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Los ‘bous’ y el agua no se tocan: las comarcas del sur de Cataluña pasan cuentas

Los partidos independentistas buscan preservar el filón de votos que tienen en las Terres de l’Ebre y capean los asuntos que generan más revuelo social

Una pareja observa el río Ebro en Tortosa, junto a carteles electorales con las imágenes de Salvador Illa o Pere Aragonès.
Una pareja observa el río Ebro en Tortosa, junto a carteles electorales con las imágenes de Salvador Illa o Pere Aragonès.Albert Garcia
Marc Rovira

En las cuatro comarcas del sur de Cataluña que configuran el área de las Terres de l’Ebre están censadas 185.000 personas, según el Instituto de Estadística (Idescat). Existen cinco ciudades catalanas, L’Hospitalet, Terrassa, Badalona y Sabadell, además de Barcelona, que por sí solas tienen más habitantes que toda esta región meridional, en ocasiones bautizada como la quinta provincia. El discreto peso poblacional que representan quienes residen en las cercanías del tramo catalán del río Ebro nada tiene que ver con el esmero por no contrariarles que ponen los partidos políticos que aspiran a gobernar la Generalitat. Al menos, cuando se trata de hacer declaraciones públicas y de revelar posicionamientos sobre cuestiones controvertidas. En este sentido, el agua y la protección del río y del delta son temas de alto voltaje social. También es un asunto muy sanguíneo los bous, las fiestas callejeras con toros. El debate sobre si hay que prohibirlos o no abre llagas dentro del independentismo, que tiene en el sur un buen granero de votos. La demarcación de Tarragona aporta 18 diputados al Parlament, y el Ebre obra de contrapeso independentista al tirón que han tenido PSC, Ciutadans o Vox en Tarragona, Reus, Salou y Vila-seca.

Esquerra Republicana teme que se le agriete el bastión que tenía en las Terres de l’Ebre. Tras dos victorias consecutivas en las elecciones al Parlament, las municipales del año pasado dieron un vuelco a esa tendencia y Junts per Catalunya se convirtió en la fuerza más votada. La sequía que cruje a Cataluña ha dado uno de los ejemplos más recientes de la distancia que ponen los partidos políticos a la hora de abordar asuntos que impactan directamente en el sur. La falta de agua ha despertado la necesidad de estudiar un posible trasvase del Ebro para garantizar el servicio en Barcelona. Cuatro colegios profesionales catalanes (economistas, ingenieros de caminos, ingenieros agrónomos e ingenieros industriales) han propuesto interconectar las redes regionales de agua para paliar la crisis hídrica. La medida supondría traspasar una línea roja en las Terres de l’Ebre y ningún partido se ha atrevido a defenderla en público, pese a que en privado son varias las voces que lo apuntan como una vía conveniente. Incluso en el caso del PP, Alberto Núñez Feijóo ha terminado enmendando a su candidato en Cataluña, Alejandro Fernández, que a priori se mostró abierto a la obra, matizando que la interconexión de redes está “al final de las prioridades”.

Un niño juega a pelota en una plaza de Ascó. De fondo, la central nuclear.
Un niño juega a pelota en una plaza de Ascó. De fondo, la central nuclear. Albert Garcia

Un lema está marcado a fuego entre las gentes de las Terres de l’Ebre: “Lo riu és vida” (el río es vida). Es una declaración de intenciones que no admite ambigüedades. “El tema del agua es clave para este territorio, porque el agua implica muchas cosas: el propio recurso, la agricultura, el tema medioambiental o la protección del Delta del Ebro”, señala Xavi Curto, portavoz de la Mesa de Consenso del Delta, una entidad que representa a regantes, sindicatos agrícolas y a siete ayuntamientos. “La defensa del agua cristaliza todos los sentimientos de defensa de este territorio. Los habitantes de las Terres de l’Ebre tienen un sentimiento de agravio muy marcado. La sensación de abandono, lo mismo de los gobiernos de Madrid que de Barcelona, es profunda”, señala Ferran Bel, quien fuera alcalde de Tortosa por Convergència y luego diputado en el Congreso por el PDeCAT. “Defender el agua es la réplica a ese sentimiento de abandono. Este territorio siente que se ha quedado al margen del progreso, del crecimiento económico, del boom turístico y del despliegue de infraestructuras. Y ahora se le pide agua para que otras zonas de Cataluña puedan seguir con su crecimiento”, observa Bel, ya retirado de la política activa.

