_
_
_
_
Vermú y verbena
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Año nuevo, vida vieja

Dividimos la vida en años para intentar entenderla. Y esto es más patente que nunca el 1 de enero, cuando se nos juntan un desenlace y un comienzo. Pero la vida va tan rápido que se nos atraganta, como las uvas

Una mujer celebra el Año Nuevo en la Puerta del Sol, este martes en Madrid.
Una mujer celebra el Año Nuevo en la Puerta del Sol, este martes en Madrid.J P Gandul (EFE)
Enrique Alpañés

Hay cosas que no tienen medida, como la oscuridad, el vacío o el miedo. Hay otras, como la vida (o el mar) que son solo inabarcables. Por eso fingimos que se dividen en pedacitos pequeños e independientes, para intentar entender. Para encapsular las penas y alegrías en trocitos y que no se nos hagan bola. Así decimos que hemos pasado un annus horribilis, que no hay mal que 100 años dure o que año nuevo, vida nueva.

Lo hacemos, de forma individual, al llegar nuestro día y afrontar el número que arde en la tarta. Soplar para apagar un incendio en miniatura, salvar las velas del desgaste. También lo hacemos de forma colectiva al llegar las doce de la noche del 31 de diciembre, todo el país pendiente de un reloj, comiendo uvas, tirando serpentinas y besando un poco indiscriminadamente. Deseándonos un año más feliz que el que acabamos de dejar atrás. Si esos deseos se cumplieran, la vida sería un continuo in crescendo hasta explotar de felicidad y salud allá por los 200 años.

Estos días nos preguntamos en cenas familiares y copas con amigos por la nota que le daríamos a 2024. Pero nadie pregunta qué nota le das a tu vida. Hacemos balance parcial y evitamos el total. Para un suspenso vital, no hay examen de recuperación. Y a ver quién anima la cena después de que la abuela diga que su vida no vale ni una buena reseña en Google Maps. Tres estrellas, no lo recomiendo.

Analizamos los años viejos y creamos propósitos para mejorar los nuevos. Como si la vida no fuera una constante, como si el culpable de la muerte, la precariedad o la tristeza fuera 2024 y 2025 nos ofreciera un nuevo comienzo. Empezamos una hoja en blanco, pero seguimos escribiendo el mismo libro.

En esto de echar la vista atrás, la tecnología nos ha ayudado bastante. Mucho se habla de la inteligencia y no tanto de la nostalgia artificial. Facebook sabe donde estabas hace tres años y está encantado de recordártelo. Spotify ha tomado nota de qué escuchaste este año y te lo va a decir para que compartas que en enero tuviste tu fase princesa pop pilates, signifique eso lo que signifique. Dividimos el año en canciones y la vida en fotografías, estatus y tuits. Lo que subes a redes se convierte en cánon.

Compartimos por Instagram una compilación de fotos de nuestro año, para contarnos a nosotros mismos, o a los demás. Para hacer balance y entender todo lo que nos ha pasado. Antes lo hacíamos en diarios escritos y privados, pero en los últimos tiempos da la sensación de que la imagen ha ganado a la palabra y nuestros diarios son digitales y públicos. Hay más música, más sonrisas y más impostación. Decía Joan Didion que “nos contamos historias a nosotros mismos para poder sobrevivir” y esto es más patente que nunca el primer día del año, cuando se nos juntan un desenlace y un comienzo. Cuando la vida va tan rápido que se nos atraganta, como las uvas.

Como explicaba mi compañero Sergio C. Fanjul, el fin del año evidencia que el tiempo pasa sin compasión. Irreversible como la vejez, definitivo como la muerte. Los días se amontonan hasta componer un año más, que empaquetamos, analizamos y asimilamos. Y así, entre langostinos, uvas y buenos deseos, afrontamos el comienzo de una nueva etapa, sospechando que no es más que la continuación de lo ya vivido.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Enrique Alpañés
Licenciado en Derecho, máster en Periodismo. Ha pasado por las redacciones de la Cadena SER, Onda Cero, Vanity Fair y Yorokobu. En EL PAÍS escribe en la sección de Salud y Bienestar
Rellena tu nombre y apellido para comentarcompletar datos

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_