“En España ha habido una cantidad de bulos muy superior porque somos un escenario muy politizado”
El profesor e investigador de la Universidad Carlos III de Madrid, Raúl Magallón Rosa, ha estudiado cómo ha evolucionado el fenómeno de la desinformación durante la pandemia
Dentro de la semiótica hay una rama que estudia el lado oscuro de la comunicación: el rumor, el secreto, el bulo. Esto es lo que interesa a Raúl Magallón Rosa (Madrid, 42 años), profesor de Periodismo y Comunicación Audiovisual de la Universidad Carlos III de Madrid que en los últimos cinco años se ha visto particularmente atraído por las dinámicas que han propiciado la repentina llegada de la llamada posverdad. La pandemia lo puso en alerta por la multiplicación de bulos que empezaron a circular en medio de la incertidumbre de un inédito confinamiento; un caldo de cultivo perfecto para la desinformación. Inmediatamente se puso a estudiar las tendencias que se estaban dando y en la segunda mitad del año publicó el libro Desinformación y pandemia: la nueva realidad (Pirámide, 2020), uno de los primeros sobre el tema a nivel global. A un año de la irrupción de esta nueva etapa comenta la evolución que ha habido en la desinformación desde distintas disciplinas para intentar crear un código común que permita reaccionar a una problemática que no muestra señales de desacelerarse.
En medio de una pandemia, ¿quién se beneficia de la desinformación?
Depende del caso concreto. Es un discurso que funciona por debajo del radar de los medios de comunicación y que apela a las emociones, por eso es tan potente. Pero uno de los elementos es que al difundir este tipo de relatos pretendemos un control sobre una realidad que no controlamos. Cuando alguien hace este tipo de afirmaciones, también afirma tener más información que el resto de la gente, entonces se da a sí mismo una legitimidad y una autoridad que en realidad no se tiene. Hay una serie de actores que han intervenido en el debate público a través de esta desinformación como una forma de marcar una agenda. También hay objetivos económicos donde el tráfico online con el modelo publicitario en sí es una motivación.
¿Y en España cómo se ha manifestado?
En España ha habido una cantidad de bulos reproducidos muy superior que en otros países, porque por una parte somos un nexo con muchas culturas y por otra somos un escenario muy politizado. Inicialmente nos afectó la capacidad de adaptación de las narrativas o bulos globales a nuestros contextos locales -una de las novedades con respecto a la desinformación anterior-. Luego, en la segunda mitad del año, tras el desconfinamiento que redujo los bulos que tenían que ver con la falta de información de primera mano, se empiezan a politizar mucho más; determinados actores políticos y sociales encuentran en la desinformación una herramienta propicia para integrar determinadas problemáticas en la esfera pública.
¿En todo esto cuál fue el papel de los medios de comunicación?
Cumplieron una función positiva y negativa. Por un lado las suscripciones se multiplicaron y las visitas a medios de comunicación también. Pero en general hubo una sobreabundancia informativa -algunos medios incluso compartieron algunas informaciones sin verificación- y a partir de un mes, mes y medio, la gente necesitó desconectar. Ahí el papel de las redes sociales y de los sistemas de mensajería como WhatsApp fue fundamental porque fue el ámbito que la población habitó. Entonces la International Fact Checking Network, que aglutina a los principales medios de verificación del mundo, creó una base de datos sobre bulos a nivel global. Más o menos han hecho unas 9000 verificaciones en todo el mundo. Es un número enorme, y aunque quedó muchísimo sin cubrir, habría que plantearse qué hubiera pasado si los verificadores no hubieran estado.
¿Cómo se puede frenar entonces?
Pues en realidad las respuestas son lo más sencillo en el asunto. Hay dos que son las más evidentes: en caso de duda, comprueba, verifica, y no compartas. Y la segunda, que es importante que todos tengamos en mente, es que aunque nuestros amigos, nuestros familiares, nuestros conocidos sean fuentes de confianza no significa que sean fuentes fiables.
¿Y las redes sociales qué responsabilidad tienen?
Lo primero es determinar si debe ser consideradas empresas tecnológicas o empresas mediáticas, porque eso marcaría la responsabilidad sobre los contenidos. Pero además en el último año hemos visto que también son actores políticos, deciden tomar cartas en el asunto e intervenir y limitar los contenidos falsos relacionados con el virus o las vacunas y ese tipo de cuestiones. También ha quedado claro que los procesos electorales son momentos clave y ahí también han tomado acción. Eso está bien, pero todavía hay problemas con la toma de decisiones, con la transparencia.
¿Tomarán el mismo tipo de decisiones en Europa que en Estados Unidos en las pasadas elecciones?
En Europa hay un código de buenas prácticas firmado por la Unión Europea, pero que nadie cumple. Un ejemplo que es bastante claro: en las pasadas elecciones de Cataluña vimos que seguían habiendo anuncios políticos en Facebook en la jornada de reflexión. La ley electoral lo impide. O anuncios políticos que en realidad estaban financiados por una ONG de un país extranjero. La ley también lo impide. Facebook lo sabe y sigue sin hacer nada al respecto. Al final, este material representa un porcentaje pequeñísimo de todo lo que circula en sus webs y tal vez valoran que su impacto es mínimo.
¿En Madrid estamos entrando a una campaña electoral bastante inesperada, qué podemos esperar en materia de bulos y desinformación?
Como en los últimos años hemos visto muchos procesos electorales repetidos, hay determinadas narrativas que se repiten, que se adaptan, pero existe una hemeroteca que nos permite en cierta forma anticiparnos a algunos bulos. También es evidente que vamos a ver muchas réplicas de la estrategia de Trump; ya lo estamos viendo, con el voto por correo, por ejemplo. A mí me preocupa la ansiedad que puede generar este tipo de escenarios polarizados. Ya tenemos muchísimo encima y una de las consecuencias de estos climas de polarización es que genera desconfianza en el sistema democrático, pero también en el sistema de medios, y en nuestros vecinos.
UNA TIPOLOGÍA DE BULOS PANDÉMICOS
A partir de un análisis de los bulos que circularon en los primeros seis meses del 2020 Magallón y su equipo crearon una clasificación y agruparon los bulos en cuatro tipos. Primero todos aquellos relacionados con el contagio, que aparecieron más en las primeras semanas, cuando había muy poca información confirmada disponible. En segundo lugar, los bulos que hablaban de cuidados, curas y tratamientos. En tercer lugar, bulos y desinformación sobre medidas legislativas o administrativas que depende del contexto de cada país. Y finalmente un último grupo, una especie de cajón desastre donde se aglutinan las teorias conspiranóicas y cuestiones relacionadas con phishing y estafas digitales.
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