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De Reino Unido a Uganda para diseccionar cerebros de moscas

La bióloga Lucía Prieto quiere entender la evolución a través de los insectos y para ello combina la dirección de su propio laboratorio en Londres con un proyecto para fomentar la investigación en África

Lucía Godino hace una demostración a varios estudiantes sobe cómo diseccionar el cerebro de una mosca en Tanzania en 2015.
Lucía Godino hace una demostración a varios estudiantes sobe cómo diseccionar el cerebro de una mosca en Tanzania en 2015.Cedida por Lucía Godino
Patricia Peiró

La operación es milimétrica, la escala, ínfima, las respuestas, infinitas. Algo tan pequeño como el cerebro de las moscas —que lo tienen— puede servir para contestar los miles de interrogantes que todavía quedan sobre la evolución de las especies. Con unas pinzas extremadamente afiladas se hace una pequeña incisión en la corteza marrón y se ve la masa blanca propia de un animal que no tiene sangre y que está lista para proporcionar información a la que observa desde el microscopio. Esa persona es la bióloga madrileña Lucía Prieto. Esta científica dirige su propio laboratorio en el prestigioso Instituto Francis Crick de Londres, cuenta con una financiación de tres millones de euros y tiene a diez personas a su cargo para responder a estas preguntas. Además, ha tenido tiempo de montar una red de apoyo a la investigación en el continente africano.

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“Siempre me fascinó saber cómo funciona el cerebro, cómo ha llegado a desarrollarse un órgano tan complejo. Aunque parezca mentira, tenemos muy poca información sobre cómo ha evolucionado el cerebro de las especies”, relata al otro lado del teléfono desde Londres. El comportamiento humano, los recuerdos y los pensamientos que desarrollamos cada día dependen de 85.000 millones de neuronas del cerebro. Prieto analiza cada recoveco del sistema olfativo de las moscas de la fruta para desentrañar cómo hemos llegado a ser lo que somos.

Formada en la Universidad Autónoma de Madrid, fue en la facultad donde comenzó a familiarizarse con las moscas. Allí, un profesor comenzó su investigación con estos insectos y ella se interesó y le preguntó si podía trabajar con él. Y desde entonces prácticamente su carrera ha ido ligada a estos animales. “Hay muchas posibilidades. Los insectos transmiten muchas enfermedades así que podemos usar los conocimientos que obtengamos estudiándolos para entender cómo encuentran a los humanos y al ganado y cómo propagan las dolencias y desarrollar estrategias para prevenirlo”, detalla Prieto.

África se cruzó en su camino en 2010. Un año antes había coincidido con Sadiq, un colega nigeriano afincado en Uganda, en un curso en Estados Unidos en el que enseñan cada año a 20 estudiantes las técnicas más punteras en neurociencia. “Hablando con él, me di cuenta de que cuando yo regresara a mi laboratorio podía poner en práctica todo lo que había aprendido, pero él no. Teníamos las mismas aspiraciones, pero condiciones muy distintas”, explica. En los meses posteriores a acabar el curso, esas conversaciones con Sadik volvían de forma recurrente a su cabeza. Así que al terminar el doctorado contactó con él por Facebook y le propuso organizar una serie de clases para sus alumnos sobre lo que habían aprendido juntos en Estados Unidos. Él respondió entusiasmado. “Fue un momento en el que pensé: ‘He aprendido muchas cosas pero, ¿de qué manera es esto bueno para el mundo?”, cuenta la bióloga.

100 kilos de material

Así que se puso a llamar a muchas puertas, desde la Universidad de Cambridge, en la que ella había estudiando, hasta diferentes empresas y compañeros de profesión. Ella pensaba solo conseguir dinero para su billete y llevar algo de material, pero la bola se hizo tan grande que acabó fundando TReND, una red que da apoyo a la investigación científica en África. “Iba a ser un evento puntual, pero el interés fue tan grande, que acabamos montando un curso internacional con estudiantes y profesores de varios países”, apunta. Muchos de sus colegas se apuntaron al viaje y sus compañeros de Cambridge le dieron cien kilos en material de laboratorio que transportó hasta Uganda ella misma como equipaje facturado.

Desde entonces, esta red de colaboración entre científicos de varios continentes se ha extendido a una veintena de países africanos y ya no solo se circunscribe a cursos sobre neurociencia, sino que abarca muchas otras disciplinas y actividades. Durante la pandemia han puesto en marcha, por ejemplo, la fabricación de kits de detección de coronavirus. “No tiene mucho sentido que la investigación sobre las enfermedades que azotan África se desarrollen principalmente en Europa y Estados Unidos”, recalca. La científica solía poner como ejemplo la epidemia de ébola para explicar lo importante que es que exista un desarrollo en la investigación y el estudio de enfermedades en todos los continentes. Con la pandemia de coronavirus, aún tiene más fácil argumentar el porqué de esta red: “En un mundo tan interconectado, ya no existen los problemas locales”, subraya.

El propósito de Lucía Prieto es destapar todos los secretos del cerebro para mostrar cómo evolucionan las conexiones neuronales. Quiere involucrar en ello a científicos de todos los continentes. Y las moscas son sus aliadas.

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Sobre la firma

Patricia Peiró
Redactora de la sección de Madrid, con el foco en los sucesos y los tribunales. Colabora en La Ventana de la Cadena Ser en una sección sobre crónica negra. Realizó el podcast ‘Igor el ruso: la huida de un asesino’ con Podium Podcast.

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