Cristian sueña con ser abogado: sin Internet en la chabola, recibe un taco de deberes cada 15 días
Un grupo de educadores visita a 278 familias de etnia gitana sin recursos. El itinerario recorre la Cañada Real y los distritos de Vallecas, Villaverde, Usera, Carabanchel y Latina
Los deberes siempre se hacen en casa. Y también en una chabola de 40 metros cuadrados de paredes de plástico, con un tejado donde las tejas son seis neumáticos y donde la calle se convierte en barro cuando llueve. Aquí dentro, en el número 19 del sector 5 de la Cañada Real, en el mayor asentamiento ilegal de Europa y a 18 kilómetros de la Puerta de Alcalá, vive un muchacho gitano de 14 años que va a primero de la ESO y que sueña con ser abogado. “Esta es mi casa desde los dos años”.
Cristian Jiménez, alto, moreno y con una prominente pelusa en la barba, tenía este jueves un par de dudas con la moda, la media y la mediana. “No se me da muy bien la estadística”. Lo fácil sería consultar las dudas en Internet, pero consultar las dudas en Internet significa tener Internet. En esta chabola esto se traduce en el tiempo en que le duran los datos del móvil a los padres: no más de una semana.
Los institutos y colegios continúan con el curso online, pero el 43% de la comunidad gitana no tiene conexión a la Red, según datos de la fundación Secretariado Gitano de Madrid. Una entidad social que trabaja desde hace 35 años por la promoción y la igualdad de oportunidades de la población gitana en España y que ahora tiene como meta que estos menores no se queden atrás en este distópico curso escolar.
“Cuando azota una pandemia de estas características, los niños suelen renunciar a los estudios para ayudar a los padres”, explica la directora del Secretariado Gitano, Rocío García. “Con esta crisis muchos abandonarán las clases y acabarán vendiendo chatarra”. Solo en Madrid residen cerca de 60.000 gitanos. Solo cuatro de cada diez niños terminan la educación obligatoria. Si antes de la pandemia estos menores recibían un apoyo escolar extra, con el confinamiento el soporte les llega cada 15 días mediante un paquete de folios con tareas de todas las asignaturas. Objetivo: lograr que la curva de la enseñanza siga hacia arriba.
Adelina Fernández, Carlos Buendía y María Georgina Martín son algunos de estos profesores treintañeros que ayudan a 278 familias gitanas de la capital a través del programa CaixaProinfancia de Fundación La Caixa en colaboración con el Secretariado Gitano. Estos niños apenas han tenido contacto con sus tutores del colegio desde que terminaron las clases presenciales el pasado 10 de marzo. “Algunos centros ni se han preocupado en llamar porque se da por hecho que en todas las casas existe conexión a Internet”, dice la directora de la fundación.
A las 10.00 de este jueves el trío de profesores arrancó en Puente de Vallecas su furgoneta con un cargamento de deberes. El itinerario recorre Cañada Real, Villa de Vallecas, Villaverde, Usera, Carabanchel y Latina, los distritos más golpeados. “Los primeros días me llamaban a todas horas alumnos y padres porque tenían muchas dudas. Fue un poco caótico, pero ahora hemos establecido unos horarios y estamos funcionando muy bien”, cuenta Fernández.
Los datos dicen que alrededor de 40.000 gitanos, una población equivalente a la que vive en Soria, viven en una situación de infravivienda en España. De ellos, cerca de 11.000 residen en chabolas, como la familia de Cristian. Buena parte de estos hogares tienen en la venta ambulante su principal fuente de ingresos. El cierre de los mercadillos y la imposibilidad de realizar otras actividades, como la recogida de chatarra o la venta de fruta, les traía algún ingreso diario. Ya no. ¿Ayudas sociales? Solo el 32% de los hogares gitanos las perciben.
― Agustina, ya estamos aquí.
El timbre en la Cañada es un mensaje de WhatsApp. Agustina Silva y Cesáreo Jiménez, de 34 y 35 años, son los padres de Cristian. Hasta hace un mes vendían chatarra por el centro. Si el día era bueno sacaban 25 euros, si salía malo rascaban 10 o 15. Ahora no tienen ni bueno ni malo. Nada. “El Cristian me ha salido buen estudiante, esta no tanto”. Esta es Rubí, la hija mediana de 11 años que hasta hace un mes iba al colegio Severo Ochoa y que no echa de menos. “Bueno, si acaso a las matemáticas”.
Si su hermano quiere ser abogado, ella todavía no lo ha pensado. “¡Esta solo duerme, ay lo que duerme!”, dice la madre entre risas. Los tutores les han traído ejercicios de todas las asignaturas. Si tienen dudas las preguntan por WhatsApp, si no se acaban los datos. Luego estos profesores reportarán los avances a sus verdaderos tutores. Una cadena eficaz y educativa en mitad de la pandemia.
Agustina dice que el coronavirus lo lleva como puede, pero que no tiene dinero para hacer la compra. De eso se encarga Cruz Roja, que viene cada dos martes con tres o cuatro bolsas repletas de alimentos. “Hoy haré patatas guisadas y ensalada de lechuga”. Este abril el Secretariado Gitano realizó una encuesta nacional a 11.000 gitanos para analizar el impacto de la pandemia en la comunidad. En Madrid, el 4,53% ha manifestado algún síntoma, y más mujeres que en hombres. El principal problema es conseguir los guantes, las mascarillas y las medicinas. Uno de cada cinco dice que no tiene dinero para comprarlas y más de la mitad necesita apoyo de los servicios sociales.
Pese a todo, Cristian piensa en pasar de curso, una barrera para la mayoría de la comunidad porque solo uno de cada 10 termina la ESO. “Seré abogado. Me gusta defender a la gente inocente”. Su madre dice que estudia todos los días varias horas. Sus profesores están orgullosos. No tiene PlayStation ni móvil. Su único pasatiempo durante el confinamiento es la serie Gym Tony y los partidos de fútbol de Gol TV. Nunca ha ido al Bernabéu. Él, por si acaso, juega de mediocentro:
― ¿Te gusta leer?
― Me encanta, pero aquí no tengo libros.
El último que leyó fue El diario de Greg, que cuenta la historia de un joven adolescente que empieza la educación secundaria. "Me encantó”.
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