Cataluña decide si entra en una nueva etapa para finiquitar el procés
Los independentistas se juegan mantener su mayoría absoluta en el Parlament ante los socialistas de Salvador Illa, favoritos en las encuestas pero sin garantías de poder armar pactos alternativos
Las familias de la escuela del Bosc de Rubí (Barcelona) llevan desde 2010 esperando que los barracones con los que comenzó a funcionar el centro se conviertan en edificios de verdad. Situado en un municipio de 80.000 habitantes de lo que antes era el cinturón industrial de Barcelona, el colegio recibió la promesa de la Generalitat de que la obra definitiva comenzaría en 2011. Pero 13 años más tarde los barracones siguen allí. Desde entonces, en Cataluña se han convocado cinco elecciones —todas ellas de forma anticipada— y hasta cinco presidentes y seis consejeros de tres partidos diferentes se han ocupado de la cartera de Educación. La última promesa por parte de la Generalitat llegó hace justo un año en forma de nuevo calendario: la escuela estará terminada en 2026. Pero entre la promesa y la licitación de las obras se han colado unas nuevas elecciones, también anticipadas y, quién sabe, si otro cambio de gobierno.
Cataluña vuelve hoy a las urnas con las tribulaciones propias de cualquier país occidental y con el añadido de una constante inestabilidad política, derivada del proceso independentista, que la ha llenado de asuntos pendientes como la escuela del Bosc. La pregunta que responderán los ciudadanos, con su voto hacia los siete u ocho partidos con opciones de obtener representación, es si quieren enderezar el rumbo y volver a la estabilidad. Para el favorito en estas elecciones, el socialista Salvador Illa, ello se conseguiría con un gobierno bajo su tutela que, mediante acuerdos con otras formaciones, rompa el esquema de bloques entre independentistas y no independentistas que ha caracterizado el enroque catalán de los últimos 12 años. Para los soberanistas, el desbloqueo solo puede llegar con una sólida mayoría de formaciones que persiguen la secesión y que buscan forzar un referéndum de autodeterminación. Nada será normal en Cataluña, sostienen, mientras no se “resuelva” este asunto.
Unos y otros, sin ninguna mayoría clara en las encuestas, con el riesgo de bloqueo total en el aire y con la amenaza de un nuevo crecimiento de la extrema derecha, llegan hoy a las urnas después de que el Govern que preside Pere Aragonès colapsara en marzo tras no poder aprobar los Presupuestos. Una de las primeras preguntas que se dirimirán esta noche es si los independentistas, divididos en tres partidos ya asentados —ERC, Junts y la CUP— y con la incógnita de si logrará representación la extrema derecha de Aliança Catalana, alcanzan los 68 escaños que dan la mayoría absoluta. Desde que el procés empezó hace casi 15 años, los tres primeros partidos siempre han sumado, lo que ha permitido diferentes coaliciones de gobierno siempre con la independencia como bandera y sin que hayan logrado, por ahora, ningún avance claro hacia ella. El desasosiego de las bases independentistas es más que evidente tras la traumática implosión del procés que en 2017 acabó con medio Govern encarcelado y la otra mitad buscando refugio en el extranjero, entre ellos el expresidente Carles Puigdemont que, junto a Salvador Illa, será una de las principales caras de la noche. La pregunta no es solo si el independentismo logrará sumar esta mayoría —la mayor parte de encuestas lo descartan—, sino también quién lidera este bloque. ERC consiguió la primacía hace tres años, lo que permitió investir a Pere Aragonès con apoyos de la CUP y de Junts que muy pronto comenzaron a flaquear. Con todo, las relaciones entre los dos grandes partidos independentistas están casi rotas después de que Junts abandonara el Govern en octubre de 2022.
Puigdemont y el actual presidente catalán, Aragonès, pugnan por este liderazgo independentista. El primero desde Francia, donde hace campaña a la espera de que se apruebe definitivamente la amnistía que su partido, junto al resto de formaciones independentistas y de izquierdas han pactado con el PSOE en un movimiento que ha monopolizado la vida política española de los últimos nueve meses pero que solo ha aparecido de refilón en la carrera electoral. Pese a haber renegado de la amnistía en el pasado, Puigdemont ahora la considera un mérito propio, y se ha parapetado en este “logro” para reimpulsar su carrera política.
