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La cartilla de Ayuso o cómo el penúltimo globo sonda de la presidenta de Madrid se convirtió en un ‘champiñón’

La tarjeta sanitaria es el sexto anuncio histriónico de la política madrileña en lo que va de pandemia. "Su comunicación en estos meses es una cortina de humo”, opinan los expertos

La presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, durante la presentación el 28 de julio de la estrategia de continuidad del covid-19.
La presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, durante la presentación el 28 de julio de la estrategia de continuidad del covid-19.Óscar Cañas - Europa Press (Europa Press)
Manuel Viejo

Todo estaba preparado. El martes era un día señalado en rojo por el equipo de la presidenta de la Comunidad. Una docena de periodistas acudió al patio central de la Puerta del Sol. Una nota de prensa anunciaba 24 horas antes que la región se asomaba de nuevo al precipicio. Los casos de coronavirus se habían disparado. Julio es febrero. ¿Agosto será marzo? La curva de contagiados crece ahora mismo en Madrid como el logo de Nike. Un 443% en solo una semana. 1.381 positivos en siete días. Rara es la tarde en la que no se comunican dos o tres brotes. Todo ha cambiado en 15 días. El mensaje de la convocatoria era directo y ambiguo: “Díaz Ayuso presenta la estrategia de continuidad del Covid-19”. Sin más detalles. Había un anuncio sorpresa, claro.

Atrezzo listo para las grandes ocasiones. Bandera de España, de la Comunidad, tela roja. La presidenta salió de una esquina acompañada del consejero de Sanidad, Enrique Escudero. Los dos rostros de la pandemia en Madrid. Ayuso se dirigió muy seria al atril. A los tres minutos anunció una decisión sin precedentes: una cartilla covid-19 que comenzaría a circular en 32 días por todas las calles de Madrid de manera experimental. La idea era sencilla: si un madrileño ya ha pasado el virus, tendrá un carné con privilegios: acceso a gimnasios, cines, museos. El resto, no. A los 20 minutos nadie hablaba de los brotes, ni de la falta de rastreadores, ni de la petición de auxilio de los médicos de atención primaria. La improvisación en la gestión sanitaria de estas semanas quedó fulminada de cuajo.

La noticia de la cartilla era, en teoría, un globo sonda perfecto. En la práctica no llegó a las 24 horas. Su vicepresidente la corrigió duramente en público en la rueda de prensa posterior a su Consejo de Gobierno. “La tarjeta será solo un registro. Está pensada exclusivamente para recabar información. No queremos fomentar la discriminación”. La idea de la presidenta, a la papelera. La cartilla covid-19 fue criticada por la comunidad científica, la Organización Mundial de la Salud, la oposición en bloque y los colectivos sanitarios. La cartilla será finalmente un archivo de datos donde el servicio madrileño de salud sabrá quién ha pasado la enfermedad. La cartilla de Ayuso pasó de ser una tarjeta más en el bolsillo de los madrileños a un documento de Excel para los sanitarios en cuestión de horas. Pero se habló de ella durante 48.

Fue otra cortina de humo. O un globo sonda. Los políticos, asesores y partidos utilizan ambas para saber qué grado de aceptación puede tener una medida en la ciudadanía. Anticipan un movimiento político. Los políticos lanzan una idea y palpan en cuestión de minutos el sentir del conjunto de la sociedad a través de las redes sociales, de las tertulias, de los editoriales. Crean opinión. Y desvían la atención de los medios en épocas de crisis. “El globo sonda es útil, pero a veces es contraproducente porque si te estalla en la cara tienes que rectificar”, opinaba el experto en comunicación política Antonio Gutiérrez Rubí hace unos años.

Si los casos de coronavirus se vuelven a multiplicar en la región, no hay rastreadores suficientes para frenar los contagios y la atención de primaria demanda nuevos contratos, hay que hablar de otra cosa como sea. Ayuso y su equipo optaron por la cartilla Covid-19. ¿Son útiles los globos sonda? Depende. No existe un patrón claro. Los asesores de políticos de primer nivel consultados coinciden en que hay que saber manejar muy bien esta herramienta. Un globo sonda puede ser una bomba atómica. Ayuso, sin embargo, aprieta este botón continuamente. Es una experta.

“Lo que hace Ayuso”, observa la consultora política Verónica Fumanal, que ha trabajado para Albert Rivera y Pedro Sánchez, “es tirar una pelota al patio para que los niños vayan detrás. Así, cuestiones importantes como el mínimo ratio de rastreadores de Madrid -uno por cada 45.000 vecinos cuando se recomienda uno por 4.000- pasan de lado ante la mirada de periodistas y analistas. La comunicación de Ayuso en estos meses es una cortina de humo”.

