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“¿Vacío? Está desierto”: poco movimiento y muchas dudas en las estaciones y el aeropuerto de Madrid

“Yo no sabía nada de estas restricciones. ¿Me tendré que quedar aquí?”, se preguntan los viajeros en Atocha

Viajeros en el aeropuerto de Barajas, este sábado. En vídeo, bajo ritmo de viajeros.Vídeo: Víctor Sainz | ATLAS

Puerta de Atocha amanecía el sábado como si el Sol no hubiese salido por la mañana. La estación estaba desierta. Los efectos del primer día de restricciones de movilidad y de nuevos aforos y horarios de cierre se veían en esta estación de ferrocarril sin tener que forzar el ojo. A medio gas, y sin ningún control policial, Atocha continúa recibiendo a los trenes que conectan a Madrid con el resto del país y los que se van salen puntuales a su hora, pero con muchos menos pasajeros. En las estaciones de autobuses y en el aeropuerto, la calma también ha sido total y apenas si había viajeros. Lo que sí había es mucha confusión y dudas en torno a qué se puede hacer y qué no.

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Una de las viajeras de Atocha, Gelevi, de República Dominicana, que aterrizó en Madrid el sábado por la mañana y esperaba un tren para llegar a Barcelona a visitar a su tía durante un mes. “Yo no sabía nada de estas restricciones. ¿Me tendré que quedar aquí? Y para volver, ¿podré coger mi vuelo?”. Las restricciones, en principio, duran dos semanas, pero cuando se cumpla una semana serán evaluadas en una reunión bilateral entre los Gobiernos central y de la Comunidad.

La capital, Alcalá, Alcobendas, Alcorcón, Fuenlabrada, Getafe, Leganés, Móstoles, Parla y Torrejón tienen desde anoche limitados sus movimientos de entrada y salida. Son 4.786.948 ciudadanos que no pueden moverse de sus municipios salvo por motivos laborales, de estudios, médicos o de cuidado de dependientes debidamente justificados. Además, se ha decretado el cierre de los bares y restaurantes a las once de la noche, clausura de las barras y reducción del aforo a la mitad en comedores y al 60% en terrazas.

En una de las cafeterías a la sombra del jardín de la estación, el camarero se apoya sobre la barra con los brazos cruzados, no hay casi desayunos. “¿Vacío? Esto está desierto. Yo te digo, 90% menos, como poco”. En el momento en el que el único cliente se levanta de su mesa, su compañero salta sobre ella armado con un desinfectante, por lo menos hay algo que hacer. La falta de pasajeros la confirma Margarita, la vigilante que revisa los billetes en el control de seguridad. “Los fines de semana suele haber menos gente, pero ahora es otra cosa. Tendrán miedo, supongo, pero aquí se puede viajar sin problema. De hecho, a nosotros no nos han dado ninguna instrucción especial y no hay ningún policía controlando”.

Para algunos viajeros no sería un problema aunque hubiese controles, ya que están volviendo a sus hogares, una de las excepciones. Miguel es estudiante de la Rey Juan Carlos y es de Huesca. Ha estado en Madrid poco más de una semana, pero como sus clases son online, “para qué estar encerrado” en su piso de la capital cuando podía volver a casa. “Este siempre había sido mi plan, solo he estado en Madrid una semana por si tenía que hacer alguna gestión de la universidad, lo de las restricciones solamente me asegura que he tomado la decisión correcta”, explica.

En la estación sur hay una tranquilidad impropia de un sábado por la mañana. Las personas deambulan con cuentagotas. Algunos viajeros van corriendo porque están a punto de perder el autobús, mientras que otros están esperando por retrasos. Aicharo Alcañiz, madrileña de 56 años, tiene que cuidar a su padre en Cuenca y vive en un municipio confinado, Parla. Su billete era para las diez de la mañana, pero tiene que esperar otras dos horas. “No sabía si podía ir a darme una vuelta o si infrinjo la ley si salgo de la estación”. Para salir de dudas, ha tenido que llamar a un familiar que es policía. Tampoco sabía si necesitaba un permiso para ir de Parla a Madrid y de Madrid a Cuenca, que efectivamente necesita. “Por si acaso, tengo una autorización para salir por razones de cuidado sanitario”, aclara.

