Los cafés de Madrid, “túneles del tiempo”
Un camarero del Central, Juantxu Bohigues, coordina un libro que recoge historias ocurridas en los locales madrileños con más solera, como el Gijón y el Comercial
Cuando estudiaba bachillerato en su Gandía (Comunidad Valenciana) natal, a Juantxu Bohigues las clases de literatura se las daban con las columnas que Manuel Vicent publicaba en este periódico. Hace poco más de 30 años, en un viaje a Madrid, entró en el Café Gijón, se topó de bruces con el propio escritor, y sintió la necesidad de quedarse ahí para siempre.
Hace unos pocos años menos, Bohigues caminaba por la calle de Carretas y se sorprendió al leer en su suelo una referencia a que por allí había existido el Café y Botillería del Pombo, igual que al pasar por la Puerta del Sol y ver que en una de sus columnas una placa recordaba al también desaparecido Café de La Montaña. “En el Pombo recalaba Gómez de la Serna, y en el de Sol, Valle Inclán”, dice Bohigues con cierta tristeza porque esos recuerdos se puedan perder. “Sentí un poco de vergüenza por la facilidad con la que se cerraron esos cafés y tantos otros de Madrid”.
Desde hace ocho años, Bohigues es camarero del Café Central, donde disfruta de dos conciertos diarios, generalmente jazzeros. Siempre ha llevado un escritor en su interior, así que creó desde el café donde trabaja y pasa las tardes un concurso de relatos para aficionados que en los últimos años ha llegado a más de 300 participantes por edición, de los cuales 25 se editan en un librito. “La gente escribe muy bien, hay mucho talento literario desconocido que no encuentra lugar para publicar. Las diversas ediciones que promovimos desde el Central me llevaron a animarme a recopilar las historias ocurridas en los viejos cafés de Madrid, tanto los desaparecidos como los todavía abiertos”
Así surgió Cafés de Madrid que nos dejaron huella, una pequeña guía en la que él mismo, y 13 escritores más, cuentan sus vivencias personales en lugares como el Café Comercial, el Central, el Gijón, el Berlín, el Café del Círculo de Bellas Artes, el Parnasillo, el Manuela o el Galdós.
“No se debían haber cerrado muchos de esos cafés que cuentan la historia de Madrid, creo que cada madrileño tiene una historia especial en el Comercial, o en el Gijón o en el Central”, reflexiona el escritor y camarero. “Este libro es un grito, una llamada de atención. Casi una denuncia. No podemos permitir que desaparezcan”, dice con amable vehemencia.
A pocos meses de cumplir 60 años, Bohigues lleva un poco más de media vida en Madrid: “Me siento muy madrileño y me alimento de las historias de los cafés, que aparecen en todos mis libros” (cinco, hasta la fecha). Hizo algún curso de periodismo, y estudió también para actor en el TAI (Taller de Artes Imaginarias), lo que le hizo dedicarse al teatro durante unos años, hasta que entró como camarero en el Café Comercial, donde se tiró casi 24 años.
“Al cerrar por la noche, me quedaba en una mesa para escribir lo que había sido el día, registrar las vivencias para que no fueran como humo que desaparece”, recuerda.
Y aunque todos estos cafés históricos han sido generalmente más literarios que musicales, ahora como camarero en el Central se siente privilegiado por poder compaginar su pasión por la literatura con el jazz: “Soy un actor que escribe y soy camarero. Un amigo dice que lo de servir mesas es una máscara para alimentarme de la gente y sus historias. Con todo mi respeto por los que se encierran, no soy de los escritores que se quedan en casa. Necesito salir, sentir las necesidades de la gente, mirar a los ojos, y ser camarero me permite eso”. Y, por ello, sentencia que su forma de escribir “es como el jazz, improvisación. Cada concierto es distinto, como cada día en el Central”.
Le gusta diferenciar los cafés de las cafeterías: “En un café te sientas, te pides un café y te puedes tirar cuatro horas, no necesitas más, pasan historias y solo hay que abrir los ojos para verlas. En una cafetería quieren que te tomes algo rápido y te vayas. En un café nunca estás solo, el tiempo se para”.
Cuando está de vacaciones a París, Londres o Roma, Bohigues visita también sus cafés para que la gente le narre sus experiencias. “Es que a mí, de siempre, todo el mundo me ha contado sus cosas”, reconoce. Pero es consciente de que el viejo café no es lo único que se está perdiendo en este mundo globalizado, ya que también están desapareciendo los quioscos de prensa o los bares típicos de bocatas de calamares.
“Las mejores esquinas de la Gran Vía eran cafés, ahora son grandes almacenes o cadenas y franquicias. Y creo que es más necesario que nunca volver a hablar, a hacer tertulias”. Confiesa que sigue comprando el periódico en papel a diario y que lo lee en un café con un café: “Es una necesidad. Leo así a Muñoz Molina, a Jabois, Elvira Lindo o Vicent y al final es como si fueran amigos tuyos, gente de confianza. Quieres que te cuenten cosas”.
Cree Bohigues que “todo lo que le das al café, el café te lo devuelve”, por eso el cierre de cualquiera de ellos se lo toma casi como un fracaso personal. No obstante, celebra la buena salud del Gijón y el Comercial, con más de 130 años de vida cada uno, o el Central, que en 2025 va a cumplir 44 años. “El sabor típico de cada uno de estos lugares es lo que hace a las ciudades diferentes ante la globalización. Son pequeñas islas que tenemos que defender, pues si desaparecen, desaparece también parte de nuestra memoria colectiva. No concibo Madrid sin ellos. Entrar en un café histórico de Madrid es entrar en un túnel del tiempo”.
Recuerda ver pasar por el Comercial a la escritora Almudena Grandes, o a gente del teatro como Gerardo Vera o Luis Pascual, además de ver a Garci y Álvaro de Luna compartiendo tertulias en el Gijón con su admirado Vicent. “Me siento un privilegiado por haber vivido todo eso, y creo que es importante que no se pierda. Esa es la intención de Cafés de Madrid que nos dejaron huella. Afortunadamente, no vivo de la literatura y eso me da libertad. Escribo lo que quiero, mis facturas me las paga ser camarero”.
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