Fiesta de despedida de un grupo de WhatsApp
En 2014 el periodista Jordi Mercader creó por error un grupo de mensajería electrónica para compartir artículos sobre política catalana. Díez años después, tras muchas altas y no menos bajas, el grupo se autodisolvió sin saber que el administrador ya había abandonado el grupo
Hace diez años el periodista Jordi Mercader creó el grupo de mensajería por error cuando quería enviar por teléfono sus artículos a un grupo de amigos. Este miércoles se olvidó que estábamos convocados a las dos del mediodía en la Taverna Haddock para autodisolver Nipponia y entregar colectivamente la pistola. La excusa del abuelo Mercader no fue otra partida de petanca, juego al que se ha aficionado y gracias al que ha ganado ya alguna pata de jamón. Simplemente Merca había abandonado el grupo y, como él era el administrador principal, ni nos habíamos enterado. A las dos y media había demasiados Jordis estábamos pendientes de su llegada, con algo de inquietud. Estaban presentes el secretario de estado de cultura (Jordi Martí), el máximo responsable de economía del Ajuntament (Jordi Valls) o el catedrático de Derecho Procesal de la Universidad de Barcelona (Jordi Nieva).
El grupo debía autodestruirse y Mercader no estaba allí para resolver un enigma conservado durante años. ¿Por qué ese grupo, creado para compartir opiniones y artículos y que sobrevivió al Procés, se llamaba Nipponia? El secreto lo desveló uno de los conjurados de primera hora. La clave estaba en el comedor de la residencia oficial del President de la Generalitat. Lo cuenta Ramón García-Bragado Acín pocas horas después de hacerse público que era la persona a la que el President Salvador Illa y la superconsellera Silvia Paneque le han pedido que diseñe la estrategia del Govern para construir 50.000 viviendas.
Resulta que no solo Artur Mas tuvo su piñol. Antes funcionaba en Palau el de Pasqual Maragall. Lo integraban Mercader y García-Bragado y tres personas más que en algún momento estuvieron también en el grupo Nipponia: Jaume Badia, Jaume Bellmunt y Marta Grabulosa, que está en el Haddock para confirmar punto por punto el relato novelesco que García-Bragado nos va contando. Una vez a la semana la ama de llaves de la Casa dels Canonges debía organizar una comida. Allí el núcleo duro de presidencia discutía sobre los problemas del primer Tripartit. Los internos, que no eran pocos, o los mediáticos, que algún día estará bien contar con algún pormenor. Y al final de la comida, ya en los postres y con los carquinyolis entre los dedos y el vino en la garganta, se volvía al irresoluble problema principal. Ahora no lo dice, no, pero no debía ser fácil convivir con Carod Rovira y Jordi Barbeta al mismo tiempo.
Y García-Bragado, un día que se veía que ese problema no se iba a solucionar, lo resolvió con esta frase:
- Vamos a acabar envueltos en la bandera de Japón.
Los que lo escuchaban hace veinte años atrás fueron más rápidos que los veinte amigos que lo escuchábamos el miércoles: les iban a encular, en sentido figurado que siempre es más doloroso.
Algunos nos fuimos de Nipponia durante la resaca del procés y volvimos para que no se repitiese lo de la fractura. Otros se fueron para no volver. Y no pocos, desde responsables de editoriales a corresponsales de aquí y allí o empresarios de la comunicación, actuaban básicamente de voyeurs para saber el estado de ebullición de Cataluña. Incluso consensuamos un decálogo que Mercader publicó en Crónica Global a mediados de 2019. Me limito a copiar los dos primeros puntos: “1.- España es una democracia homologada, aunque manifiestamente mejorable como en la mayoría de los países occidentales. 2.- El conflicto catalán es real y no la invención de cuatro políticos”. Estuvo bien mientras duró. Mientras duró el procés, vaya. Aunque todavía hoy un fundador de la ANC nos envía propaganda de un candidato al Consell de la República.
A la hora de los cafés, cuando Xavier Fina se está yendo y García-Bragado debe cumplir con su nuevo cargo, llega Mercader. Aparece vestido como un cantautor existencialista, con la coleta y el gorro de clochard incluidos. Presentamos nuestros respetos al Emperador, bebemos, reímos, y bajamos las escaleras sintiendo que ya es hora de pasar página.
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