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“Siempre va a haber algo que odies del otro”: lo que las parejas que llevan años conviviendo desean contar a las que aún no lo hacen

Pasar de un noviazgo placentero a una convivencia pacífica es la prueba de fuego para muchas parejas que no solo quieren compartir su vida, sino compartir gastos en plena crisis de la vivienda

Una pareja repasa sus facturas en una fotografía tomada en los años setenta.
Una pareja repasa sus facturas en una fotografía tomada en los años setenta.Harold M. Lambert

“Estoy muchísimo más feliz a solas. Puedo pasar el tiempo que quiera con quien yo desee, pero no tengo ganas de estar para siempre con alguien ni de vivir con esa persona. No quiero que haya nadie en mi casa”, explicó Whoopi Goldberg a The New York Times. Frente al fenómeno del “vivir juntos pero separados” (las parejas que residen en domicilios diferentes, conocido en inglés con las siglas LAT), aquellos que deciden vivir bajo el mismo techo siguen siendo mayoría (el gravísimo problema de la vivienda tendrá algo que ver) y están dando uno de los pasos más importantes en una relación. Por ello, no han de tomar la decisión a la ligera.

Conversaciones A.C. (antes de la convivencia)

Marian Barrantes, psicóloga y coordinadora del Área de pareja en Clínicas Origen, asegura a ICON que antes de convivir es conveniente tratar ciertos aspectos para que la pareja se asegure de estar en la misma página y prevenir así futuros conflictos por no haber hablado ciertas cosas a tiempo. “Las expectativas de la convivencia nos suelen jugar malas pasadas, ya que cada uno tiene su propio significado de vivir juntos. Explorar qué espera cada uno del otro es clave para no llevarnos decepciones posteriores. Hay temas que son clave para que una relación de pareja funcione, como el reparto de las tareas del hogar, y las finanzas, desde cómo se repartirán los gastos hasta conocer si la otra parte tiene deudas o ahorros que puedan influir en el estilo de vida de la pareja. Conocer y poner en común cuáles son las decisiones financieras que han de tomarse y cómo cada uno de ellos las ejecutaría también ayuda a conocer al otro y a predecir en cierta medida si somos compatibles en este ámbito”, asegura.

Señala que conocer las rutinas diarias, los hábitos y cómo cada miembro maneja el espacio individual, así como conocer el concepto de soledad que tiene cada uno, ayuda a saber el grado de independencia de la persona. También es importante tener horarios compatibles de trabajo, sueño y ocio, algo que suele ser un buen indicador para facilitar pasar tiempo de calidad juntos. “Otro tema que también pasa desapercibido es el de las visitas. Cómo gestionar a las familias de origen y al círculo social, así como poner normas o reglas que ayuden a la convivencia y con los que ambos se sientan cómodos. También hay que tener en cuenta aspectos más superficiales, como la decoración y el orden”, añade.

Cary Grant y Randolph Scott, simplemente dos amigos que vivían juntos.
Cary Grant y Randolph Scott, simplemente dos amigos que vivían juntos.John Springer Collection (Corbis via Getty Images)

Germán, funcionario de 40 años, lleva 13 viviendo con su novio y cree que la premisa básica de una convivencia pacífica es el reparto no solo de tareas, sino también de lugares y hasta de faltas. “Con lo de faltas me refiero a que va a haber cosas que te saquen de quicio de tu compañero de vida y de domicilio, como cierto desorden incorregible porque es genético o su manía de dejar todas las luces encendidas, pero uno debe pensar en las faltas propias que aguanta el otro, que las tiene aunque ni se dé cuenta, e intentar encajarlas. Respecto a los lugares: si los gustos decorativos no son completamente afines, y no suelen, es oportuno hacer un reparto de espacios. Que cada uno se adjudique uno según sus tareas en el hogar. Mi novio, que es más cocinitas, ha puesto la cocina a su gusto. Yo, que estoy más en el dormitorio donde hay un pequeño despacho, lo he puesto al mío”, explica.

“Las decisiones salomónicas en ese sentido son más prácticas que intentar decorar al gusto de los dos, que a menudo acaba o en un salón que parece un cuadro de Pollock o una cosa horrible de color beige que parece que no es de nadie. Por último, para una convivencia feliz, creo que tener espacios y momentos propios es imprescindible. Lo primero se soluciona siendo ricos y teniendo una casa gigante, pero como eso es complicado, recomiendo para lo segundo tener de vez en cuando planes con amigos que no incluyan a la pareja y también, especialmente, irse a vivir con alguien que no haya nacido en la ciudad. Eso hace que desaparezca esporádicamente para ir a visitar a su familia al pueblo. Esos días en los que la casa es solo tuya no solo sirven para disfrutarla entera, sino para echarle de menos y quererle mucho más cuando regresa”, asegura.

