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“Nadie nos ha enseñado que el aburrimiento es lúcido”

El filósofo y escritor madrileño Jorge Freire analiza en el ensayo ‘Agitación’ la cultura del malestar provocada por la necesidad de estar en constante movimiento

El filosofo madrileño Jorge Freire en la estatua de Juan Valera en el Paseo de Recoletos.
El filosofo madrileño Jorge Freire en la estatua de Juan Valera en el Paseo de Recoletos.Víctor Sainz
Idoia Ugarte

Jorge Freire (Madrid, 35 años) es un filósofo y escritor que habla en su último ensayo del mal de la impaciencia, de esa cultura del malestar en la que la sociedad poco a poco se hunde al ser incapaz de bajarse del frenético ritmo de los días. Agitación no es un camino para encontrar la serenidad del alma porque no ofrece respuestas. Es más una invitación a estarse quieto, a aburrirse, a mirarse desde el interior para intentar huir de la frustración. También es una crítica al hedonismo a corto plazo, al consumismo, a la necesidad imperiosa de colmar nuestros deseos más inmediatos. Jorge Freire analiza aquí la vida agitada, que nunca estará exenta de conflictos y renuncias.

Su ensayo se centra en el ‘Homo Agitatus’. ¿Cómo lo definiría?

Es aquella persona que entiende que su principal mandamiento es rendir siempre y no rendirse nunca, como los conejitos de Duracell. Es aquella persona que tiene que estar moviéndose indefinidamente porque si se detiene piensa que va a pasar algo malo. Se mueve so pretexto de divertirse o directamente buscando realizarse con cualquiera de esos señuelos que se le van agitando para que embista, como si fuera un toro.

¿Cómo se puede alcanzar esa tranquilidad?

Tiene que surgir de un movimiento interior en el que uno aprenda a estarse quieto. Nadie nos ha enseñado que el aburrimiento es lúcido, por eso uno piensa que tiene que estar constantemente haciendo cosas. Lo hemos visto en el confinamiento, sin poder movernos pero conectados todo el rato. Y si el internet falla durante cinco segundos nos volvemos locos.

¿Los madrileños son incapaces de estarse quietos?

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Madrid es una de las ciudades más frenéticas del mundo. Hace años hubo un estudio de las ciudades cuyos viandantes caminaban más rápido y la tercera era Madrid. Y eso da qué pensar y no es casualidad. El Madrid me mata de la movida es cierto, Madrid te mata por agotamiento. Es el poblachón manchego de Camilo José Cela, es una invención de Galdós. Ya no tienes a los aguadores en la calle de Postas o en Pontejos, pero sigue existiendo la misma vida popular. Madrid es la única ciudad que es pueblo y el único pueblo que es ciudad. Tiene lo bueno del cosmopolitismo, la apertura de mente y la buena oferta cultural, y también lo bueno del pueblo, la sencillez de la gente, como un carácter bonancible, como una cosa muy llana.

“Toda cultura que expulsa la negatividad es una cultura enferma”

Una de las frases del ensayo es que la gran tarea de nuestra época es dejar de huir hacia delante. ¿Cómo se consigue?

Ahora mismo no huimos hacia delante porque queramos sino porque vivimos en una sociedad consumista que se basa en el hedonismo a corto plazo. Desde pequeños se nos ha educado a que si deseamos algo automáticamente lo vamos a conseguir. De tal suerte que según los psicólogos, los niños tienen una tolerancia a la frustración bajísima. Freud decía que la civilización es el trecho que media entre un deseo y su satisfacción, es decir, la civilización se funda en la renuncia. Eso no significa ascetismo o vida monacal, es sencillamente saber que las cosas que deseamos no se pueden cumplir al momento o que no todo deseo debe ser satisfecho.

¿Por qué vivimos en la cultura del malestar?

Toda cultura que expulsa la negatividad es una cultura enferma. Nuestra generación ha crecido en torno a un mito que es pensar que el conflicto puede ser abolido. Esta la idea de que todo lo relativo a la enfermedad, a la muerte, a la vejez, tiene que ser proscrito. Y es un problema gordo porque la vida no se entiende sin la muerte. Lo que hablo en Agitación es que en algún momento tendremos que tener conciencia de que somos finitos. Hay que aprender a estar serenos y a conciliar los extremos. Heráclito es el más oscuro de los filósofos pero también de los primeros y él dice que la vida es conflicto. La gente se queja de que en el Parlamento hay desunión y confrontación, pero no es nada malo. No se puede pretender eliminar el conflicto porque así estamos como estamos, con una neurosis bestial.

¿Cómo nos afecta esa sobrecarga de estímulos?

Afecta a nivel grupal y la propia democracia se ve amenazada porque cuando una masa muestra que no sabe gobernarse está pidiendo ser gobernada. Se saca a colación siempre a Tocqueville, lo del peligro de que una mayoría impetuosa arrastre a las minorías, pero en su segundo libro dice que se ha dado cuenta de que el peligro no es ese sino la atomización, que el ciudadano deje de empuñar las riendas de su vida y comience a ser tutelado, y eso es la agitación, quien no sabe gobernarse a sí mismo.

¿Qué papel juega la filosofía?

El libro se ubica en una tradición concreta de la filosofía que son las consolazione. No es un libro de autoayuda, aquí se te pone una mano en el hombro, como de un viejo amigo, para que endereces el ánimo y tengas fuerza para buscar argumentos que te permitan tener una vida serena. Es como la lanza de Aquiles, que hiere y sana. No se puede solo halagar al lector, hay que dar un poquito de cera pero sin que sea una cosa destructiva. Mientras exista la especie humana existirá la filosofía.

RINCONES DE MADRID

A Jorge Freire le gusta caminar de Colón a Cibeles por el Paseo de Recoletos porque se encuentra con las estatuas de Valle-Inclán y Valera, dos de los escritores a los que más admira. Uno por su estilo excesivo y el otro por la prosa precisa pero de alto vuelo literario. A su juicio, Juan Valera es el mejor prosista español del XIX. Otro de sus rincones es el Convento de San Hermenegildo (Alcalá, 45), por el que suele pasar para presentar sus respetos a otro Freire: Manuel Freire, capitán del ejército portugués al que llamaban “el duende de Madrid” por el panfleto satírico que había fundado con ese nombre y que estuvo encerrado ahí por los borbones. Aunque no es antepasado suyo, se declara de su linaje, porque considera que todo filósofo es como un duende: a unos les asusta, a otros les da risa y a todos, sin excepción, les parece un bicho raro.


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