“En este escenario de incertidumbre, ¿es aconsejable que los políticos lancen globos sonda sobre sus propuestas para garantizar la seguridad?”, se pregunta Gustavo Entrala, creador de la cuenta del Papa en Twitter y experto en redes sociales. “Lo que ha hecho Ayuso se llama champiñón, observa César Calderón, consultor que ha trabajado para el PP y el PSOE. Calderón venció a Iván Redondo, el denominado gurú de Pedro Sánchez, en las elecciones autonómicas de Extremadura hace cinco años. “Un globo-sonda necesita preparación, estrategia, documentos técnicos que lo avalen… Esto en comunicación política se llama champiñón y ni siquiera es contemporáneo, pertenece a la caja de herramientas de la comunicación de los años 90 del siglo pasado”. Un champiñón, según Calderón, es una idea que surge para salir del paso de una situación complicada, pero luego hay que vestirla, justificarla muy bien y desarrollarla. “Si no se hace bien, convierte lo que era un problema en, al menos, dos problemas”.

Ayuso, de 41 años y periodista de formación, ha manejado muy bien los tiempos informativos en su primer año de Gobierno. Sabe dónde y en qué lugar hay que decir los mensajes. Se dirige a la audiencia de cada televisión, periódico o radio. Mima muy bien a los medios afines. Dirigió un curso en la Universidad Rey Juan Carlos de comunicación política y tiene como jefe de gabinete a todo un Miguel Ángel Rodríguez, exsecretario de Estado de Comunicación con Aznar. Los dos lograron monopolizar la conversación durante el pico de la pandemia a golpe de fotos, mensajes y enfrentamientos con el Gobierno de Sánchez. La consigna era desviar el foco del zarpazo de la pandemia en la región, la más devastada de España con miles de fallecidos en las residencias y en hospitales.

Su imagen vestida de negro simulando una virgen para una entrevista con el diario El Mundo fue otro ejemplo de distracción. Nadie se acuerda de las respuestas, solo de la fotografía, que generó decenas de miles de mensajes en grupos de WhatsApp y redes sociales. 24 horas después, ella misma se disculpó. A ese polémico retrato se suma la idea del menú infantil de Telepizza para personas necesitadas que acabó desechando. La noticia de un supuesto adelanto electoral en la Comunidad. El anuncio del primer avión con material sanitario en España que al final llegó con semanas de retraso. El gasto de 50 millones de euros para construir ya mismo el primer hospital de pandemias de Europa al norte de Madrid, muy criticado por toda la sanidad madrileña y sin un documento que explique qué científicos o expertos de salud pública lo han recomendado.

La cartilla covid-19 ha sido la penúltima cortina de humo o el penúltimo champiñón de la presidenta desde el inicio de la pandemia. Su Gobierno de coalición con Ciudadanos es una montaña rusa constante. La región no cuenta con presupuestos para el año que viene y no ha sacado ni una ley adelante. Sin leyes y con un gobierno dividido, la política y el foco mediático de Ayuso se diluye en mensajes a escala nacional para sobrevivir en tiempos de marejada.

Al contrario que Andalucía, Murcia o Castilla y León, cogobernados también por Ciudadanos, Madrid ejerce una dura oposición a las políticas de Sánchez. De hecho, así anunció la última medida: “La cartilla covid-19 es un modelo que debería tener España y otros países. Pedimos al Gobierno de España que lo estudie”. ¿Quiso Ayuso que el Gobierno entrara al trapo y así desviar la atención durante esta semana? No dio tiempo a saberlo. Quien estudió la medida de verdad fue su vicepresidente, Ignacio Aguado, y sus doce consejeros en el Consejo de Gobierno del miércoles. Aguado, incluso, dio un paso más tras desecharla: “La presidenta hizo las declaraciones que hizo, pero yo no soy el portavoz de la presidenta. Soy el portavoz del Gobierno”. Ayuso, lejos de manifestar su opinión al respecto, guardó silencio todo el día. Y a las 23:40 de la noche del miércoles, ya sí, volvió a criticar la gestión de Sánchez en sus redes sociales.

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Sobre la firma

Manuel Viejo
Es de la hermosa ciudad de Plasencia (Cáceres). Cubre la información política de Madrid para la sección de Local del periódico. En EL PAÍS firma reportajes y crónicas desde 2014.

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