Aprovechar la pandemia para romper el tabú de la muerte con los niños
En esta crisis sanitaria se unen dos pedagogías. Por un lado, hay muchos menores que han tenido pérdidas cercanas. Por otro, están aquellos que han oído hablar muchísimo de fallecimientos
La muerte sigue siendo un tema tabú en las sociedades occidentales, muy especialmente cuando se trata de abordar ese tema con niños, niñas y adolescentes. Y lo es quizás, entre otras cosas, porque tendemos a pensar lo que escribe Jorge Fernández Díaz en Mamá, que la muerte de los seres queridos “siempre es inesperada e inconcebible cuando uno tiene la edad de la omnipotencia”, cuando uno aún está en esa edad en la que piensa que la vida es un juego que dura para siempre. Queremos mantener a toda costa a nuestros hijos e hijas en esa utopía, aunque como padres ya sabemos que la muerte es la única certeza que tenemos y que tendrán nuestros hijos. Así que le damos la espalda a la muerte y cerramos los ojos, como hacíamos cuando éramos niños ante algo que nos daba miedo con la falsa ilusión de que así ese algo iba a desaparecer. La mala noticia es que no desaparece. Es más, a veces, como ahora, ese algo se hace muy visible y llega como un mar embravecido, como un intenso y constante oleaje diario (30 muertos, 220 muertos, 500 muertos) que escuchamos de mano de locutores de radio y presentadores de informativos de televisión y que a veces nos salpica directamente (un padre, una abuela, un tío, la madre de una amiga), hundiéndonos como solo puede hacerlo una fuerza de la naturaleza.
“Hay que diferenciar entre la pedagogía de la muerte y la pedagogía del duelo”, explica Montserrat Esquerda, pediatra en el hospital Sant Joan de Déu de Lleida y presidenta de la Comisión Deontológica del Consell de Col.legis de Metges de Catalunya, que participó recientemente en la jornada anual para Equipos de Atención Psicosocial y profesionales del ámbito sociosanitario organizada por la Fundación La Caixa. La pedagogía de la muerte haría referencia a la capacidad de hablar de la muerte con los niños sin que necesariamente haya habido ninguna pérdida. La pedagogía del duelo, por su parte, sería la capacidad hablar de la muerte con el niño a raíz de una pérdida y de ayudarle a gestionar el dolor provocado por la misma. “Ahora en pandemia se unen las dos pedagogías. Por un lado, hay muchos más niños y niñas que han tenido pérdidas cercanas. Por otro, incluso los niños que no han tenido pérdidas cercanas han oído hablar muchísimo de muerte, así que es bueno que aprendamos hablar sobre este tema con ellos”, afirma.
Y no es fácil romper el tabú, porque como asegura Esquerda, los niños, que tienen tendencia a preguntar, una curiosidad inagotable, “aprenden muy pronto qué es lo que en cierta medida no está permitido preguntar”. Lo intentan, pero se dan cuenta de que los adultos esquivamos el tema o respondemos con evasivas: “No te preocupes por eso”, “No mires eso”. Para la experta, en ese sentido, es fundamental que el adulto “abra la puerta a la comunicación”, una puerta que la pandemia provocada por la COVID-19 y su goteo de víctimas ha derribado a la fuerza en muchos hogares.
“Muchas veces es peor el fantasma que los niños y niñas puedan llegar a imaginarse ante tanto silencio que la realidad más dura”, asegura Montserrat Esquerda, que anima a los padres y madres a tomar las riendas de la conversación. “La forma más importante de gestionar ansiedades y miedos es sabiendo poner palabras a esos miedos. A veces va bien empezar por uno mismo. Es decir, que ante las imágenes y los datos que vemos y oímos, que muchas veces dejamos pasar sin más, nos preguntemos en voz alta cuánta gente debe estar sufriendo, cuántas familias, cuántas personas. Porque no son números, son personas. Y a partir de ahí empezar a hablar y dar pie a las preguntas de los niños”, recomienda.
Una pregunta clásica de hijos a padres que se ha visto incrementada estos meses es: “papá, mamá, ¿vosotros también os vais a morir?”. “La respuesta es todos nos vamos a morir y que esperamos que sea cuando ellos ya sean muy muy mayores y nosotros hayamos hecho todo lo que queríamos hacer en esta vida”, responde Esquerda, que recomienda a los padres estar “muy preparados” porque una vez que se abren el melón del tabú es habitual que a esa cuestión le sigan otras repreguntas (“¿Pero el papá de mi amigo era joven y murió”) y otras cuestiones más difíciles que habrá que abordar “con sinceridad dependiendo de la edad y el ritmo de cada niño”. Porque no hay una edad para empezar a hablar de la muerte, sino que la pediatra recomienda hacerlo desde el mismo nacimiento. “A mis residentes les digo que hay que explicar cualquier cosa que hacemos a los niños, incluso a los neonatos, porque la palabra vehiculiza la relación. Igual tienen seis meses y no te entienden, pero llegará un momento en que sí que lo harán. Pues lo mismo pasa con la muerte: si la vamos incorporando a nuestras propias conversaciones poco a poco los niños la irán integrando con normalidad”, añade.
