Una tragicomedia irreverente sobre la búsqueda de la felicidad a cualquier precio
Rubén Ochandiano, autor y director de ‘El alivio o La crueldad de los muertos’, abre la programación de Teatros del Canal el próximo 1 de septiembre
Cada persona tiene un lado oscuro que intenta obviar y se somete a una lucha constante entre el ser y el parecer, que se transforma en ocasiones en una obsesión por encajar, por entrar dentro de los cánones para ser aceptado en sociedad. Las redes sociales han agudizado ese fenómeno de mostrar solo los momentos felices, como si la tristeza no tuviera cabida en un mundo donde el éxito coloniza la imagen virtual que se proyecta. Ese escaparate social se transforma en una farsa y es lo que propone el actor Rubén Ochandiano con El alivio o La crueldad de los muertos, un espectáculo que abre la programación de Teatros del Canal el próximo 1 de septiembre y que permanecerá en escena en la Sala Verde hasta el 19 de septiembre. Al frente se encuentra un reparto de seis actores: Nata Moreno, Albert Mèlich, Jessica Serna, Sergio Mur, Tomás Pozzi y Alicia Rubio.
El argumento de la obra versa sobre Jessica, una trabajadora del hogar latina de mediana edad que será testigo de la noche de cumpleaños de Lily, la mujer que ha contratado sus servicios. Esa pequeña reunión con amigos íntimos regada con alcohol y bailes terminará por desenmascarar las mentiras, los complejos y los prejuicios de estos personajes. “Jessica es el hilo conductor y la mirada externa a ese grupo de artistas bien pensantes que se suscriben al pensamiento único solo por estar en la pomada, sin saber muchas veces ni siquiera de lo que están hablando. Ese era el asunto sobre el que quería hacer farsa, sobre este discurso panfletario. Siento que hemos decidido aceptar una conciencia social performativa que tiene más que ver con aquello que muestro, más que con lo que defiendo de verdad, que a veces ni me he enterado de lo que es”, declara Rubén Ochandiano, autor y director de esta obra.
Películas como Eva al desnudo, de Joseph L. Mankiewicz, El ángel exterminador, de Luis Buñuel, o Canino, de Yorgos Lanthimos, han servido como referentes a esta tragicomedia irreverente y salvaje, que se sumerge en la creación del mal y el nacimiento del monstruo interior. “Estoy aburrido de que no se pueda decir nada, de que uno tenga que plantearse siete veces si puede o no puede decirse un qué. Entiendo que es un mal de nuestro tiempo y que cualquier movimiento tiene que pasarse de frenada para encontrar su lugar natural, desde luego vivimos en una realidad en la que hay que cogérsela con papel de fumar, y de eso hace farsa la función”, señala Ochandiano.
Este estreno total de El alivio o La crueldad de los muertos es una reflexión sobre la pandemia del primer mundo, es decir, la sensación de querer más y más porque nunca es suficiente. Es lo que Ochandiano llama la insatisfacción crónica: “Los actores somos un colectivo que persigue aceptación de manera desesperada. Nos quedamos anclados a menudo en la adolescencia buscando el bienestar a cualquier precio a través de gurús, terapeutas, acupuntura... Somos muy dados a eso y para hacer comedia me venía muy bien. Es ese universo de la quinoa y el yoga”. Su conocimiento sobre este entorno le ha permitido hablar de las miserias del colectivo y de las suyas propias, con un código de actuación que tenderá a lo metateatral, dejando muy poco espacio para que el espectador imagine diferencia alguna entre el actor y el personaje que este está interpretando.
Ochandiano ha trabajado a lo largo de su carrera con directores como Pedro Almodóvar en Los abrazos rotos, Steven Soderbergh en Che, Alejandro González Iñárritu en Biutiful o Gabriele Salvatores en Amnesia. Pero en esta ocasión se entrega a dar forma a su propio material, aunque ya ha dirigido obras teatrales como La gaviota de Antón Chéjov. “Quería escribir una historia de amor, es lo que me apetecía, pero luego a uno le sale la cosa por donde le sale. Es verdad que escribo las cosas que me hacen reír a mí, y supongo que ahí está mi manera de mirar el humor y la vida. Cuando nos hemos puesto a poner en pie la obra hay momentos que hemos dicho que era agresivo contar esto así. Siento que puede interpelar al espectador y hacerle sentir incómodo en la butaca. Llegados a este punto me da morbo porque también como espectador me excita que los productos, las películas y las funciones me lleven a ese lugar, pero no era la intención”, indica.
En el caso de Natalia Moreno, la actriz explica que se ha visto reflejada en el personaje porque encarna a una mujer directora, algo que le ha llevado a confundir esa línea tan delgada que separa la interpretación de la vida real. “Todos los personajes se llaman como nosotros y para hacer esta función te tienes que encontrar con el lado oscuro si quieres ser honesto y mostrarle al público realmente de qué va esta farsa”, afirma. Para ella, Ochandiano consigue un texto y una propuesta escénica que apuesta por una mirada punky, en donde se tocan ciertas llagas que social y políticamente son un poco incorrectas. “A mí me parece que es bueno hacer esto, porque el teatro siempre ha sido un espejo de la realidad y desde esta casa nos podemos tomar esta libertad de no ser tan correctos”, aclara sobre esta función en la que aprender a reírse de uno mismo es un reto sanador, divertido y liberador.
Esta directora, actriz y dramaturga, cuya pieza documental Ara Malikian al habla fue nominada a los premios Grammy Latinos y su cortometraje Le Chat Dore premiado a nivel nacional e internacional, confiesa que en el proceso creativo se percataron de dos cosas fundamentales. “Una es que vivimos en un mundo de imagen, de redes, donde parece que solo se puede mostrar la foto estupenda, el niño bonito, el barco cada vez más largo. Nuestra propuesta es contar cómo llegas hasta ese barco, cómo sudas, cómo llora tu hijo igual que el de todos. Y por otro lado los temas que tocamos hemos tenido que debatirlos porque estamos todos muy sensibles, las pieles están como de seda. A las cosas hay que llamarlas por su nombre y los asuntos que son serios tienen que tener la profundidad que tienen. Creo que vivimos en la sociedad de la ofensa”, concluye.
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