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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Beber agua del grifo es un acto político

Las empresas embotelladoras se dedican a extraer un recurso común que debería ser un derecho humano inalienable, alterando en este proceso ecosistemas valiosísimos

Un vaso de agua del grifo.
Un vaso de agua del grifo.ENID MARTINDALE

Cuando menciono las bondades de beber agua del grifo la primera respuesta es: “¡Eso lo dices porque no eres de València!”. Luego se añade Alacant, casi siempre siguen Barcelona y Almería, y nunca Madrid. Sí, en efecto, el agua de gran parte de nuestros pueblos y ciudades no tiene buena fama... ¿pero está justificada? En absoluto.

Empecemos por lo primero que percibimos al beber un vaso de agua: sabor y olor. Les sorprenderá saber que, en una cata organizada en 2019 por el Ayuntamiento de València, Emivasa y la Unión de Consumidores, siete de cada diez participantes no supieron distinguir el agua que venía de la botella de la que venía de la cañería. Y es que no hacen falta filtros ni inventos que impliquen gasto de dinero: con dejar unos minutos el agua en la botella y refrescarla se obtiene una mejora sustancial. Y además podrán ahorrar hasta 900 euros al año en su unidad familiar.

Pero quizás a usted no le inquieta tanto el sabor y el olor como su salud. Hay muchas personas que tildan el agua de València o Alacant como “no potable” y eso de ninguna manera es así. Una cosa son sus propiedades organolépticas y otra muy distinta la potabilidad. El agua del grifo es potable, segura y apta para el consumo en un territorio que comprende a más del 95% de la población valenciana, y sólo presenta problemas puntuales en algunos enclaves con casuísticas particulares (en especial, por presencia de nitratos). Los controles que pasa el agua que llega a nuestras casas son infinitamente más exhaustivos y frecuentes que los que pasa el agua embotellada. Agua que, por cierto, no se sabe cuánto tiempo lleva en contacto con el plástico o cómo ha sido almacenada. Y si a usted le preocupan las piedras en el riñón, como a mí, también debe saber que, a no ser que sufra alguna patología previa o reciba indicaciones claras de su médico, no hay de qué preocuparse. La formación de los cálculos renales responde a múltiples factores, y el agua es sólo uno de ellos.

Queda una última cuestión: el impacto ambiental. Las empresas embotelladoras se dedican a extraer un recurso común que debería ser un derecho humano inalienable, alterando en este proceso ecosistemas valiosísimos, que luego tienen la desfachatez de usar en sus campañas publicitarias. Lo embotellan en plástico, le ponen una bonita etiqueta y lo transportan a centenares de kilómetros quemando toneladas de petróleo. Ese envase de plástico debe ser recogido, reciclado (con su coste energético), y vuelto a poner en circulación, en el mejor de los casos. ¿El resultado? La huella de carbono del agua embotellada es 1000 (¡mil!) veces mayor que la del agua del grifo, y su impacto ambiental combinado (que va más allá de las emisiones de los gases de efecto invernadero) puede ser hasta 3500 veces superior a la del agua de casa.

En muchos países considerarían como algo digno de un relato de ciencia ficción poder beber con seguridad el agua que saliese de un grifo al azar de su geografía. Nosotros, sin embargo, despreciamos lo que significa y el esfuerzo humano, técnico y económico que lo posibilita. Si usted desconfía de la calidad del agua de su grifo la solución no es alejarse de ella y gastar su dinero en un agua que promete lo que no le puede dar, como belleza, salud o ganas de hacer deporte. La mejor forma de que el agua del grifo mejore su calidad es que nos importe. Y para ello tenemos que bebérnosla.

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