El líder de Junts, a diferencia de lo que hizo cuando gobernaba, no ha basado su campaña en hacer predicciones o promesas concretas sobre la independencia. En línea con la bajada del apoyo a la independencia, la secesión ya no figura como compromiso de legislatura en el programa de Junts y, en su lugar, ha aparecido una nebulosa promesa de “unir el independentismo” para hacer algo que no concretan. “Acabaremos lo que empezamos”, “lo volveremos a hacer, pero mejor”, ha resumido Puigdemont en la campaña. Esta rebaja de planteamientos le ha permitido recuperar los apoyos de la vieja Convergència con un video de apoyo de Jordi Pujol, el gran patriarca del nacionalismo catalán todavía pendiente de juicio por haber ocultado dinero sin declarar en Andorra.
ERC, que lleva más de cinco años apostando por la vía del referéndum acordado, mira con regocijo a Junts por haber abandonado lo que denominan el “independentismo mágico” según el cual la independencia caería por su propio pie a base de movilización constante. “Bienvenidos a la negociación”, suele decir Pere Aragonès en tono jocoso cada vez que Junts abraza postulados como el referéndum pactado o la amnistía. Sin embargo, en la lucha sin cuartel entre fuerzas independentistas, el empuje de Puigdemont, especialmente durante la campaña, hace temer un auténtico descalabro en las filas republicanas, que verían como su sueño de presidir la Generalitat solo ha durado una legislatura.
En la derecha la batalla no es más sosegada. Un Partido Popular que tocó fondo hace tres años aspira ahora a volver a sus cotas normales de representación en Cataluña de la mano de Alejandro Fernández. Las encuestas dicen que lo conseguirá a base de comerse los restos de Ciudadanos con un discurso muy combativo con el procés pero que también habla de problemas de inseguridad y de inmigración. Allí el reto más difícil es crecer también a costa de Vox para desactivar a la extrema derecha. De no conseguirlo, la apuesta de Alberto Núñez Feijóo para Cataluña habrá quedado incompleta y le puede llevar problemas a medio plazo.
Por la izquierda el espacio de los comunes, ya sin Podemos y ahora en coalición con Sumar, inician su enésima transmutación con un discurso netamente ecologista que han querido singularizar en su campaña contra el macrocasino Hard Rock que los grandes partidos quieren construir en Tarragona. Serán decisivos para un eventual gobierno de izquierdas, pero las encuestas les advierten del riesgo de caer en la irrelevancia, algo que sería un nuevo golpe para la implantación territorial del nuevo partido de Yolanda Diaz tras su doble traspié en Galicia y Euskadi. A su favor tienen el giro centrista que Illa ha imprimido al PSC —formación a la que Jéssica Albiach se suele referir como “el partido del asfalto y el hormigón”— y que les despeja el flanco izquierdo.
Pero en Cataluña, el espacio de Comuns y Sumar compite con una oferta anticapitalista con mucha implantación territorial como es la CUP, que también ha apostado por subir el volumen de la reivindicación ecologista y bajar la independentista. Inmersa en disputas entre familias, con un proceso congresual a medio cerrar y con los liderazgos por definir, la CUP busca ser clave para una mayoría independentista como ya lo fue hace tres años.
Pese a que el nivel de dramatismo de estas elecciones no tiene nada que ver con el de 2017, de nuevo hay una parte del partido que tendrá consecuencias en el Congreso de los Diputados. Una victoria amplia de Salvador Illa favorecerá a los intereses de Pedro Sánchez. La gran pregunta es si una eventual pérdida del poder autonómico hará cambiar la posición de los independentistas en Madrid, especialmente cuando se haya despejado el panorama de la amnistía. En la Moncloa quieren pensar que no será así, ya que la alternativa es un gobierno de PP y Vox. Pero tampoco en los cuarteles generales independentistas se observan muchas ganas de vincular ambas realidades, especialmente en el caso de ERC. En Junts voces con peso dentro del partido consideran que todo dependerá de si hay o no mayoría del bloque independentista y si, en caso de gobernar Illa, lo hace con pactos que consideren “hostiles” hacia los de Carlos Puigdemont, como sí ocurrió en Barcelona, donde el alcalde Jaume Collboni fue investido con votos de los comunes y del PP. En cualquier caso, el desbloqueo catalán dependerá de la solidez de estos pactos.
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