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La vivienda: una alerta roja social

La dificultad del acceso a un hogar, ya sea por compra o en alquiler, es la gran preocupación de los españoles, y de momento está lejos de disiparse. Mientras se acumulan los obstáculos para paliar el problema y la clase política se muestra incapaz de hallar una solución duradera, los sueños de prosperidad de mucha gente se desvanecen

EXTRA INMOBILIARIO 360 30/03/2025
Miguel Ángel García Vega

Explicar la falta de vivienda en España es igual que viajar en un avión con la carga adicional de la herencia y la tradición. La falta de un hogar propio arrastra la vida; afecta a la salud mental (ansiedad y depresión) y al anclaje económico (es la principal inversión); influye en la creatividad y el nivel educativo desaparece; también, como recuerda el escritor Sergio del Molino, “un cierto sentido de libertad”, y se “desmoronan las bases que sostienen los proyectos de vida”, avisa Pedro Tomé, experto en Antropología del Centro Superior de Investigaciones Científicas (CSIC). Y en esta era de inequidad sufren más las mujeres. Ellas mantienen el 61% de las familias monoparentales. “El gran problema es que para atender a su hijo o hijos, la mayoría debe reducir su jornada laboral e ingresar menos, entonces el acceso a la vivienda resulta aún más difícil”, explica Tomé.

Hablamos de las familias monoparentales, pero también podemos hablar de hogares donde crece el número de miembros, sean hijos u otros familiares y allegados; y no pueden abordar ni el alquiler ni la compra de un lugar donde no vivan hacinados. La crisis tiene muchas aristas, todos hablan de la falta de oferta, pero ya muchos expertos apuntan a obstáculos menos atendidos como la presión fiscal a la hora de vender una vivienda no considerada habitual —dentro de los restrictivos parámetros de la Agencia Tributaria— para comprar otra por necesidad, no por especulación; o la responsabilidad de los agentes inmobiliarios, de los que muchos potenciales compradores o inquilinos sospechan que inflan los precios para llevarse una comisión más alta. Todo contribuye a que el inmobiliario sea un mercado que genera incertidumbre, angustia y elucubraciones de lo más negativas.

Los economistas siempre recurren a los números para contar la vida. Existe un déficit de oferta —acorde con Bankinter— de 100.000 viviendas anuales. Quizá hoy, ante la falta de una casa habitable, habríamos malogrado uno de los comienzos más reconocibles de la narrativa de las últimas décadas: “Vine a Madrid para matar a un hombre que no había visto nunca”. La novela Beltenebros (Seix Barral, 1989) empezó antes del asesinato. Antonio Muñoz Molina trabajaba en el Ayuntamiento de Granada como auxiliar de Cultura y escribía desde las tres de la tarde hasta las once de la noche; tenía 27 años, familia y “por aquel tiempo podría haber optado a una Vivienda de Protección Oficial (VPO). Pero ahora resultaría imposible”, admite. Con el hogar se desvanecen valores inmateriales. “El talento no consiste en desarrollar capacidades objetivas precisas, sino en aprovechar las oportunidades. ¿Quién se las ofrece a los inmigrantes? ¿Nadie sabe cuánto estaremos perdiendo?”, se cuestiona. El espacio físico y la creación es un misterio. A veces sucede en lugares inesperados. “… como quien se engendró en una cárcel, donde toda incomodidad tiene su asiento y donde todo triste ruido habitación”. El escritor trae de la memoria el prólogo del Quijote. Y también un viaje a Trieste (Italia) a ver a su hija. Sobre el dintel de una puerta, una placa: “Aquí vivió [entre 1905 y 1915] el escritor James Joyce”. “Pensaba que era única, pero luego vi que había varias en la ciudad y cada vez correspondía a casas más pequeñas”. Prueba de sus aprietos económicos.

