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Salvador Illa, un filósofo de orden

El líder y el candidato del PSC, gana por segunda vez las elecciones autonómicas con la duda de si esta vez podrá gobernar

El candidato del PSC a la presidencia de la Generalitat, Salvador Illa, el 6 de mayo en la sede del PSC en Barcelona.
El candidato del PSC a la presidencia de la Generalitat, Salvador Illa, el 6 de mayo en la sede del PSC en Barcelona.Gianluca Battista
Àngels Piñol

Meticuloso y ordenado, Salvador Illa, de 58 años, líder y candidato del PSC, se despertó este domingo 12 de mayo, se calzó las zapatillas deportivas y salió a correr junto al cauce del río Mogent, no lejos de su municipio, La Roca del Vallès (Barcelona) junto a Abel García, su preparador físico y concejal del PSC de Berga y responsable socialista de la comarca del Berguedà. Dice Illa que hacer deporte le quita tensión y le relaja y el domingo no fue una excepción. Cuando fue a votar a las 10.00, ya había corrido 20 kilómetros, 10 de ida y 10 de vuelta, durante dos horas. Serio, tranquilo y con fama de imperturbable, Illa lleva desde 2021 preparándose para dar el asalto a la Generalitat. Entonces ganó y se quedó a las puertas. La incógnita es si su contundente victoria de este 12-M le alcanzará para ocupar el Palau de la Generalitat.

Salvador Illa.
Salvador Illa.

De trato afable, próximo y educado, Illa, hijo de pequeños empresarios textiles de La Roca, pidió en campaña concentrar los votos para no depender de ninguna carambola final. La realidad, sin embargo, es que su carrera meteórica le debe mucho al azar. Fichado por el entonces primer secretario Miquel Iceta como secretario de organización, Illa fue clave como negociador en el gobierno de Pedro Sánchez surgido de las urnas de diciembre de 2019 y acabó siendo la cuota catalana de aquel gabinete para ocupar la discreta cartera de Sanidad. Lo inimaginable ocurrió: el covid, una pandemia mundial, situó de la noche a la mañana a este hombre estoico sin haber ocupado nunca un escaño en el ojo del huracán.

Licenciado en filosofía y con estudios de Derecho que no terminó -le gustaría aprender griego-, Illa empezó muy joven a coquetear con la política y las ideas socialistas. Su mentor fue el político socialista Romà Planas, nacido en el exilio y a quien Josep Tarradellas nombró delegado especial de la Generalitat en 1977. Planas, igual que su padre durante la Segunda República, fue alcalde de La Roca, pero él por poco tiempo: logró la vara en 1995 pero falleció tres meses después de forma repentina. Illa asumió la alcaldía. Tras 10 años en la política municipal, fue director general durante el tripartito y miembro del equipo del ahora alcalde de Barcelona Jaume Collboni cuando estaba en la oposición en el Ayuntamiento. Y de ahí, a la secretaría de organización del PSC y luego al Ministerio.

Hombre de aparato de partido, leal, disciplinado y tejedor de pactos, Illa es un negociador nato que cerró en pleno procés con Junts el gobierno de la Diputación de Barcelona, la deseada institución por los partidos por su enorme presupuesto. No mucho antes, en octubre de 2017, se granjeó agrias críticas del independentismo por participar en manifestaciones junto a PP y Vox contra la secesión. Ahora, es la derecha la que clama acusándole de “traidor” por defender la amnistía.

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Declarado socialdemócrata, su apasionado defensa de proyectos muy controvertidos como la ampliación del aeropuerto –”¿Cómo va a venir la gente? ¿En patinete?”- o de la implantación de un macrocasino en Tarragona con 1.200 máquinas tragaperras le han alejado de los partidos a su izquierda que le acusan de dirigir el PSC más de derechas de la historia. Él dice que confunden ser de izquierdas con ir contra el crecimiento. Los comunes le reprochan que además haya lamentado la eliminación (aunque no le gustan los toros) del Premio Nacional de Tauromaquia. Mientras, Illa busca ensanchar las costuras de la centralidad del PSC con elocuentes guiños al nacionalismo moderado fotografiándose ahora con el abogado y padre de la Constitución Miquel Roca, citando a Jordi Pujol como primer impulsor del autonomismo y fichando para su causa a los exconsejeros Santi Vila y Miquel Sàmper.

Católico, reza tres veces cada día y dicen que él lo equipara a una especie de momento de meditación. No va mucho a misa pero reveló que el día de Sant Jordi fue a la que se ofició en la pequeña capilla del mismo nombre ubicada en el Pati dels Tarongers en el Palau de la Generalitat. En este último mandato, Illa ha transitado tendiendo la mano al Govern de Pere Argonès y espera reciprocidad en los republicanos. Inspirándose en una idea de Pasqual Maragall, ha liderado una suerte de Govern en la sombra, con consejeros incluidos, mientras se ha pateado Cataluña de arriba abajo para construir sin prisas su alternativa. La estrategia le ha dado frutos: ganó las municipales, el 23-J y el 12-M logrando además que el independentismo pierda la mayoría absoluta.

Con fama de paciente y tranquilo —dice que la tensión de ahora no es nada comparada con la de la pandemia—, Illa lleva en los dos bolsillos de sus trajes dos cosas que le facilitan la vida: en uno un clip para matar el estrés y en otro una lista con lo que tiene que hacer. No sabe si podrá ir este agosto de vacaciones con su familia a Escocia por el calendario político y cuestiones familiares, pero hoy, este maratoniano seguidor del Espanyol, al alba, se calzará las zapatillas y saldrá a correr como todos los martes junto a Abel para hacre series y ganar resistencia aeróbica por el centro de La Roca a las 5.00 de la mañana cuando el pueblo duerme.

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