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La memoria del sabor
Columna
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Las pandemias de la selva amazónica

La paradoja quiere que el aislamiento no sea una tarea fácil en plena jungla peruana, donde los planes de alimentación infantil y lucha contra la anemia han provocado una epidemia de alergias y enfermedades gástricas

Piscicultores de la comunidad wampi de Villa Gonzalo recogen gamitanas en el río Santiago.
Piscicultores de la comunidad wampi de Villa Gonzalo recogen gamitanas en el río Santiago.Iñigo Maneiro

El Ministerio de Salud del Perú publicaba el pasado 20 de junio el plan de intervención contra la pandemia en las comunidades indígenas. Eso fue 100 días después de decretar el estado de alarma, promulgar el confinamiento obligatorio de la población y establecer un plan sanitario para frenar la extensión de la epidemia. Para entonces, la mortandad había diezmado las comunidades awajún y wampi de la provincia de Condorcanqui, en Amazonas, como ha sucedido con todos los pueblos nativos registrados en la Amazonía peruana. El 25 de junio, 105 días después de iniciada la cuarentena, llegaba a Condorcanqui la primera brigada sanitaria del Ministerio de Salud, acompañada por funcionarios de otros ministerios, cargando suministros sanitarios; cuatro días después se habían agotado. Pasaron otros dieciséis días hasta que llegaron más.

Mucho antes de eso, algunas pequeñas comunidades se trasladaron al interior del bosque amazónico, abrieron chacras y levantaron cabañas intentando alejarse del contagio. La paradoja quiere que el aislamiento no sea una tarea fácil en plena selva; los mineros informales y los traficantes de madera trasladan el exterminio del bosque amazónico a donde casi no llega nadie. También aparecen los pagadores de Juntos, el programa gubernamental de asistencia contra la pobreza, y la cohorte de comerciantes que los acompaña. Son dos de los estimulantes que aporta la administración peruana a la extensión de la pandemia. El otro es Qualy Warma, el plan de alimentación infantil y lucha contra la anemia implantado en todas las escuelas del país, que aplicado en la selva peruana ha provocado una epidemia de enfermedades gástricas y procesos alérgicos. Juntos entrega ayudas económicas mensuales a familias declaradas en estado de pobreza extrema, en las que haya gestantes o niños y adolescentes de menos de 19 años, lo que según los líderes locales promueve el embarazo adolescente, dispara el índice demográfico y cambia la dieta alimentaria; estimula el abandono de los cultivos de panllevar y la sustitución de los ejes de la dieta tradicional por arroz y fideos.

Comida tradicional awajún en casa de José Ayui Yampis, en la comunidad de Ciro Alegría, Condorcanqui.
Comida tradicional awajún en casa de José Ayui Yampis, en la comunidad de Ciro Alegría, Condorcanqui.Iñigo Maneiro

La diabetes, y las alergias inducidas que han provocado asolaban la vida de los pueblos awajún y wampi mucho antes de la llegada del coronavirus, aumentando la vulnerabilidad de las poblaciones nativas frente a la epidemia. Una pandemia dentro de otra. Qali Warma es una buena iniciativa rodeada de los espacios de sombra que suele crear la burocrática cuando aplica la misma idea a realidades diferentes, como sucede en el bosque amazónico. Los awajún, los wampi o sus vecinos kanddozi, una pequeña etnia asentada en torno al río Pastaza, entre Perú y Ecuador, fueron pueblos nómadas, recolectores, pescadores y cazadores, hasta que el Estado les obligó a asentarse en poblaciones estables, cada vez más numerosas. Nunca practicaron la ganadería y jamás comieron lácteos; su organismo no está preparado para tolerarlos y da lugar a procesos alérgicos que se han extendido como una plaga. En apenas cincuenta años han pasado de una dieta natural -frutos recolectados, caza, pesca, yuca...- a otra regida por lácteos, hidratos de carbono y harinas procesadas que nunca habían comido.

El sinsentido quiere que Qali Warma imponga un modelo alimentario ajeno al entorno. Lo sufre el pequeño pueblo kanddozi, dedicado a procesar, congelar y vender los pescados que capturan en la cuenca del Pastaza. El Estado, en lugar de recurrir a ellos para abastecer el programa, alimenta a sus hijos con conservas de atún, caballa, anchoveta o pollo. Hasta 2019, cuando la canasta de Qualy Warma creció con algunos derivados de la yuca (tapioca y farofa), ningún producto distribuido a los escolares de las comunidades procedía de la región amazónica. La ausencia de compromisos con el desarrollo de la economía comunitaria se da la mano con la ruptura de la identidad alimentaria. Si los derivados lácteos no son asimilados -la mayoría de los niños de las comunidades desarrollan intolerancia a la lactosa entre los 3 y los 5 años-, otros son directamente rechazados por motivos culturales, caso de los sobres de sulfato ferroso, distribuidos dentro del trabajo contra la anemia, que se abandonan por su mal sabor o porque provocan extreñimiento, y acaban pasando a la dieta de los pescados que crían en pozas o a la de los pollos, a veces mezclados con las galletas o los tallarines.

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