Los negocios son los que más sufren. Fernando Martín, de 46 años, trabaja en AvanzaBus y admite que con respecto al sábado pasado ha caído en un 75% el número de viajeros. “Los datos tampoco eran buenos antes, pero ahora menos”. El viernes hubo movimiento debido a que mucha gente adelantó su viaje por temor a quedarse en la capital. “El bus a Valencia iba lleno. Parecía como la primera escapada de verano”. El futuro lo ve negro. “Entre nosotros comentamos que pueden empezar de nuevo los ERTE [expedientes de regulación temporal de empleo]. Habrá que esperar a lo que pacten el Gobierno y los sindicatos”. Pero Martín conserva la esperanza: “Somos como el Ave Fénix y renaceremos de nuestras cenizas”.

La estación solía tener mucha vida antes de la pandemia. Kevin Álvaro, de 26 años, lo nota mucho en quiosco Relay. “En toda la mañana he vendido un periódico, hace un año me compraban al menos toda la prensa”, constata. No sabe si cerrar la tienda o no, como por ejemplo ha hecho la cafetería de la estación. Siguiendo por el pasillo, la mitad de los comercios están cerrados. En la tienda de chucherías Kelly Beans, Miguel Prieto, de 33 años, está siempre con una sonrisa pero, detrás de la mascarilla, se aprecia desesperación. “No se vende nada”. Parece que sus palabras tienen efecto porque justo entra una clienta a por una botella de agua fría. Sin embargo, ha sido un espejismo. La tienda vuelve a estar vacía enseguida. “Estamos con mucha incertidumbre, si no cambia pronto la cosa el jefe tendrá que tomar medidas”. Tampoco entiende que les limiten hasta las diez de la noche para vender. “Antes cerrábamos a las once o más tarde y ha sentado mal”.

A las afueras de la ciudad, un cartel que reza “sin barreras” da la bienvenida a la T1 del aeropuerto Adolfo Suárez Madrid-Barajas. Sin embargo, sí que las hay. Un control de acceso prohíbe la entrada a aquellos sin billete y a acompañantes sin una causa justificada, exactamente igual que desde hace meses. Aparte de eso, nadie pregunta el motivo del viaje o el lugar del que se viene. “Todo sigue igual, no ha cambiado nada en mi trabajo”, afirma una vigilante. Hasta ahora se hacían controles de temperatura y cuestionarios médicos y las nuevas medidas no incluyen un protocolo específico. Los ministerios implicados reconocen que falta por cerrar un operativo para controlar la movilidad sin un motivo justificado.

Valle va cargada hasta las cejas, sin embargo, no va a volar. En la barrera hay un compañero de trabajo de su hija esperándola con la maleta abierta. Allí mismo intercambian objetos a través de una cinta con el logo de Aena. La hija de Valle vive en El Cairo, se suponía que iba a volver en verano para que su hijo viera a su abuela, pero no ha podido ser. “Mira a ver si te caben otros zapatitos para el niño o este libro”, le pide Valle. El hombre solo lleva una pequeña maleta de mano, pero hace lo que puede. “Cuando me digas que no cabe más paro”. Aún quedan cosas en la bolsa cuando terminan.

La terminal está prácticamente vacía, tan solo unos cuantos viajeros cargados con maletas pequeñas y ataviados con mascarilla se cruzan con los pocos trabajadores. Las vigilantes lo achacan a que “el sábado suele ser un día flojito”. No hay casi turistas, la mayoría de los viajeros vuelve a casa. Alexail Orellana, de 33 años, ha pasado septiembre visitando a su familia en Madrid. Ahora vuelve a París, donde vive desde hace más de 10 años. “No he tenido que cambiar el vuelo”.

Le ocurre lo mismo a Óscar, que también vuelve a París tras pasar unos días con su novia. Queda en el aire cuándo llegará el próximo reencuentro. “Estuvimos más tiempo sin vernos en la cuarentena, ahora toca esperar”, comentan. En cambio, Carina ha volado a Madrid desde Canarias exclusivamente para hacer un examen. Está estudiando administración y dirección de empresas de forma telemática y los exámenes siguen siendo presenciales. “No me han pedido nada en el aeropuerto”, afirma Carina. “De todos modos, el viaje estaba justificado así que no me preocupaba”.

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