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Gastronomía innovadora
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Las palabras tienen un significado en el diccionario y otro sentimental

Por mucho que se repita una expresión no queda vacía, sino que se agota en nosotros, como cuando perdemos el gusto por aquel alimento que tanto nos apasionaba

Palabras
Para reconectarse con las palabras hay que llenarlas de contenido.Alicia Llop (Getty Images)
Andoni Luis Aduriz

Opinaba José Saramago que hay palabras que se retraen, que se niegan, porque tienen demasiado significado para nuestros oídos cansados de ellas. Puede que por eso para mí el término repugnancia esté cubierto de angustia, de lágrimas reflejo, de gesticulaciones grotescas, incluso de la suculenta impronta que consigna la universalización de un gusto entregado a texturas y opiniones cada vez más básicas y fáciles. A su vez, la palabra biología está para mí llena de giros inesperados, de apuestas arriesgadas, de capas de tiempo que tejieron una fisiología sensorial que ha dejado en los genes humanos una preferencia innata hacia algunos aromas, junto a una tendencia a socializar, que incita a estar sintonizados con otros individuos, sobre todo si son los que cortan el bacalao. Por algo decía Voltaire que, para conseguir la más pequeña fortuna, valen más cuatro palabras a la querida de un rey que escribir cien volúmenes.

Lo que la evolución hilvanó, pongamos que la cultura se ha ocupado de deshilacharlo, componiendo otro tipo de vínculos más allá de damas influyentes y alegrías intrínsecas. Ahí queda esa descripción sobre el gusto amargo que lo retrata como un sabor intenso que produce una sensación desagradable y duradera, apoyada en el ejemplo: “Le gusta el café bien amargo, sin azúcar”. Una inconsistencia que de fondo ampara esa pugna entre lo inherente —el desagrado ante una sensación dudosa presente en la mayoría de los tóxicos— y lo aprendido, la satisfactoria costumbre de tomar un aromático café por la mañana. Junto al primer sorbo matinal, amanece la actualidad trabada de novedades, declaraciones y titulares. Esencialmente, porque o aplican un lenguaje que no mengua la supuesta probidad de nadie, vadeando la corrección política, o, a la inversa, extreman el ambiente y los acontecimientos para poner en desventaja al rival. Eufemismos, rodeos, silencios, desacuerdos y bronca que ejercen de edulcorantes o potenciadores del sabor cuando lo específico, impuesto por la premura de una actualidad sobre estimulada, demanda titulares llamativos o frases recurrentes. Se navega entre el totalitarismo de la cortesía y la tiranía del descrédito, consumiendo expresiones que, más que decir algo concreto, acogen una notable amplitud interpretativa.

También ocurre así en la gastronomía, donde una infinidad de términos mueren rodeados de los suyos, sujetos por el hilo de las conveniencias. Sostenible, tradición, creatividad, kilómetro cero, popular, natural o artesano son como un bálsamo ideológico conjugado emocionalmente. Como la idealización de los sabores de una memoria que, más que reproducir el pasado, representan una traducción enlucida de este; un deseo satisfecho, que diría el escritor mexicano Carlos Fuentes, quien afirmaba que para crear debes ser consciente de las tradiciones, pero para mantener las tradiciones debes crear algo nuevo. Porque una cosa es lo que las palabras significan en el diccionario y otra distinta la carga de sentimientos y percepción subjetiva para cada uno; para la publicidad o para el provecho de los desmemoriados como yo. Algunas cosas se hacen tan nuestras que las olvidamos, diría el escritor Antonio Porchia. Ahí están los trabajos sobre saciedad semántica que señalan que la repetición de una expresión o frase provoca en algunos la pérdida temporal de significado. Algo así como esa capacidad de las madres de aliviar una posible molestia dejando de escuchar cualquier asunto disonante. Aunque, por mucho que se repita una palabra, no se vacía de contenido; más bien, se agota en nosotros como cuando se pierde el interés por algo que nos apasionaba. No habrá declaración más pronunciada en el mundo que “te quiero” ni más proferida en vano, lo que no resta significación a lo que promete, a las expectativas que sugiere cuando los hechos lo prueban. Ahora, para reconectarse con las palabras, hay que llenarlas de contenido, de coherencia entre lo que ofrecen y lo que se hace realmente en su nombre. Habitarlas, para que estén fuera de toda duda y continúen emocionando sin necesidad de llegar a polémicas como la que tuvo lugar en el Reino Unido con la expresión brainstorming —­lluvia de ideas—, que fue considerada por funcionarios ofensiva para las personas con trastornos cerebrales. En su lugar se propuso thought showers, ducha de ideas. Ya lo resolvió el lúcido y escéptico Nicolas de Chamfort cuando escribió aquello de que también hay tonterías elegantes como hay tontos bien vestidos. Pues eso.


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Sobre la firma

Andoni Luis Aduriz
Andoni Luis Aduriz (San Sebastián, 1971) es un cocinero reconocido internacionalmente que lidera desde 1998 el restaurante Mugaritz, en Errenteria, con dos estrellas Michelin. Comunicador y divulgador, colabora desde 2013 con ‘El País Semanal’, donde comparte su particular visión de la gastronomía y su mirada interdisciplinar y crítica.
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