Sálvese quien pueda

Lejos de las tribulaciones transalpinas, resulta impensable entender España sin su agorafobia inmobiliaria. Desde los tiempos del guionista Rafael Azcona y su extraordinaria aportación a El pisito (Marco Ferreri, 1958). La acción, situada en la España de los años cincuenta, es una evidencia de un sálvese quien pueda a través de una pareja que trama que la mejor forma de conseguir un piso propio (en alquiler) es que se case con la anciana dueña de la vivienda y espere hasta su muerte. “La casa es una obsesión de un país de origen campesino”, recuerda Sergio del Molino. Aunque para conseguirla haya que sentarse, como los personajes de Ferreri, en el descansillo de la desesperanza. Y avanza: “Más adelante, durante la Transición, el expresidente Felipe González entendió muy bien el sentido de libertad que representaba”. Hoy en día es un ancla de esa mentalidad del “trabajo para toda la vida y la escasa movilidad laboral”. La generación Erasmus ha cambiado esto un poco, pero continúa teniendo un enorme peso patrimonial. “Es la gran inversión de una vida, no las acciones”, apunta Del Molino. Acude, también, la sociología y el carácter “mediterráneo”. Los amigos son muy importantes. Los españoles no quieren perderlos. “Empezamos a percibir esa distinción entre quienes viven bien y quienes viajan apiñados en el cercanías”, reflexiona. Bilbao y San Sebastián representan la cartografía de una vida buena. La playa y las tiendas, a 10 minutos. Solo caminar. Toda esta carestía se filtra en la escritura, el cine o la arquitectura. “En un momento en el que la vivienda se ha vuelto un bien especulativo, reivindicamos la arquitectura como un derecho, un acto de humanidad y un elemento central para el equilibrio social y emocional de las personas”, subraya un portavoz de RCR, el único estudio de arquitectura español —junto con Rafael Moneo— que ha ganado el Premio Pritzker (en 2017), el más importante en su profesión.

Manifestación en reclamo de una vivienda digna convocada por el movimiento Hábitat 24 en Madrid.

Pero el fardo de la existencia pesa como la piedra de Sísifo. “El problema es que no estamos preparados para vivir en la incertidumbre, necesitamos unos anclajes mínimos”, describe Pedro Tomé. Las bases son irremplazables para armar un modelo de vida. “Y ya saben, da igual la edad que tengan, estén casados, divorciados o solteros, que no la conseguirán”. Este vagón viaja hacia la política con consecuencias peligrosas. “Los jóvenes, y no solo ellos, se sienten atraídos por soluciones y mensajes sencillos: el espacio de la extrema derecha o los eslóganes de Trump”. La imagen resulta idéntica a la de un copo que se transforma en una avalancha de nieve. “Si las normas me van bien, las asumo; de lo contrario, las ignoro”, indica el investigador del CSIC. El futuro se desvanece al igual que luciérnagas apagadas.

Carlos, de 33 años, jefe de cabina en los trenes Iryo, y Quique, de 45 años, responsable de un gimnasio, empezaron con la ilusión de comprar “algo” en el centro de Madrid. Imposible. La mejor opción que encontraron fue Valdemoro. Un pueblo a 28 kilómetros de la capital. Unos 250.000 euros por 80 metros cuadrados. Ahora buscan su posibilidad en el alquiler para menores de 35 años que oferta la comunidad madrileña. Quique vive temporadas en casa de sus padres. “Esto afecta mucho, va más allá de la intimidad: es un tijeretazo a nuestra experiencia de vida”, se queja Carlos. Y el reproche rebota de bancada en bancada. “Los jóvenes tienen la sensación de que los políticos no se preocupan por este tema”, admite el prestigioso jurista Antonio Garrigues Walker. Los datos de la consultora Tecnocasa apuntan a una caída de la oferta del 57% en las viviendas de alquiler durante los tres últimos años. Diríase que no existe futuro ni esperanza, solo la interminable repetición de lo trágico. Al fondo, un callejón. “Los alquileres y las hipotecas subvencionadas únicamente alimentan la demanda y, por lo tanto, los precios”, aclara Yanis Varoufakis, antiguo ministro de Finanzas griego.

Debe ser así. Algunos expertos advierten de que ya “llegamos tarde para los jóvenes actuales”, concede Luis Corral, consejero delegado de Foro Consultores. “Pensemos en el futuro y en no dejar fuera, también, a otra generación”. Los cálculos que plantea los podría firmar el Conejo Blanco de Alicia en el País de las Maravillas. “¡Tarde, llego tarde!”. Conseguir un suelo donde se pueda construir lleva entre 7 y 15 años, y levantar la vivienda cerca de otros tres. Casi dos décadas. Corremos contra el tiempo y el espacio. “La vivienda no debería ser solo un refugio físico, sino un escenario donde la vida se despliega con dignidad y belleza”, sostiene un portavoz de RCR. Qué complejo casar palabras y metros cuadrados. Sobre todo cuando hieren. “La dificultad de acceso a la vivienda parece que retrasa el proceso de madurez de muchos jóvenes adultos”, cuenta, por correo electrónico, Arturo Lecumberri, psicólogo de la unidad Compass de la Universidad de Navarra. Quien busque las causas debería fijarse en “la exposición sin medida a las redes sociales, la inmediatez, el individualismo y la debilidad de vínculos tradicionales como la pareja o los amigos”. Tanta fragilidad frente a la esperanza de una vida feliz. Ese es el anhelo de los 172.430 matrimonios —incluidos los de cónyuges de igual sexo— que se celebraron, según los últimos datos disponibles del Instituto Nacional de Estadística (INE), en 2023. Aunque lo singular de la carestía de vivienda es que expone, a la vez, la complejidad de la mente humana.

