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Salvador Illa busca seducir a ERC para quebrar el bloque independentista

El PSC esgrime el renovado reparto de fuerzas en el Parlament para avanzar hasta la Generalitat y aislar a Junts

El líder del PSC y candidato del partido a la Presidencia de la Generalitat, Salvador Illa, este sábado, en un acto del PSC, en Barcelona.
El líder del PSC y candidato del partido a la Presidencia de la Generalitat, Salvador Illa, este sábado, en un acto del PSC, en Barcelona.Alberto Paredes (Europa Press)
Marc Rovira

El resultado de las elecciones del 12 de mayo ha puesto del revés el tablero político catalán y ha tumbado piezas que llevaban años controlando la partida. El desmoronamiento de la cúpula de Esquerra Republicana, un adiós sin marcha atrás para Pere Aragonès y Marta Rovira, y un probable hasta luego en el caso de Oriol Junqueras, descabeza el liderazgo de una formación que se ha pasado la última década ejerciendo el poder en la Generalitat, ya fuera en solitario o junto a sus socios de conveniencia de Junts, antes identificados bajo las siglas del PDeCAT. En la semana del arranque de las negociaciones para armar un Govern y evitar la repetición electoral, las turbulencias en Esquerra han proyectado una onda expansiva sobre sus principales rivales. Junts y Carles Puigdemont la usan para reivindicarse como la única opción sólida que resiste en el independentismo y Salvador Illa aprovecha el clima de división fratricida para dar agilidad a su investidura.

Hallar semejanzas entre Salvador Illa y Carles Puigdemont no es un ejercicio sencillo. Sus diferencias políticas son conocidas, lo mismo que las discrepancias personales. No los pone de acuerdo ni el Barça, entidad con poder de hermanamiento en Cataluña. Illa es del Espanyol y Puigdemont prefiere al Girona. El primero es un corredor empedernido, de los de trote diario al alba, y el expresident reconoce que el deporte solo lo practica como espectador. De pronto, la carrera por alcanzar la presidencia de la Generalitat ha hecho aflorar una coincidencia: los dos tratan de adular a Esquerra Republicana. Illa ganó las elecciones con 42 escaños y Puigdemont quedó segundo con 35. La mayoría en el Parlament está fijada en los 68 y ERC, con 20 diputados, está llamada a desempeñar un papel de árbitro.

El líder del PSC ha manifestado que concede a ERC “todo el tiempo que necesite para hacer una reflexión”, y ha puesto en valor el “papel relevante” de Esquerra en la política catalana. Junts y ERC tienen una mala relación crónica, que empeoró cuando en octubre de 2022 los primeros decidieron abandonar el Govern de coalición en la Generalitat. Puigdemont fue uno de los instigadores de la ruptura. El expresidente catalán, que se marchó a Bélgica en 2017 para evitar ser juzgado y está pendiente de la ley de amnistía para evitar el riesgo a ser detenido si entra en España, compareció el jueves desde Perpiñán (Francia) para lanzar un mensaje a ERC y mostrar el “máximo respeto por los procesos internos que puedan tener”. Paciencia, pero los anzuelos están puestos.

El punto de partida es desigual, porque Illa se asegura la presidencia si convence a ERC, además de sumar el previsible apoyo de los Comunes, mientras que Puigdemont necesita una contorsión más osada: para ser investido le haría falta reunir el apoyo de Esquerra y de la CUP, y lograr que el PSC se abstenga. El candidato de Junts ve la operación “coherente” y apela al papel que puedan jugar sus diputados en el Congreso para convencer a Pedro Sánchez del interés que le supone, para su estabilidad de Gobierno, interceder en Cataluña. “La realidad es la realidad: no le dan los números”, zanjó Sánchez este viernes en una entrevista en la Sexta.

Los partidos nacionalistas llevaban tres décadas encadenando mayorías en el Parlament y el fin de ciclo ha tenido consecuencias. Illa trata de aprovechar el nuevo contexto para buscar vínculos con Esquerra. Un gobierno tripartito (PSC, ERC y comunes) se rechaza de entrada, pero no se descarta que los socialistas puedan mediar para que ERC ocupe algún cargo de lucimiento, del estilo de la presidencia del Parlament. Si fructifica el cortejo, supondrá el arrinconamiento político de Junts y la quiebra del bloque independentista, un bando donde militan JxCat y ERC (con más reservas también la CUP) y que tiene múltiples desavenencias internas, pero que apela a las soflamas separatistas para rechazar pactos con el PSC.

Esquerra ha manifestado que su única intención es irse a la oposición. El mal resultado del 12-M ha echado a perder las cuotas de poder acumulado desde 2015, cuando el partido decidió participar en la operación Junts pel Sí para acelerar el procés desde la sala de máquinas de la Generalitat. El president Pere Aragonès y Marta Rovira, secretaria general del partido, han anunciado que se van porque se consideran responsables del estropicio. Oriol Junqueras ha optado por darse un tiempo de reflexión. Desde su entorno manifiestan que no se siente responsable directo del trastazo electoral, porque él no había participado activamente en la toma de decisiones del Govern. En las elecciones municipales del año pasado, Esquerra perdió 300.000 votos, en comparación con el resultado de cuatro años antes. En las elecciones al Congreso del 23J, a los republicanos se les esfumaron 400.000 votos.

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Puigdemont anunció durante la campaña que no lograr la presidencia de la Generalitat supondría el fin de su carrera política. El aún eurodiputado trata de aprovechar la debilidad de ERC para apelar a una pretendida unidad del independentismo. Ha dicho que son tiempos de “emergencia nacional” y que la prioridad es “no perder el tiempo con divisiones internas”. La estrategia le procura varios réditos. Convencer a Esquerra de que conviene apoyar su investidura no le asegura llegar a presidente porque faltaría la abstención del PSC, pero sí le dificulta a Illa la tarea de buscar socios. Si el enredo termina en bloqueo y fuerza la repetición de elecciones en otoño, Puigdemont podría hacer campaña presencialmente en España porque entonces, supuestamente, la ley de amnistía ya estará en vigor. El mismo ha dicho que la repetición electoral no es deseable, pero que está preparado para lo que venga: “No nos da miedo”, ha advertido.

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