Una disputa por la libertad y el poder a través del teatro renacentista de Cervantes
La tragedia del pueblo celtíbero de ‘Numancia’ explora la violencia, la muerte y la maternidad en una adaptación sin adornos
Unos escalones de piedra recuerdan a la plaza del desaparecido poblado de Numancia, situado sobre el Cerro de la Muela en Soria. Retumban los tambores y aparece Escipión. El general romano pone en marcha la misión que le ha encargado el senado: cavar un foso para tomar la ciudad. Miguel de Cervantes escribió la tragedia El cerco de Numancia a finales del siglo XVI. La trama, inspirada en la derrota del pueblo numantino a manos de los romanos en el siglo II a. C., está ambientada en las guerras celtíberas. La interpretación de esta obra dramática reflexiona sobre los límites de la libertad individual y colectiva.
La impotencia y supeditación a las formas de poder son el reflejo de la idea principal del discurso, que muestra cómo solo se puede ser libre viviendo en comunidad. La directora Ana Zamora presenta un montaje renacentista sobre la obra del autor alcalaíno en el Teatro de la Comedia de Madrid. Esta abre un mundo de conocimiento sobre la libertad para “transcender en la perspectiva tan chata con la que hemos identificado el término”, según la dramaturga.
La nueva mirada se desvía del Cervantes barroco, ese señor oscuro de mirada turbia muy enfadado con Lope de Vega. Su teatro, anterior al Siglo de Oro, se apoya en parámetros más primitivos. Como autor de un Renacimiento tardío, se separa del optimismo y del juego de los autores anteriores.
Más de un año de trabajo de documentación por parte de la directora y dos meses de encierro en Segovia con el equipo, lejos del ruido de la cotidianidad, resultan en una materia escénica que habla sobre la violencia que ejerce el hombre contra el hombre, la vida, la muerte y la maternidad. Las mujeres de los soldados numantinos lamentan la hazaña de sus maridos, que dejará esclavos a sus hijos: “¿Que harán tres mil soldados contra ochenta mil? Si hacéis esta salida, al enemigo dais vida y a Numancia muerte”.
El pequeño pueblo hispano resiste a la invasión romana. “De esta ciudad los muros son testigos que solo el nombre tienen de romanas”, grita con vehemencia Escipión, que utiliza el castellano medieval durante su discurso dirigido a los soldados.
La obra de Cervantes es una obra épica con ejércitos, pueblos, gente y espacios abiertos. Sin embargo, la compañía Nao D’Amores elabora un teatro reducido o, como ellos lo denominan, “de cámara”. Los elementos de significación se centran en lo esencial y la síntesis domina una puesta en escena despojada de adornos superfluos. En esta adaptación, el número de versos se limita para crear un teatro a la italiana en el que no hay protagonismo.
El trabajo es coral y equilibrado. Sobre el escenario hay ocho personas, dos músicos y seis actores, que bailan descalzos alrededor de una hoguera. La música juega un papel muy importante en el espectáculo. Todos cantan melodías medievales entre armonías al son de una flauta, un xilófono y un órgano.
A través de códigos rudimentarios, se presentan mensajes evidentes. Los numantinos llevan una chaqueta gris y los romanos una camisa de color. Los espectadores tienen claro quién es quién. El actor José Luis Alcobendas se convierte en varios personajes. El madrileño hace de Escipión, Leoncio, madre, sacerdote, incluso de río Duero, una de las metáforas que presenta Cervantes en su obra.
“Mía será Numancia a pesar vuestro”, propugna el general. Los numantinos se encaran y proponen un combate cuerpo a cuerpo con los mejores soldados para acabar con la guerra. El hechicero Marquino augura un amargo final. La peripecia de esta clásica historia, que ocurrió hace más de dos mil años, sirve de instrumento para hablar de intimidad personal, amor, justicia, horror, dolor y muros. “Los romanos ya construían muros, en este caso, un foso para cercar a una población. Por desgracia, seguimos conociendo muros, de acero, de hormigón o informáticos. Está Palestina, México, El Sáhara o Berlín”, sentencia Alcobendas.
Durante los 75 minutos que dura la función, hay saltos tanto en el tiempo como en el espacio. La sucesión de escenas recuerdan al estilo cinematográfico de Shakespeare: dentro del cerco del poblado numantino en el interior de la muralla, en el campamento romano, en la plaza de Numancia, en la tienda de campaña de Escipión…
La puesta en escena se nutre del teatro pobre en el sentido que lo presenta el director polaco Jerzy Grotowski, basado en la carencia de escenografía y centrado en la relación del actor con los espectadores. El protagonista lo define como una máquina de relojería que exige cierta disposición por parte del público: “Cuando eso ocurre, surge la magia del rito teatral de la tragedia de Cervantes”.
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