La desesperación de un profesor para alquilar piso en Madrid que lo convirtió en víctima de una estafa
Después de nueve meses en busca de vivienda, la experiencia de Luis Flores es un relato de lo complicado que está el mercado del arrendamiento en la capital
Nombre, profesión y que es tranquilo. Son las tres cosas que Luis Flores, profesor de inglés en un colegio concertado de Arganda del Rey, cuenta de sí mismo en los portales inmobiliarios. Antes escribía mucho más: que tiene 33 años, que es de México, pero vivía en Dallas (Texas, EE UU), que llegó hace 10 años a Madrid, que va a menudo al gimnasio o que estudia un máster en nutrición. Pero después de casi nueve meses de buscar piso sin parar, ha decidido reducir la información al mínimo. “Son cosas que han utilizado para decirme que no”, cuenta. Su periplo para encontrar un sitio donde vivir ―todavía sin resultados― está lleno de requisitos absurdos, comentarios xenófobos y cancelaciones de última hora. Un reflejo de que conseguir una vivienda en la capital se ha convertido en una guerra. Y Flores siente que la ha perdido. Hace un par de semanas, desesperado por firmar un contrato de alquiler, recibió el último golpe: pagó 320 euros para reservar una habitación, por fin, pero esa habitación no existía. Había sido víctima de una estafa.
La historia empieza con una alerta de Idealista. Flores había especificado en su perfil que buscaba una habitación de 500 euros al mes, o menos, por las zonas de Malasaña, Chueca o Gran Vía, en el centro de Madrid. Cada vez que algún casero o inmobiliaria colgaba una por ese precio ―tampoco había mucho― le llegaba un mensaje al móvil. Y así ocurrió la segunda semana de octubre. La pantalla del teléfono se ilumina y aparece el chollo, un cuarto por algo más de 300 euros, en buen estado y bastante mono. “El precio se me hizo raro, porque es un barrio caro, pero estaba desesperado”, recuerda el profesor. El anuncio incluye un teléfono de contacto, Flores escribe un mensaje y al cabo de un par de horas recibe una llamada.
“Hola, me llamo David”, dice alguien al otro lado. Es una voz corriente, parece joven. Le explica que es el propietario, que en el piso van a vivir ellos dos, que ha visto su perfil y que encaja con él. También le comenta que en ese momento está de viaje fuera de España, pero que puede enviarle fotos y vídeos de la casa antes de que vuelva para enseñársela. Flores recibe las fotos y no hay nada que haga sospechar que no son reales, le gusta lo que ve y decide ir a visitarlo en persona. Entonces, David le pide que, a modo de reserva, haga una transferencia de 320 euros (el pago de un mes). “No me fío cuando me piden dinero antes de ver un piso, pero me dijo que si al verlo no me gustaba me lo devolvía”, relata. También le envía un documento firmado con su nombre completo, DNI y número de cuenta. El profesor habla con un abogado amigo suyo, no parece un documento falso.
Flores se fía, necesita una casa. En marzo, el que hasta entonces había sido su casero les comunicó a él y a otros dos compañeros que debían dejar el piso donde vivían, ubicado cerca de la Gran Vía. “Quiere montar un Airbnb”, cuenta. Desde entonces, ha estado durmiendo en el cuarto de invitados de unos amigos, y la infructuosa búsqueda de casa ha minado su autoestima poco a poco: “Es un buen piso en el centro’, me digo, y decido hacer la transferencia”. Es 11 de octubre, martes, y nada más realizar la operación, avisa por mensaje de WhatsApp a David. Él le pregunta si es una transferencia inmediata, Flores le dice que llegará en un par de días, y así ocurre. El jueves, el supuesto propietario confirma que ha recibido el dinero y concierta una cita con el profesor para el domingo a las tres de la tarde. Parece que todo va bien.
Está emocionado, al fin ha encontrado lo que buscaba. Hace las maletas, las quiere tener listas porque va a decir que sí al piso después de la visita. Lo que vio en los vídeos le gustó y quiere mudarse cuanto antes. Llega el domingo y a la hora estipulada el profesor ya está en la calle de La Palma número 35, en el barrio de Malasaña, donde en teoría se encuentra el piso. Pero David no responde a las llamadas. Al final, a las 15.17, contesta al WhatsApp. Esta es la conversación que mantienen:
― Hola, ¿puedes ahora?
― No, si puedes sobre las 8.
―Vale, nos vemos.
A las ocho de la tarde, Flores vuelve a la calle y escribe de nuevo. Todavía guarda la esperanza:
―Puedo ya. ¿Puedo pasar?
―¿Perdona?
―¿Ha ocurrido algo?
Tres mensajes sin respuesta. Espera durante una hora hasta que decide acercarse al portal. Es entonces cuando se da cuenta del engaño: David le había dicho que el portal era el 35 (eso sí existe), pero que el piso era el segundo C (eso es mentira). En el número 35 de la calle de La Palma solo hay dos apartamentos por piso, el izquierdo y el derecho. Nada de A, B y mucho menos C. Flores sabe que ha sido estafado, se va a casa. Allí se fija en que David está “en línea”, le llama. Esto es lo que se dicen:
― Hola, soy Luis.
― ¿Y?
― Teníamos una cita para ver el piso.
― Que te den por culo.
Cuelga. Flores no vuelve a ponerse en contacto con David, ni David con él. Al día siguiente, va a la comisaría a denunciar. Allí le explican que tardarán bastante en ponerse con ello, unos seis meses, porque van con retraso y tienen muchos casos del estilo. El procedimiento habitual es intentar rastrear al estafador con los datos que les ha facilitado el denunciante. Si descubren quién es, al tratarse de una cuantía inferior a 400 euros, se considera un delito de estafa leve y la pena es el pago de una multa, según el artículo 249 del Código Penal.