El megaordenado y la caótica

La importancia de los espacios de separación son fundamentales para todos los consultados. Raquel Piñeiro, periodista y escritora de 42 años que convive con su pareja desde hace 16, también considera fundamental que las parejas pasen tiempo separadas. “Que cada uno tenga planes, actividades y aficiones por su cuenta. Y que las cultive y les dedique tiempo. Y que jamás le reproche a la pareja el ‘vas a jugar al dominó, o a la piscina, o al cine o a bailar claqué sin mi”. Macarena Escrivá, periodista de 39 años, lleva 12 años con su novio, y cuando la pareja decidió animarse a convivir, se mudó a la casa de ella que, por aquel entonces, era “un chollo”. “He de confesar que a mí me encanta estar con él, pero también disfruto mucho de la soledad y cuando se iba a venir, tuve muchas dudas, muchos nervios y ansiedad de perder ese placer de estar conmigo misma. Pero en todo este tiempo nos hemos entendido bien, porque respetamos nuestro espacio. Si yo trabajo, él no me molesta, si él ve el fútbol, yo me pongo una serie o música para no oírlo, porque lo detesto... Nos compenetramos bien porque a él le encanta cocinar y hacer la compra y yo lo odio. Desde que vivimos juntos, apenas he tocado una sartén. Yo friego los platos o pongo y saco el lavavajillas, tiendo y hago esas tareas para compensar. Los dos somos un poco desastre dentro de un caos controlado, así que eso es un punto a favor. Porque si uno es mega ordenado y el otro no, acaba en discusión seguro”, explica.

Escrivá considera que para que la convivencia funcione es esencial tener espacio para cada uno por separado y también para disfrutar juntos. Como ella viaja mucho por trabajo y él es profesor, es clave disponer de momentos de vía de escape. “También tenemos broncas, claro. Con el tiempo, siempre va a hacer algo que odies, pero tú también vas a hacer algo que él no soporte, así que la clave es la comunicación. Suena a tópico, pero si las cosas se hablan, no llegan a males mayores”, asegura.

Una pareja estadounidense en los años sesenta compartiendo sofá y lectura.
Una pareja estadounidense en los años sesenta compartiendo sofá y lectura.H. Armstrong Roberts/ClassicStoc (H. Armstrong Roberts/ClassicStoc)

Carlos Marfil, productor creativo de 36 años, confiesa que lamenta no haber tenido reglas desde el comienzo de la convivencia con su pareja. “Yo tengo una lista mental constante de todas sus pertenencias y los lugares en los que se encuentran, porque si está buscando algo se frustra, y yo puedo ir directamente a donde está. También es importante saber que cosas odia, como por ejemplo, lavar los platos. Me trago mi ego y lo hago yo siempre, porque es algo que no me cuesta y hace que pasemos buena noche”, dice.

Marfil matiza que hay reglas con las que se han tenido que poner serios y el baño se ha convertido ahí en el campo de batalla. De su experiencia viviendo en pareja extrae una serie de aspectos que considera que hay que hablar antes de dar el paso. “Determinar cada cuánto se cambian las sábanas, quién es más rápido lavando los platos, cuál es la silla donde dejar la ropa que no está ni sucia ni limpia y marcar un límite de lo que la silla puede abarcar, reducir los cables en los cajones de cables lo máximo posible, determinar la política de visitas con aspectos como el de si se pueden quedar a dormir y si hay alguien vetado, crear espacios individuales (ha de haber un sillón de leer, mínimo) y momentos en los que uno tenga la casa a solas y tiempo para sí mismo”, asegura.

Cora tiene 39 años y es dueña de una tienda de muebles vintage. Tras haber convivido con su novio, el mejor amigo de este se mudó con ellos por “circunstancias de la vida”, y al comprobar que la convivencia era óptima, tomaron una decisión: buscar piso los tres juntos. “Mi pareja y su amigo ya habían convivido ocho años antes y les une una amistad muy fuerte. Ese verano de convivencia fue todo bastante fácil y hubo muchas conversaciones sobre cómo afrontar la nueva etapa. Una de las cosas que me llevó a aceptar la convivencia fue el hecho de poner al mismo nivel la amistad entre ellos y nuestra relación de pareja. Creo que es bastante revolucionario en los tiempos que vivimos”, asegura. “Antes de irnos a vivir juntos los tres, acordamos llevar las cuentas al día (algo que por cierto, no se ha cumplido), respetar los horarios, tener tiempo juntos y por separado y cuidarnos”, explica.

¿Hay vuelta atrás?

Si la pareja no logra ponerse de acuerdo en aspectos fundamentales de la convivencia, señala Marian Barrantes, no pasa absolutamente nada por no vivir juntos. Asegura que lejos de ser un retroceso, tomar esa decisión supone adaptarse a las necesidades que identifica la propia pareja. “No vivir juntos a veces evita conflictos innecesarios y puede ayudar a mantener la relación más saludable, facilitando que cada miembro conserve su independencia y tiempo para sí mismo impidiendo que la rutina desgaste la relación y reduciendo factores de estrés externo como las finanzas, la logística del día a día o roces característicos de la convivencia”, explica. Ese es, tal vez, el gran próximo tabú a romper en las relaciones: aceptar que si la convivencia no funciona y deciden volver a vivir cada uno en una casa no es aceptar un fracaso, sino volver a poner todos los elementos de la relación en un lugar donde iban mejor para todos. Eso, claro, quien se lo pueda permitir.


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