Aspectos del día a día que afectan (mal) a una relación de pareja y cómo evitarlos
Siete de cada diez problemas no tienen solución, pero la forma en la que se afronten puede marcar la diferencia
“Es que no haces nada en casa. ¿Te hago un videotutorial para que sepas cómo se pone la lavadora?”. Es posible que reproches como estos le suenen a más de uno. Quizás con otra formulación, pero con un contenido similar. Pues bien, si John Gottman escuchara a alguien decir eso se llevaría las manos a la cabeza. Y es que en esa simple frase están apareciendo dos de los cuatro jinetes del Apocalipsis en una relación de pareja.
Gottman, psicólogo estadounidense, ha estudiado durante 40 años las relaciones de pareja. Ha definido y recogido en numerosos libros qué aspectos llevan al traste una relación y cuáles, en cambio, ayudan a que funcione. Los primeros, los que ha llamado inspirándose en los caballos blanco, rojo, negro y amarillo de la mitología bíblica, son la crítica destructiva, la actitud defensiva, el desprecio y la actitud evasiva.
Decir “no haces nada en casa” incluye dos aspectos negativos que, a medida que se van repitiendo, van minando el buen rollo en el hogar. Para empezar hablar en términos absolutos: nunca, siempre o, como en este caso, nada. Y para continuar, una acusación velada de dejadez: si no haces nada es porque no te importa cómo está la casa. Aquí está la crítica destructiva, el primer jinete.
El segundo estaría en el desprecio que se recoge en la ironía, unida con cierta agresividad al sugerir hacer ese videotutorial. La cosa va a más si la pareja, en lugar de aceptar la queja, responde a la defensiva y contraatacando: “¿Te hago un Excel con las veces que he bajado la basura?”. O incluso si lo hace mostrando una actitud de indiferencia, callándose, mirando hacia otro lado mientras se le habla, no dando señales de estar escuchando. La actitud defensiva y la evasiva completan los cuatro jinetes que conducen al Apocalipsis en la pareja.
Las discusiones que incluyen estas formas de expresarse aparecen normalmente de manera progresiva y van erosionando la relación. Cuantos más jinetes cabalguen por los conflictos y más veces, peor va la cosa. Y si bien no es del todo extraño caer en este tipo de actitudes en la convivencia, hay una buena noticia: saber identificarlas es el primer paso para cambiar estos comportamientos y evitar la deriva a la catástrofe.
Discutir bien en pareja
Todas las parejas tienen discrepancias y es una utopía (¿o quizás distopía?) pensar en una pareja que no discute nunca. Si no se discute puede ser porque se evitan los conflictos, y eso es un potencial conflicto en sí mismo. Además, un estudio del Instituto Gottman del año 2015 concluyó que las parejas que discuten tienen una relación más fuerte. La cuestión no es tanto discrepar en algunos temas, sino la forma en que se discrepa. Es decir, no es lo mismo discutir que pelear.
Estos aspectos que afectan mal al día a día tienen que ver con ese cómo y con la forma en que nos comunicamos. Si cambiamos ese “no haces nada. ¿Te hago un videotutorial?” por un: “Me gustaría que te acordaras de poner la lavadora. Si lo prefieres, hacemos una planificación de las tareas del hogar”, es posible que la cuestión se resuelva mucho mejor.
Pero es difícil ser amable cuando se ha repetido 20 veces una misma sugerencia, algo comprensible, pues la labor comunicativa afecta a las dos partes. Ante una queja en tono amistoso hay que tomarse en serio las peticiones de la pareja desde la primera vez que se formulan. Porque lo contrario implica que ciertos temas se hagan bola y entren en fase de estancamiento, es decir, que siempre se discuta por lo mismo.
Para abordar los conflictos en pareja hay dos claves. La primera, entender que las dos personas van en la misma dirección. No se puede concebir una pelea como un enfrentamiento de una contra la otra, sino ambas contra el problema. Y la segunda es comunicar para resolver, no para pelear.
Si una pareja cree que esos cuatro jinetes del Apocalipsis están cabalgando cerca y quiere mantenerlos alejados, puede llevar a cabo un juego: identificarlos en sus discusiones. Hacerse con una tarjeta roja cada uno y sacarla en el momento en que detecte que aparece alguno. De esa forma, las acusaciones y reproches se pueden convertir en algo divertido y en una señal para cambiar la forma de comunicarse.
Gottman añade otro dato a tener en cuenta: el 69% de los problemas de las parejas no tienen solución. Hay que resolver aquellos que sí la tienen (poner la lavadora será seguramente uno de ellos) y aprender a convivir con los que no. El sentido del humor puede ser un recurso que ayude.
Normas básicas para una buena comunicación en pareja
- No usar siempres o nuncas. Las frases “siempre haces tal cosa” o “nunca me escuchas” pueden interpretarse literalmente y dar lugar al conflicto. Las cosas no suelen ser blancas o negras.
- Hablar en primera persona de lo que pasa. “Yo me siento así” es mejor fórmula que “tú me haces sentir así”. Esta segunda manera se puede interpretar como acusatoria.
- Dejar acabar a la otra persona. Hay que reprimir las ganas de interrumpir o de acabar la frase del interlocutor. Si la otra persona habla lento puede ser todo un reto, pero se puede. Hay que morderse la lengua.
- Si algo no se entiende, hay que preguntar. Y repreguntar si es necesario.
- No deducir o dar por hecho lo que quiere o piensa la otra persona. En las parejas es habitual que alguno crea saber de antemano lo que quiere la otra persona o lo que es mejor para ella. Y puede que se equivoque.
Arola Poch es psicóloga y sexóloga.
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