De la policía, al banco. Flores quiere saber si podrá recuperar el dinero, pero en la sucursal le dicen que es muy complicado porque él realizó la transferencia siendo plenamente consciente de lo que hacía. “Tuve un ataque de ansiedad y pensé que quizá era una señal para que me volviera a Estados Unidos. Me dio la sensación de que era un pendejo, de que me habían tomado por tonto”, se lamenta el profesor.
Mafias “supersofisticadas”
“Hay verdaderas mafias que se dedican a estafar en el mercado inmobiliario, las había antes de internet y desde que existen las páginas web intentan trasladar su engaño ahí. Son supersofisticadas, las lleva gente que sabe y que invierte mucho en ello”, explica un portavoz de Idealista. Las estafas son una constante, y ellos las llevan detectando casi desde que nació la aplicación, aunque hay momentos clave al año en los que aumenta el número de fraudes. Por ejemplo, a la vuelta de las vacaciones de verano, entre septiembre y octubre, como ha sido el caso de Flores, o después de las Navidades. Y más si hay poca oferta para mucha demanda y los pisos anunciados vuelan nada más publicarse.
Según Idealista, el 15% de las viviendas que se alquilaron a través del portal durante el mes de octubre no llegaron a las 24 horas en el mercado. Es lo que se conoce como alquileres exprés, y los pisos con precios inferiores a los 750 euros al mes son los que más rápido se alquilan. En Madrid, casi el 30% estuvo menos de un día colgado en la página web. Este contexto apremia a los interesados a aceptar requerimientos que en otra situación tal vez no habrían tolerado.
“Colgar un anuncio desde cero con datos falsos es prácticamente imposible; tenemos sistemas de inteligencia artificial que nos avisan cuando uno es sospechoso. Y después de ese primer filtro, pasa a un equipo de 20 personas para hacer una revisión de la información más exhaustiva”, explica el portavoz. Entonces, ¿cómo lo hacen? Lo más habitual es la técnica del phishing, enviar correos electrónicos falsos como anzuelo para “pescar” información de los usuarios.
Son comunes los mensajes tipo: “Actualiza tu contraseña de BBVA en este link” o “Haz clic en el siguiente enlace para confirmar tus datos de contacto”. Si la persona pincha la dirección que le han enviado y rellena sus datos ―por ejemplo correo electrónico, nombre, teléfono y contraseña―, los ciberdelincuentes pueden tomar el control de la cuenta de banco, de Facebook, e incluso de Idealista de esa persona. Una vez dentro, cambian la página a su antojo.
En el caso de un portal inmobiliario, se adueñan de un anuncio que era real y lo alteran a su antojo: pueden bajar el precio, poner otro número de cuenta y cambiar teléfono de contacto. Por eso es tan difícil pillarlos. “Aprovechan la ansiedad que tiene la gente. Los usuarios no tienen tanta sensación de riesgo y se fían. En cuanto lo detectamos, lo que hacemos es bloquear el anuncio y pedir a quienes hayan interactuado con él que cambien sus contraseñas”, señala el portavoz. Aun así, pueden pasar horas hasta que el sistema lo detecta, por eso piden a los usuarios que cuando vean algo extraño lo comuniquen. En la aplicación hay un botón que reza: “¿Hay algún error en este anuncio?”. Al pincharlo, se ofrecen varios errores posibles y uno de ellos es la posible estafa.
Visitas guiadas para ocho personas
Flores tiene previsto firmar un contrato de alquiler dentro de poco, en la misma calle donde se ubicaba el piso con el que le han estafado: “Ya no me fío de nada, me ha pasado un par de veces que me dan una fecha para firmar y al final encuentran un motivo por el que decirme que no”. La estafa ha sido la última gota en una larga lista de desplantes y situaciones inverosímiles.
Hace unas semanas quedó para ver otro piso por la zona de Lavapiés, también en el centro. Se presentó allí a la hora acordada y poco a poco empezó a llegar más gente al portal. Como él, venían a ver el piso. El propietario los había convocado a todos, ocho en total, para enseñarles la casa y el barrio. Los sentó durante 45 minutos en una mesa, fue haciendo preguntas a cada uno y apuntando las respuestas. “Estábamos extrañados, pero también desesperados, así que lo aceptamos. Los caseros pueden pedir cualquier cosa que la gente lo va a hacer”, relata Flores. Al terminar, el propietario les dijo que en unos días llamaría a los perfiles que más le habían gustado, porque justo después tenían otro grupo de ocho personas con el que iban a hacer exactamente lo mismo. Flores no sabe cuántos grupos habrían pasado ya por eso. A él no lo seleccionaron: “Nos caíste muy bien, si pasas por el barrio nos tomamos algo”.
En otra ocasión le dijeron que no lo cogían porque sus gustos, por los que le habían preguntado, los consideraban aburridos. Una vez, le pidieron rellenar un cuestionario de 50 preguntas sobre sí mismo y su vida antes siquiera de ir a ver el piso, era la barrera previa para concertar las visitas. Si la pasabas, lo veías, si no, nada. “Molaría tener un latino en casa”, le respondió un chico cuando comentó que era de México. Otro fue más directo: “Ya tenemos un mexicano”.
La lista es larga y Flores no puede más: “No sé qué hacer. Lo único que quiero ya es borrar la aplicación de Idealista del móvil, veo el logo y me entra ansiedad. Me he quitado todas las redes y casi ni reviso el teléfono ya, cuando salta una notificación empieza el agobio”. Ahora solo espera que el contrato que tiene previsto firmar no salga rana. Todavía no ha deshecho las maletas.
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