Te quiero, pero apártate: cómo convivir con una pareja poco cariñosa
En las relaciones, las muestras de cariño nunca son iguales y hay personas para las que el enfriamiento puede ser devastador. Saber identificar si la falta de afecto es síntoma del desgaste o un rasgo de la personalidad como cualquier otro es clave para evitar malentendidos


Los que están o han estado dentro de una relación de pareja de larga duración saben que la emoción inicial no dura eternamente. A menudo, tras los dos primeros años, el vínculo suele volverse más predecible y menos emocionante. Se pasa de compartir exclusivamente momentos de ocio a realizar actividades rutinarias como hacer la compra, limpiar y organizar las comidas. También aflora la verdadera personalidad de cada uno y, si en la etapa de enamoramiento el esfuerzo por agradar era muy grande, conforme va pasando el tiempo esas atenciones suelen disminuir de forma natural. Además, la asunción de ciertas responsabilidades que van apareciendo según van pasando los años —por ejemplo, la crianza de los hijos o una mayor carga en el trabajo—desgastan progresivamente el vínculo inicial que unía a la pareja. Esto no quiere decir que las relaciones, se deterioren necesariamente con el paso del tiempo, simplemente se transforman. Sin embargo, este cambio sí puede hacer que uno se dé cuenta de que su compatibilidad con la pareja elegida no es la deseada y de que el sentido inicial que tenía la relación se ha perdido.
Jorge Barraca, doctor en psicología y especialista en terapia de parejas, señala el distanciamiento como uno de los principales motivos por los que los novios acuden a consulta: “Existe un cuestionamiento del vínculo que los une. Suelen decirme cosas como que ‘esto ya no es lo que era’ o ‘no sé si somos amigos o pareja”. Con estas palabras se demuestra que la reducción progresiva de las muestras de cariño es, en ocasiones, uno de los síntomas que hace que salten las alarmas. Esta situación de enfriamiento puede ser devastadora para el miembro más demandante de la pareja y perjudicar seriamente sus niveles de autoestima y bienestar emocional. Ahora bien, no hay que confundir la falta de muestras afectivas por desgaste de la relación con que existan diferencias en los rasgos de personalidad de los miembros. Es decir, ser cariñoso o no serlo es también una característica individual y, por tanto, hay que saber con qué persona se crea y se comparte una relación sentimental.
“Parejas con diferencias en su expresividad afectiva siempre ha habido. Hay muchos casos en los que uno de los miembros de la pareja se queja de la falta de muestras de afecto, de interés o de implicación del otro, pero eso no significa que ese otro ya no le quiera”, apunta sobre este tema Barraca, quien también es profesor de psicología de la Universidad Camilo José Cela. “Hay personas que, por su educación, formación o relaciones anteriores, no se han prodigado mucho en las muestras de expresividad afectiva y, por tanto, son menos cariñosos con sus parejas que otras que sí lo han hecho”, asegura.
Las explicaciones del experto tienen una relación directa con la denominada teoría del apego. Elaborada por el psicólogo británico John Bowlby, sostiene la existencia de una necesidad innata en los seres humanos de buscar la proximidad y el vínculo emocional con las personas que, en etapas tempranas de vida, brindan protección, seguridad y afecto al individuo. En la infancia, esa figura de apego suele establecerse en la madre, padre o personas que medien como cuidadoras y, a medida que vamos creciendo, el círculo se va ampliando.

¿Por qué unas personas son mucho más cariñosas que otras?
“En función de cómo sea el apego entre padres o cuidadores, se puede establecer una clasificación en dos grandes estilos o tipos de apego: el seguro y el inseguro”, explica Alfonso Fernández-Martos, psicólogo y coordinador del área psicológica y psicopedagógica de la Universidad Carlos III de Madrid. “El que todos desearíamos tener es el apego seguro, aquel en el que el niño o niña se siente querido y protegido incondicionalmente desde que nace. Eso se traduce en que de mayor tendrá unos buenos niveles de autoestima y se sentirá con suficiente autonomía para descubrir el mundo de una manera en la que sabe que, si mira atrás, tendrá unas figuras de apego sólidas que le protegerán”.
El segundo grupo, el de apego inseguro, se divide en tres subclasificaciones, tal y como explica el experto. Por un lado, existen las personas que desarrollan un apego inseguro-evitativo, es decir, que durante su infancia no han recibido una atención continuada de sus cuidadores y, por tanto, han aprendido a no expresar sus emociones y a satisfacer sus necesidades de forma individual. En el otro extremo, encontramos a los que desarrollan un apego inseguro-ansioso, niños que han crecido con la influencia de unos padres, a menudo muy protectores, que les han hecho entender el mundo como un lugar hostil en el que necesitarán siempre de su ayuda o aprobación. Estos suelen convertirse en adultos emocionalmente dependientes y se muestran celosos e inseguros en sus relaciones afectivas, demandando unas señales de afecto desbordantes para sentirse validados. Por último, está el apego inseguro-desorganizado, el modelo más caótico de todos, pues se da en relaciones de maltrato o sumisión con las figuras de apego.
Estos modelos de vínculos afectivos se modifican conforme los individuos crecen y, dependiendo de la influencia de los que nos rodean, pueden mezclarse formando otros estilos de apego mixtos. Sin embargo, el esquema de los apegos sirve como instrumento para entender las diferencias generales que existen y ofrece una visión bastante nítida de por qué unas personas son claramente mucho más cariñosas que otras. En las relaciones cuyos componentes parten de un apego seguro, los intercambios de afecto y percepción del mismo están bastante equilibrados. Sin embargo, cuando se mezclan dos modelos inseguros contrapuestos (el evitativo y el ansioso, por ejemplo) la cosa se complica. Sobre este tipo de mezcla tan chocante, Fernández-Martos apunta: “En este caso las relaciones son complicadas porque uno lo que quiere es distancia y el otro lo que quiere es cercanía. Eso no significa que sean incompatibles, pero desde luego están condenados a tener una relación tortuosa”.
La comunicación, la clave para encontrar el equilibrio
Los problemas de comunicación dentro de una pareja, en general, parten de la incapacidad de sus miembros para expresar cómo se sienten sin atacar verbalmente al otro. En este caso, caer en la crítica fácil con frases como “es que nunca eres cariñoso/a conmigo”, provocan en el de enfrente una actitud defensiva que no invita a la reflexión o al cambio. No existe ningún manual ni reglas universales sobre cómo solucionar este tipo de desajustes, pero sí que hay una recomendación clara que señalan todos los expertos: hablar.

“Es interesante aprender a detectar los momentos de crisis y poder hablar con tu pareja sobre las cosas que te afectan desde la asertividad. Así, será más fácil hacer negociaciones y llegar a acuerdos que fomenten un verdadero cambio que satisfaga a ambas partes y que, de verdad, les haga comprometerse”, apunta Fernández-Martos. Quedarse impasible ante situaciones de desacuerdo y confiar el bienestar sentimental a la famosa frase de “el amor todo lo puede” es, según los expertos, el camino más directo hacia la destrucción. El doctor Barraca lo tiene claro: “Lo más ingenuo del mundo es pensar que porque uno ama a alguien, lo tiene todo solucionado. Como te quiero, contigo pan y cebolla. Eso no es así”, opina. Y añade: “El amor y el afecto existen, pero van cambiando y necesitan cultivarse con otros aspectos de la relación, como la cercanía en la comunicación, la actitud de compromiso o la amistad entre los miembros. Cuando el único asidero es que nos queremos y no se hace nada más, esa relación va a ser imposible que funcione”.
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