Comer barato en Nueva York: el perrito más económico y platos auténticos con precios de otros tiempos
Nunca ha sido barata, pero entre la inflación, la cotización del dólar, la tasas, las propinas cada vez más altas… comer se ha convertido para el turista en un deporte de riesgo. Sin embargo, todavía quedan lugares con precios ajustados
En el East Village, uno de los barrios que mantienen cierto sabor underground, llegó a haber un “little India” del que sobrevive apenas un representante: el Panna II. Tiene 40 años de historia, unas dimensiones ridículas (tanto de ancho como de alto) y, además, multiplica la sensación claustrofóbica con una decoración lumínica abigarrada. “Antes éramos muchos restaurantes así, pero con la pandemia casi todos han cerrado. Hemos intentado mantener los precios. Ayuda mucho el que no vendamos alcohol”, dice Jahid, uno de los camareros.
Es cierto que el concepto Bring Your Own Bottle (BYOB, trae tu propia botella en su traducción al español) es bastante clave para que el restaurante ahorre en licencias y el cliente compre a mejor precio la botella en la licorería más cercana. La comida es digna y el local un filón para Instagram. La modelo Chrissy Teigen y el cantante John Legend lo cerraron una vez para ellos solos y así lo compartieron en sus redes. Cenas de grupo a 30 dólares (unos 27 euros al cambio) por barba o menú para dos a 39,90 dólares (36 euros) y sale uno bien servido. Se sobreentiende que gran parte del gasto del local se va en el precio de la luz.
En la zona de Hell’s Kitchen, al acabar o antes de ver un espectáculo de Broadway o de entregarse a la noche gay, el tailandés Yum Yum Too tiene un menú imbatible de cinco platos por 27,95 dólares (25,5 euros). Y si, con todo, estos precios le parecen caros, vaya a Chinatown y, en un barrio ya de por sí muy económico, el pináculo se llama North Dumpling. La cadena de producción casera de dim-sum está a la vista (dos mujeres chinas que apenas hablan inglés) y las mínimas instalaciones, en parte, explican el precio: 10 unidades hervidas o fritas cuestan entre 3 y 4,50 dólares (2,70 y 4 euros).
Si usted es de los que no puede irse de Nueva York sin tomarse un perrito caliente y una hamburguesa, el perrito más barato de la ciudad está en un sitio tan poco romántico como el Costco, en East Harlem. El gigante mayorista sigue ofreciendo hot-dogs muy ricos a 1,50 dólares con refresco incluido, un precio que ha permanecido fijo desde los ochenta. En los carritos de comida de la calle, desde que la pandemia infló los precios, ya es difícil encontrarlos por menos de 5 dólares (4,5 euros), pero todavía queda un lugar a cubierto y con mucho encanto, además, que los vende a 4. Es el Julius, en el West Village, que es además el bar gay más antiguo de Nueva York, pues data de 1840. También venden hamburguesas a 12 (11 euros). Han subido los precios desde la pandemia, pero siguen baratos en comparación con un barrio carísimo. La dueña del local dice que apuesta por crear encuentro intergeneracional en la comunidad LGTB a precios razonables (stop burguesía queer).
A veces, no es solo el lugar, sino el momento lo que hay que buscar para ahorrarse unos dólares. No solo las happy hour son una buena manera de ahorrar en bebida o en ostras (sí, es muy típico neoyorquino la happy hour de ostras a 2 dólares), sino que el mediodía, respecto a la cena, puede suponer un respiro presupuestario. Lugares tan pintones como Piccola Cucina te permitirán comer una pasta bien cocinada y mejor presentada en pleno SoHo por 14,95 dólares (13,60 euros), y en Midtown, por 15,50 dólares (14 euros) tienes un plato del día en el cubano muy decente Guantanamera.
La pescadería de Queens
Para los más aventureros, teniendo en cuenta que el tiempo es dinero, tómese el metro a Queens, y mientras descubre uno de los barrios más diversos culturalmente de todo Estados Unidos, puede comer más, mejor y más barato. Una gran opción allí es el Astoria Seafood, en la zona griega. Es como una pescadería de barrio, donde uno elige su pescado con sus guantes, se lo da a un señor y este se lo cobra, pero también le pregunta: “¿hervido? ¿frito? ¿al grill?”. En un rato, una vez haya usted encontrado mesa, (a veces muy disputadas), se lo sirven a un precio que suele ser unos 2 dólares la libra (1,80 euros, o 4 dólares, 3,60 euros, el kilo, aproximadamente) más caro que en una pescadería tradicional. No suele salir por más de 30 dólares (27 euros) por persona y está riquísimo. “Estábamos hartos de pagar 200 dólares en restaurantes en Nueva York cada vez que queríamos salir a comer pescado fresco”, explica Spyro, el manager del lugar, que empezó como mayorista y que también es BYOB.
El concepto es similar en un egipcio un poco más hacia el norte, el Abuqir, un poco más caro y más pequeño, que entró en el top 10 de los mejores del The New York Times este año, pero allí ni se vende ni se permite alcohol. Finalmente, si se quiere una experiencia más extrema, en el Queens más profundo está “little Manila” para encontrar por menos de 20 dólares (18 euros) las fabulosas mandíbulas de atún de Tito Rad’s el restaurante filipino especializado tanto en este plato como en el cochinillo frito. Calidad y cantidad aseguradas, aunque cuidado con los horarios, que nadie sabe por qué, pero cierran a las ocho de la tarde.
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