Antes de que el estallido del procés independentista convirtiera las manifestaciones ciudadanas en una suerte de moda en Cataluña, los habitantes de las Terres de l’Ebre tenían una reconocida fama de bulliciosos, derivada de sus populosas movilizaciones para detener el Plan Hidrológico Nacional (PHN) ideado en torno al año 2000 por el Gobierno de José María Aznar, con el respaldo de Jordi Pujol. “Convergència estaba bien desplegada en las Terres de l’Ebre, contaba con muchos apoyos, pero a raíz de aquello se difundió la percepción social de que el partido no había sabido estar al lado de lo que quería la gente de este territorio”, reflexiona Bel. Esquerra lo aprovechó para pegar un estirón.

Òscar Meseguer, director del Setmanari de l’Ebre, señala que “ahora Junts trata de arrancarse la etiqueta que llevaba colgada Convergència”, y subraya que el PP no se ha recuperado nunca de aquella afrenta. “Se ha quedado en insignificante, cuando había llegado a tener la alcaldía de l’Ametlla o de Deltebre, y hasta seis concejales en Tortosa [se quedó solo a uno de CiU y del PSC en el año 1999]”. Meseguer pone de relieve que “los partidos no confrontan por asuntos que son sensibles para las Terres de l’Ebre”. Apunta que, en público, no hay un debate “ni por el trasvase de agua, ni por la protección del delta ni tampoco por los fondos nucleares”. Se refiere al programa de ayudas públicas para abordar el cierre de las nucleares y revitalizar económicamente las zonas que tienen una alta dependencia de las centrales, como es el caso de Ascó, en la Ribera d’Ebre.

En Jesús (Tortosa), un hombre camina junto a dos pancartas electorales mientras cruza el canal derecho del Ebro por un puente.
En Jesús (Tortosa), un hombre camina junto a dos pancartas electorales mientras cruza el canal derecho del Ebro por un puente. Albert Garcia

Los bous también pasan de puntillas por la campaña, pese a la reciente iniciativa de la CUP y de los comunes en el Parlament para impulsar una ley que prohíba los festejos callejeros con toros. Junts y Esquerra tratan de capear el asunto sin mostrar un posicionamiento fijo. Mientras sus alcaldes en las Terres de l’Ebre se posicionan mayoritariamente a favor de los bous, por considerarlos un hecho indisociable de las fiestas que se hacen en varios pueblos del sur, en el Parlament ambas formaciones apelan a un discurso más crítico y tratan de solventar la papeleta sin mostrar un posicionamiento claro, y apelando a un proceder poco habitual en la cámara autonómica: dejar libertad de voto a sus diputados.

Òscar Meseguer pone de relieve que uno de los temas que tendrá que aclarar el 12 de mayo es si los partidos han sabido movilizar al votante, después de que, en las elecciones de 2021, la participación fuese baja. En Tortosa y Amposta, las dos principales ciudades de las Terres de l’Ebre, no llegó al 49%. Xavi Curto pone sobre la mesa que no será porque los habitantes de las comarcas del sur no tengan temas por los que quejarse. Y alude a la movilidad: “Es un desastre”, dice. y pone énfasis en denunciar el mal funcionamiento de los trenes de la red de Rodalies que tienen que conectar con Barcelona. Un trayecto entre Tortosa y Barcelona, no llega a los 180 kilómetros, supone casi tres horas. Si hay incidencias o retrasos, muy habituales, el viaje se eterniza. “Tengo 60 años, y cuando era estudiante e iba a Barcelona, el tren funcionaba mejor que ahora, es inaceptable”, denuncia Curto.

La gente de las Terres de l’Ebre manifiesta tener la sensación de que viaja en el vagón de cola del progreso en Cataluña. Las elecciones del 12 de mayo conceden la posibilidad de reivindicar un protagonismo que, normalmente, se ve pasar de lejos.


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