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Chrissie Hynde en el concierto inaugural del Festival Les Nits de Barcelona.
Chrissie Hynde en el concierto inaugural del Festival Les Nits de Barcelona.Gianluca Battista

Chrissie Hynde, al frente de sus Pretenders, inauguró Les Nits de Barcelona con un concierto rotundo y terso

Casi 2.400 personas, el 90 % del aforo, acudieron al arranque del festival de Pedralbes que ya ha vendido el 80 % de entradas, según la organización

Que la alternativa a envejecer sea morirse no ayuda más que puntualmente a congraciarse con el avance paulatino de óxido y arrugas. Si encima eres músico y de rock las dificultades aumentan, nada imaginable con lo que ocurre cuando eres música y rockera, garbanzo de otro color en un potaje que vive de la tradición masculina. La solución que ha encontrado Christine Ellen Hynde es seguir siendo fiel a sus fidelidades, y a sus 72 años la tersura del rock mantiene tirante su vitalidad, seguir componiendo canciones hace que le sienten mejor las botas altas y los tejanos y la determinación de un carácter que se percibe en su sola mirada evita que en ningún momento parezca una señora mayor que se niega a serlo pasándose de frenada mediante vestuarios temerarios.

No se trata tanto de encumbrar la eterna juventud, mentira piadosa de la industria cosmética y ahora ya de la genética, como de aceptar que hay personas que no precisan de las triquiñuelas de Fausto para mantener su tono vital. Chrissie Hynde lo dejó bien clarito en la primera noche de Les Nits de Barcelona, festival que abrió sus puertas en Pedralbes habiendo vendido, según datos de la organización, un 80% de su taquillaje. Con Pretenders se alcanzó el 90% de ocupación, casi 2.400 personas, todas ellas sentadas. Tras la actuación, ya en el andén del metro, un septuagenario del sector más cercano a los ochenta que a los setenta, escuchaba a Pretenders en su móvil mientras veía lo que de la actuación con él había grabado. Él seguía el ritmo con el pie, en la pantalla se movía Chrissie, pasos seguros que Biden anhelaría, piernas abiertas, postura de guitarrista. Al señor sólo le faltaba bailar, lo que no hizo probablemente para no dar espectáculo y no ser lesivamente comparado la determinación de una mujer que lleva peinándose igual, sin cansar ni cansarse, desde que era una jovenzuela.

Datos menores para dos hechos mayores: Chrissie canta de forma envidiable, mantiene una voz robusta y dúctil y dispone de un surtido cancionero que va actualizando poco a poco. No la hace falta más: descubrió la sopa de ajo de joven y ya no necesita inventar. El señor, no particularmente descascarillado, debió salir de Pedralbes con dos ideas: envejecer es seguir viviendo y la música ayuda mucho en el empeño. Bueno, la tercera debió ser, por la espera que soportó hasta la llegada del convoy, que en la próxima encarnación no saldrá de Pedralbes para volver a casa en metro. Demasiado contraste. El concierto tuvo la tersura de un parche de redoble. Ella, dominante, líder natural emparejada conceptualmente con otras mujeres independientes y de acentuada personalidad (tipo actrices como Glenda Jackson o Katherine Hepburn, por ejemplo). Poco dada a la especulación y a la autocomplacencia fue a lo concreto: canciones como soles. Ya a las primeras de cambio habían sonado la melódica Kid, la jamaicana Private Life y súper éxitos como Back On The Chain Gang y Don’t Get Me Wrong. Entremedio de estas dos últimas, una balada en la que se descolgó la guitarra y tomó el micro para dejar bien a las claras que sigue cantando sin esfuerzo, con poderío y capacidad para mecer la garganta en Hymn To Her. Se había quitado la cazadora, camiseta de manga muy corta, brazos al aire. En este primer tramo ya brilló la soltura en la guitarra su solista, el “chavalín” James Walbourne, 44 años de ná, así como la eficiencia el resto del grupo, dúo rítmico de bajista y batería. Mirar cómo guitarra y bajista movían sus instrumentos era como ver un vídeo de The Clash.

Los otros dos tercios del concierto tuvieron el mismo pulso y fueron una alfombra de éxitos con las incrustaciones de temas nuevos como Let The Sun Come In, Vainglorius o Hate For Sale, prueba de que Chrissie no desea oxidarse más de lo estrictamente necesario. Sacó a relucir la armónica en Middle Of The Road, enardeciendo a un público que volvió a cantar, lo había hecho antes, acaramelado con Don’t Get Me Wrong, mirando, si cabía, a su pareja. Escuchando el bis, la versión de Stop Your Sobbing (The Kinks) se pudo hacer propia una frase de la letra, “es hora de que rías en lugar de llorar” y hasta quizás se pensó en que esto de envejecer no está tan mal siempre que se haga a la manera de Chrissie, sin aspavientos, aceptando el paso del tiempo como un camino para seguir siendo una misma, como un compañero que te acompañará hasta que sin él te quedes. De momento ahí sigue, concierto tras concierto, ese tiempo que mantiene enhiesta a Chrissie Hynde.

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