Protesta por los precios de los alquileres y la oferta abusiva.

La Organización Mundial de la Salud (OMS) intenta que los problemas derivados de la ansiedad y la depresión no se traten con fármacos. Es lo que llaman —explica Antonio Cano, catedrático de Psicología de la Universidad Complutense de Madrid (UCM)— “reducir la carga”. Quiere llegar más lejos. “La casa y el dinero no son los únicos desencadenantes de muchos cuadros de trastornos mentales”. El docente indaga en el acoso escolar. Una niña a la que en el colegio la llamen gordita puede abandonar los estudios e intentar suicidarse. “Esto podría ocurrir con vivienda o sin ella”, sostiene. Sin duda. Pero la carencia de hogar complica todas las ecuaciones sociales.

El sufrimiento del honesto

Aterrizar tantas esperanzas en la realidad inmobiliaria de algunas ciudades es sentirse en medio de un tiroteo. “Me han robado pisos en la cara”. Elena, 42 años, product manager en una empresa textil, lleva años queriendo comprar en la capital. “Una vez tenía uno decidido. Le dije a la dueña que iba a dar una vuelta al barrio y subía. Cuando regresé, en un par de minutos, ya lo había vendido”. También le encajaba una casa de protección oficial pero el propietario le exigía unos 70.000 euros en b que debería entregarle en una cafetería. “Era la mafia. ¿Qué iba a hacer: entrar con un maletín repleto de billetes?”, relata. “¿Cuánto dinero hace falta ganar para vivir aquí? Tengo unos ingresos normales y la posibilidad, gracias a mis padres, de llegar a 340.000 euros”, se cuestiona. Nada parece suficiente. Los principales dueños en las capitales tensionadas —como impone el argot político— son propietarios particulares de dos o tres inmuebles con los que especulan. Unos (pocos) ganan. Y Elena seguirá viviendo de alquiler, un año más, en su apartamento interior de 45 metros cuadrados en la zona de Nuevos Ministerios. Vivirá pared con pared con la frustración. Escasa ayuda —para cualquier sexo— en una geografía que, además, tiene solo una tasa bruta de natalidad de 6,61 nacimientos por cada 1.000 habitantes.

Donde sí ha habido un respiro numérico es en las ejecuciones hipotecarias de personas físicas —no todas acaban en desahucio— durante el tercer trimestre de 2024. Descendieron, avanza el INE, el 1,1% sobre la vivienda habitual. Una bocanada de aire. “Porque la generación que ha soportado la crisis de 2008, si no está perdida, resulta casi irrecuperable. Tienen muy complicado encontrar vivienda. Por mucha rapidez con la que se quiera construir”, estima Javier García Crespo, portavoz de la Plataforma de Afectados por la Hipoteca (PAH) de Madrid. Hay más de 50.000 hogares acogidos a la moratoria (prohibía cualquier desahucio) de 2023. El PSOE la amplió hasta el 31 de diciembre del año pasado. Pero las agujas del reloj jamás retroceden. “Hay padres que avalaron a sus hijos y ambos han perdido las viviendas. Son dramas individuales. Y, de repente, desaparecen del discurso mediático”, critica. Las personas sufren “vergüenza, angustia, desesperación”, enumera. Un drama que se extiende, sobre todo por el Mediterráneo, sin que los directores sepan qué hacer con el reparto.

La fragilidad de la niñez

La carencia de hogar no solo conduce hacia lo oscuro, sino también a la fragilidad, sobre todo de los más pequeños. Los factores de riesgo de existir bajo un techo ardiendo como el zinc entre chicos de cero a 16 años están relacionados —identifica el catedrático de economía en la Universitat Pompeu Fabra (UPF), José García Montalvo— con la educación (los traslados de colegio o la dificultad de mantener el contacto con los compañeros), el estrés familiar, la estigmatización o la falta de oportunidades sociales y recreativas. Surge la ansiedad, la carencia de sueño, la depresión. Alguien parece haberlos cercado con alambres de púas: inmigrantes, quienes buscan asilo, refugiados o pequeñas familias con riesgo de exclusión. Cuando cierran los ojos sueñan, al menos, con vivir en un sicomoro que, si lo agita el viento, suena igual que un arpa de hierba. 

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Sobre la firma

Miguel Ángel García Vega
Lleva unos 25 años escribiendo en EL PAÍS, actualmente para Cultura, Negocios, El País Semanal, Retina, Suplementos Especiales e Ideas. Sus textos han sido republicados por La Nación (Argentina), La Tercera (Chile) o Le Monde (Francia). Ha recibido, entre otros, los premios AECOC, Accenture, Antonio Moreno Espejo (CNMV) y Ciudad de Badajoz.
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