Pavlovsky, una vida en el arte
Un documental recorre la trayectoria del actor en sus más de 50 años sobre los escenarios
Veo el documental y pienso que en poco más de medio año, Albert de la Torre cumplió su doble promesa: hacer volver al retirado Ángel Pavlovsky a la escena (en el barcelonés teatro de la Gleva) y conseguir —todavía más difícil— que se pusiera ante la cámara. Y lo esencial: mostrar el trabajo de un artista obsesivo y minucioso, que sigue contando de maravilla, y plasmar la panoplia de sus muchas vidas, de sus 50 años en los escenarios. “Un retrato robado”, dice con guasa De la Torre, que ha dirigido la película, producida por EGB (Estudio Bárbara Granados, su pianista de cabecera) y el tándem TVC-TVE: ha rastreado imágenes de archivo, ha filmado las nuevas actuaciones de su retorno, sus confidencias, y los testimonios de algunos de sus amigos. Veo a Pavlovsky (ese es el título del documental: su apellido a secas) con traje y corbata, cabeza patricia y maneras de un profesor de teatro del bonaerense barrio judío del Once. Le he visto incontables rostros pero, a sus 78 años y con ese aspecto, me resulta sorprendentemente parecido a Alan Arkin. Con un toque, que siempre ha tenido, de la picardía maliciosa de Alan Cumming.
En el documental cuenta muchas historias que yo ignoraba, como su insólito debut como mimo en la Ópera de Cámara de Buenos Aires, a las órdenes de Martín Eissler, y luego en el Colón y en el Argentino de La Plata. Cuando las cosas no podían irle mejor (a él, a su hermana Alicia y a la pequeña Martina), volvió Perón, y la masacre de Ezeiza les decidió a trasladarse a España, donde no les conocía nadie. “Llegamos en noviembre de 1973 y nos encerraron a todos en el barco. Entendimos que habían matado a Franco, pero no: el que voló era Carrero Blanco”. En Madrid les ficharon en TVE: Alicia y él se presentaron como Los Mimos Rusos. Alternaron los platós, de la mano de su paisano Oscar Banegas, el creador de Los Chiripitifláuticos, y el teatro Alfil, en un escenario vacío “con un biombo y setenta sombreros”. Tampoco sabía que bailó en Aplausos,el musical de Strouse y Adams a partir de Eva al desnudo, que se montó en 1975 en el madrileño Barceló, con Conchita Montes, Conchita Márquez, Margot Cottens, Vicente Parra, Alfredo Mayo… “Todos están muertos”, dice Pavlovsky, no sé si con melancolía o pura y simple constatación.
En 1977 comenzó una nueva vida en el Barcelona de Noche, el cabaret más golfo del barrio chino, donde se afincó haciendo los mejores monólogos de la ciudad. Pero eso solo fue el principio. Acababa de nacer La Pavlovsky, una criatura nocturna, sardónica, con una elegancia sublime, con frases afiladas como tacones de aguja. Intento definirle con cuatro frases: clown augustísimo, gran dama duende, nunca monologuista, siempre dialoguista.
Pavlovsky se estrenó el pasado 19 de mayo en el festival DocsBarcelona, en el teatro del CCCB. Hoy le dan el Premio Ocaña en los cines Texas, y desde mañana la película se podrá ver en esa sala de la capital catalana.
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