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arte
Crónica
Texto informativo con interpretación

Tortilla, escudella y merengue: los sabores de la Fundación Miró en 2025

Xavier Olivé fue el invitado más especial en la réplica de la cena performativa que organizó junto a Joan Brossa en 1982 en el centro de Montjuïc

Como cualquier sábado, los últimos visitantes del día cogían sus enseres de las taquillas para abandonar la Fundación Miró poco antes de las siete de la tarde, cuando el museo cierra. A la vez, otros llegaban a esa intempestiva hora, ante la mirada sorprendida de los que ya desfilaban. Sin saber muy bien lo que se encontrarían, los recién llegados acudían con las expectativas altas: asistir a la reencarnación de uno de los locos eventos que ha cobijado este centro cultural, en lo alto de la montaña de Montjuïc, en sus cincuenta años. La llamada era Reencarnación V: Comer. Xavier Olivé y Joan Brossa, encarnados por Laia Fabre y Liminal. Pocos datos, alguna foto en blanco y negro y, entre los asistentes, el único testigo de 1982, el mismo Xavier Olivé.

Junto al artista, se formó en el vestíbulo un corrillo alrededor de Laia Fabre, artista multidisciplinar residente en Viena, y Liminal, el dúo formado por Valentina Córdoba y Jana Soler, que se presentan como exploradoras de imaginarios culturales y creadoras de historias a través de la comida. A ellas la Fundación Miró había encargado la representación de la performance que tuvo lugar en junio de hace 43 años en diferentes espacios del centro, una cena itinerante entre comida y espectáculo. En aquel momento, participaron Tortell Poltrona, que hacía sus primeros pinitos con el Circ Cric; Carles Santos al piano junto a la voz de Pilar Zamora, y Ángel Pavlovsky con uno de sus espectaculares vestidos.

Minutos después, las organizadoras llevaron al grupo hacia fuera, con la excusa de que habían conseguido traer un cisne al evento. Un esfuerzo titánico actualmente, comentaron, comparado con lo fácil que resultó llevar a dos de estas aves del lago de Puigcerdà hace cuatro décadas, que acompañaron a cuatro bailarinas en el patio norte, con música de Chaikovski y coreografía de Maite Salado. “Todo ahora es mucho más complicado”, aseveraba Xavier Olivé, quien contó que la cena fue un agradecimiento del presidente del Patronato, Oriol Bohigas, a colaboradores de la fundación, que justo estaba en sus prolegómenos. “La Miró es una maravilla, aquí he hecho muchas cosas”, recordaba sobre las posibilidades del edificio de Sert.

Llegado el momento, no sorprendió mucho que la bestia en realidad fuera un artilugio hecho con tela blanca y sustentado por unos palos de madera. A estas alturas hay que ser iluso para esperar un animal de verdad. Pero todos nos prestamos alegres a cobijarnos debajo de la reencarnación del cisne, fundiéndonos en una experiencia comunal, porteando pequeñas lamparitas y velas que iluminaban la escena. A noche cerrada, los pocos paseantes que había alrededor de la Fundación Miró miraban sorprendidos. Un grupito de cuatro franceses se unió a la procesión hacia el jardín, pero la abandonaron pronto cuando se dieron cuenta de que no iba con ellos.

Sobre el césped, el cisne soltó sus plumas, que se convirtieron en un largo mantel blanco que se extendió alrededor de cojines. Allí, nos ofrecieron unos fardos rojos con los primeros aperitivos: pan, tomates, queso, uvas… Luego pasaron unos platos con tortilla de patatas y corrió un porrón. “De las pocas cosas que comía Brossa, y hecha como una suela de zapato”, soltó Xavier Olivé, poniendo sobre la mesa el rasgo de niño mal comedor del artista, mientras Laia Fabre recordaba como fue aquel inicio en realidad en el que irrumpió Tortell Poltrona con sus payasadas. Con los entrantes, había fotos que lo recordaban.

Posteriormente, el cisne, más ligero de ropa, condujo al grupo hacia el patio interior, presidido por un olivo. En una mesa tipo bufé, se disponían dos grandes ollas humeantes, acompañadas de bandejas rebosantes de carn d’olla y verduras. Una escudella con mayúsculas (como las de Brossa) para calentar el cuerpo en una plácida noche de diciembre. Quizá en este punto hubiera acompañado muy bien un piano, como antaño el de Carles Santos, y una voz, como la de Pilar Zamora. Pero el recuerdo se empaña cuando quiere ser sustituido y, seguramente por eso, decidieron no replicar a los artistas.

Si los inicios de los ochenta sabían a celebración circense, rebelión artística y glamur travesti, la cena de 2025 supo a tortilla de patatas, escudella y carn d’olla, merengue y tiramisú. Estos dos postres pusieron la guinda al recorrido, con una puesta en escena más ceremonial en que el cisne acabó convertido en una gran tarta, emulando aquella peluca de merengue que lució Pavlovski a lo Madame Pompadour y que nadie dudó en chupetear. No se recordó ningún incidente, pero la reposición del sábado sí dejó una previsible: un invitado con los pies empapados. Tuvo la mala pata de caer a la piscina del patio norte, que tiene las mejores vistas de Barcelona y, por suerte, poca profundidad. El baile puso fin a esta sesión del ciclo Reencarnaciones, que seguirá con el Proyecto Honeymoon de Antoni Miralda, para seguir festejando hasta junio los 50 años de la Miró.

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Sobre la firma

Mar Rocabert Maltas
Es periodista de tendencias y cultura en la redacción de Cataluña y se encarga de la edición digital del Quadern. Antes de llegar a EL PAÍS, trabajó en la Agència Catalana de Notícies. Vive en Barcelona y es licenciada en Periodismo por la Universitat Pompeu Fabra.
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