Las cuatro tareas ante el duelo
Si para un padre o una madre ya resulta difícil romper tabús milenarios y hacer pedagogía de la muerte, más difícil aún es hacer pedagogía del duelo cuando la muerte nos roza y se lleva consigo a un amigo o familiar querido. “Erróneamente tenemos muy arraigado el no asumir el duelo infantil. Muchas veces con los niños nos va muy bien funcionar con mitos como que se adaptan mejor, que no se enteran, que si los distraemos, no se dan cuenta, etc. ¡Y claro que se dan cuenta!”, exclama Montserrat Esquerda, que recuerda el contenido de un artículo de la prestigiosa revista científica Pediatrics en el que se afirmaba sin tapujos que la muerte de una persona querida “es uno de los acontecimientos más estresantes que pueden pasar en la vida de un niño”.
“Nos falta reconocer lo duro que es un duelo para un niño, porque si seguimos negándolo nunca le prestaremos la atención adecuada”, afirma la experta, que aunque asume que habrá a quien le suene mal la metáfora, compara nuestra reacción ante el dolor provocado a un niño por una muerte con la que tenemos ante un abuso. “Afortunadamente con el tema del abuso sexual ya todos reconocemos su impacto en la vida de un niño. A nadie se le ocurriría en ese ámbito decir que los niños se adaptan mejor, que si los distraemos no se dan cuenta. Lo mismo debería pasar con la muerte”, razona.
Cuando esa muerte nos roza, más que hablar de las tradicionales etapas del duelo, Esquerda prefiere citar a J. William Worden, una eminencia en el ámbito, y sus cuatro tareas fundamentales para quien ayudar a gestionar un duelo
La primera tarea de quien ayuda en el duelo es la aceptación de la realidad de la pérdida, que según la experta, “implica necesariamente hablar de la muerte sin eufemismos (”se ha ido”, “nos ha dejado” o “Dios se lo ha llevado”) y modulando el mensaje en función de la edad del niño”. En esa primera tarea, según la presidenta de la Comisión Deontológica del Consell de Col.legis de Metges de Catalunya, ayuda “muchísimo” la despedida, algo que en el afán de proteger solemos robar a la infancia: “Nos hemos acostumbrado a no llevar a los niños a funerales y despedidas. De todas formas, la despedida no tiene por qué ser en el mismo funeral, sino que puede ser un acto simbólico y a poder ser social, ya que el ritual social de despedida tiene un valor mayor que la despedida que hace cada uno en soledad. Las despedidas son las que ponen en marcha el duelo y yo creo que ahora mismo hay mucho duelo congelado porque aún no nos hemos dado permiso para despedir”.
La segunda tarea pasaría por ayudar a identificar y a elaborar las emociones (hablar de si nos provoca pena, rabia por cómo ha pasado, enfado, etcétera) algo que con los niños se puede hacer mediante el lenguaje, pero también dibujando o con plastilina, ya que como explica Esquerda “el lenguaje del niño es muy amplio y cada uno muestra las emociones a su manera”. La tercera tarea consiste en ayudar a reconfigurar la unidad familiar: “En una familia cuando muere alguien no perdemos solo a esa persona, sino que perdemos una forma de funcionamiento familiar, una estructura”. Señala la pediatra que esta etapa es especialmente importante en el caso de los adolescentes, en los que muchas veces el duelo va ligado a la asunción de conductas de riesgo. “Mientras que en el niño pequeño el duelo es un estresor, en el adolescente el duelo es un factor de riesgo que en muchas ocasiones propicia la puesta en práctica de conductas muy límite. El adolescente necesita más que nunca una estructura familiar, una estructura que lo estructure a él”, argumenta.
La cuarta tarea, por último, sería la más espiritual, un asumir el mensaje de “siempre te llevaré conmigo”, una toma de conciencia de que lo que la persona que se ha ido ha dejado en nosotros ya no se va a perder nunca. “Estas tareas pueden intercambiar su orden. Puede ser que en un determinado caso empecemos por la segunda tarea y en otro por la tercera, porque a veces hay niños que pierden a los dos progenitores a la vez y esa reconfiguración familiar es una cuestión de supervivencia para el niño. Tampoco ni siquiera es necesario que se lleven a cabo todas. Lo único seguro es que la tarea cuatro es la que llega necesariamente en último lugar, cuando uno ha tenido el tiempo suficiente para encontrar sentido y para haberse recolocado emocionalmente tras el golpe”, concluye.
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