Arte y estampa de The Pretenders
Salió la banda al completo, con ella entre sus músicos, sin alharacas. No hubo presentación, sino un simple "one, two, three" para que la música comenzase a sonar. Tejanos ajustados, botas, camiseta sin mangas, chaleco y el mismo peinado de los últimos 40 años. Hora y media más tarde, tras más de una veintena de canciones, muchas de ellas con tantos años encima como el peinado de Chrissie, el público marchó contagiado, reconfortado y con un estupendo concierto de verano en la memoria más inmediata. Fue la inauguración del festival de la Porta Ferrada, y mejor no pudo ir.
Primero, porque Chrissie Hynde, ajena a la trascendencia, no quiere cambiar el mundo sino aportar mediante sus canciones una pequeña aproximación al mismo. Segundo, porque éstas son tan modestas que ganan con el tiempo, porque el tiempo suele tratar bien las canciones bien hechas, compuestas con estilo. Tercero, porque Chrissie mantiene una voz estupenda. Cuarto porque su carisma ha aumentado con el tiempo y su sola imagen llena el escenario con esa mezcla de autoridad y fragilidad tan arrebatadora, porque su comportamiento de mujer desacomplejada resulta siempre cercano. Y quinto, porque pese a exhibir una deslumbrante imagen juvenil, jamás presumió en el concierto de mantener algo que los años suelen quitar. Porque esto no es un argumento artístico, sino en todo caso un hecho meramente biológico.
Dicho esto, Chrissie podía haber tocado casi cualquier cosa y la satisfacción habría resultado pareja. Pero no tocó cualquier cosa. Cayeron clásicos en buena cantidad, desde Don't get me wrong a Middle of the road; versiones como el Forever young de Dylan y temas de su último trabajo como Boots of chinese plastic y Rosalee.
