cuenta el valor nutricional y ofrecen servicio de este tipo a sus clientes. Ahora sería descabellado pensar que los restaurantes vayan a ofrecer servicios de fitness en sus instalaciones (aunque hay cada vez más restaurantes que hacen consultoría en resorts pensados para el bienestar), pero al tiempo… Este híbrido de gimnasio y restaurante, un lugar en el que comer y hacer ejercicio, sería la consumación del verbo ‘restaurar’”.
Sobre si la existencia de “menús Ozempic” podría llegar a contribuir a normalizar la cultura de la dieta o si simplemente son una forma de que más gente se sienta incluida a la hora de salir a comer, Gabriela Uriarte cree que “el riesgo es normalizar la idea de que hay ‘formas correctas’ de comer según lo que marque la industria farmacéutica o el mercado, y eso se acerca peligrosamente a cronificar la cultura de la dieta”. Si aún hay muchos restaurantes en los que cuesta encontrar opciones vegetarianas o aptas para personas con celiaquía, por citar solo un par de ejemplos, sería llamativo que empezaran a ofrecer menús para personas con poco apetito. “Que un restaurante prepare un menú especial para eso implica reforzar la idea de que comer menos es un valor en sí mismo”, opina Uriarte, que además recuerda que si estos fármacos se consumen con un acompañamiento profesional “el ajuste de la alimentación no tiene por qué pasar por un ‘menú especial’, sino por escuchar las señales internas y adaptar la experiencia de comer de forma más flexible”.
Ampliando el foco, cabría preguntarse qué tipo de relación con la comida estamos generando con la generalización del uso de estos medicamentos. Los lineales de los supermercados están atiborrados de alimentos proteicos y las redes sociales se han llenado de consejos alimentarios que, sobre todo, se preocupan de que la comida sea funcional, dejando de lado otros factores igual de importantes, como el social, el cultural o el del mero disfrute. Uriarte establece una relación directa entre la presión por perder peso a toda costa y esta “obsesión” por las proteínas que nos ha entrado últimamente. “Cuando el mensaje social es ‘tu valor mejora al pesar menos’, florecen dos mercados: el farmacológico (como vemos con estos inyectables que ‘apagan el hambre’) y el alimentario-marketiniano (con todos esos productos ‘altos en proteínas’, ‘sin’, ‘funcionales’). Ambos se alimentan de la misma ansiedad por el control del cuerpo. Y volvemos al sesgo: se patologizan cuerpos sin entender contexto, hábitos, historia de dieta, estrés, sueño, salud mental y acceso a recursos”.
A medida que el consumo de medicamentos adelgazantes se generaliza, es importante que nos sigamos preguntando qué discursos refuerzan en sus campañas promocionales y qué repercusiones tienen estos sobre nuestra relación con la comida. Sabemos que comer va mucho más allá de lo nutricional, pero a veces resulta difícil recordarlo cuando hay tantos mensajes a nuestro alrededor que solo ponen el énfasis en las calorías, las proteínas y en que, si comemos, no se nos note en la talla del pantalón. Pero como recuerda la nutricionista Gabriela Uriarte, la pregunta clave debería ser “¿queremos una salud basada en apagar el apetito y silenciar lo humano, o en acompañar a las personas a vivir en paz con su hambre, su saciedad y su placer de comer?”.
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