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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Bonanza climática... ¿Para quién?

Hay quien califica estas temperaturas letales de “bonanza de nuestro tiempo” (sic), como hizo la ‘consellera’ valenciana de Industria y Turismo, Nuria Montes

Numerosos bañistas en la playa de la Malvarrosa de Valencia, a principios de agosto, para paliar el calor.
Numerosos bañistas en la playa de la Malvarrosa de Valencia, a principios de agosto, para paliar el calor.Kike Taberner

Las noches tórridas son aquellas en las que la temperatura mínima no baja de los 25 ºC. Mis padres nacieron en 1952 y, a sus cuarenta años, sólo habían vivido seis. Yo, a mis cuarenta recién cumplidos, he padecido ya ciento veinticuatro. Y las que nos quedan.

Esto no es una anécdota más. Las noches tórridas suponen, además de una patente dificultad para descansar y conciliar el sueño, un peligro enorme para la salud de las personas, especialmente para los mayores y para quienes sufren patologías respiratorias, cardiovasculares, renales o hepáticas. Despertarse varios días consecutivos a 27 ºC para enfrentar máximas que flirtean con los 40ºC no es el calor de siempre: es un riesgo gravísimo para nuestra salud que jamás habíamos experimentado. Jamás.

Pese a ello, hay quien califica estas temperaturas letales de “bonanza de nuestro tiempo” (sic), como hizo la consellera de Industria y Turismo, Nuria Montes. Lo dijo a principios de agosto, tras semanas de temperaturas asfixiantes que provocaron casi 100 muertes en el territorio valenciano. Y añadió: “Nos quedan pocas semanas de invierno (...) y el tiempo templado, suave, donde se puede disfrutar de todos los atractivos cada año es superior”. Para Montes, el calentamiento global es “una de las fortalezas que tenemos que aprovechar”. Además, asevera que “no hay base científica para decir que se vayan a cambiar los destinos turísticos”. No parecen merecerle ningún crédito informes como el recientemente publicado del JCR (Joint Research Centre, centro de investigación de la Comisión Europea), que pronostica una posible disminución de centenares de miles de turistas en nuestra autonomía. Un informe que, cabe decir, coincide con lo que otros estudios llevan décadas apuntando: la degradación de las condiciones de confort climático en nuestro territorio afectará directamente a nuestro atractivo turístico.

El cambio climático modificará sin duda los flujos turísticos europeos (ya lo está haciendo), de la misma forma que está afectando a muchos otros sectores económicos. Es el momento de asumir que nuestra industria turística está pensada, planificada y edificada en y para un clima que ya no existe. Es una industria fósil. La tarea de la consellera debería ser velar por su adaptación y tratar de reducir su negativo impacto ambiental y social, no negar la realidad.

En relación con ello, me pregunto por qué el sector agrícola no ha levantado la voz contra una consellera que considera como “bonanza” un cambio del clima que a ellos les provoca pérdidas económicas, incertidumbre vital y escasez de recursos. ¿De verdad no van a decir nada frente a quien se alegra de la desaparición de una estación, el invierno, absolutamente crucial para gran parte de nuestros cultivos?

O bien pensado, quizá tampoco es tan chocante. El agrícola, lamentablemente, es un sector que ha aceptado sin protesta alguna que un negacionista del cambio climático sea su conseller. Afirmar que “los cambios climáticos han existido siempre y no está demostrado que los gases de efecto invernadero causen el calentamiento global”, como ha hecho el señor José Luis Aguirre, no es sólo una muestra de un profundo y orgulloso desconocimiento de la ciencia básica del cambio climático, algo inadmisible para un conseller, sino que nos lleva al mismo sitio que negar de plano el calentamiento: a la inacción. ¿Para qué vamos a hacer nada, si no tenemos la culpa?

Y, mientras, los agricultores sufren pérdidas por un calor inaudito, los cultivos se secan, la sequía nos amenaza y el riesgo de nuevas plagas se multiplica. Y quienes trabajan el campo, no nos olvidemos, lo hacen en condiciones cada vez más inhumanas.

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