Sheryl Crow abrió la segunda edición del Alma Festival con un aseado y veraniego concierto
El festival avanza en su adaptación al entorno del Poble Espanyol
El verano de los festivales de medio tamaño ha comenzado. Dio el pistoletazo de salida el Alma, dispuesto a reconstruir en la medida de lo posible el entorno selecto de Pedralbes, anterior morada de donde, como aseguró su director Martín Pérez al presentar el lunes su segunda edición en el destierro, se han llevado el alma a su nuevo recinto. Redistribución de espacios en el Pueblo Espanyol, una entrada diferenciada para VIPS que ya está a la altura de un VIP, con un recorrido de acceso con olor a exclusividad –se trata siempre de eso, pagar para no parecer normal- y ausencia de colas. Ofició Sheryl Crow, cuya presencia no concitó a las masas, ofreciendo comodidad incluso a quien no era VIP, que podía seleccionar su lugar de disfrute sin pisotones ni codazos para ganarse la zona. Cómodos son los conciertos en los que no son precisas las argucias del baloncesto. Y este lo fue, no sólo en el espacio sino en la confortable propuesta musical de la norteamericana, de aspecto envidiablemente juvenil a sus 62 años.
Compositora, cantante, instrumentista (tocó el bajo en un par de temas y la guitarra en varios más), Sheryl hace música familiar, pop-rock con toques country y vocación melódica para un disfrute sin aristas ni preguntas. Todo entra fácil en ella, que a pesar de ello se debió llevar un mini disgusto cuando al decir que iban a tocar temas nuevos (silencio del respetable) y temas antiguos (griterío entusiasta), comprobó que el público era cruelmente sincero. Y es que eso no se hace, hombre, por mucho que lo que interese sea el pasado hay convenciones que merece la pena mantener, como por ejemplo no ser tan sinceros al afirmar que la historia se detuvo hace unas décadas. En fin, se disculpa porque la noche era espléndida, el espacio muy confortable y así es hasta natural no andarse por las ramas. Pero ella no se lo tomó a mal, y en un catalán más oxidado que el de Sprigstreen agradeció la presencia del respetable, ya en inglés dijo que salir de Estados Unidos es reparador dada la situación política de su país (allí aún no ha llegado la proyección de estadista internacional de Ayuso) y de nuevo en catalán explicó que en Barcelona había visitado la Sagrada Familia y el Park Güell, y que como buena turista tópica, esto no lo dijo, le habían encantado, esto sí lo dijo. Enternecedor.
Por si había dudas sobre las esencias de su país, en su primer tema, Real Gone, ya sonaron armónica y guitarras rockeras al servicio de los coches que en pantalla hacían trompos. No, no era un guiño al Paseo de Gracia, sino a Cars el film de Disney/Pixar al que Sheryl dio este tema. Un concierto pues sin equívocos. Porque Sheryl es transparente como la protagonista de una comedia romántica. No tiene una gran voz, pero la suya sigue manteniendo un registro juvenil. No es una compositora que dejará huella, pero sus reconocimientos en forma de Grammy evidencian que ha logrado un sonido que se consume sin manual de instrucciones, lo que no es fácil pese a que lo pueda parecer. Con temas moderadamente rockeros, baladas de cantautora californiana, Leaving Las Vegas, versiones que ya son habituales en su repertorio, The First Cut Is The Deepest del Cat Stevens pre Yusuf Islam, y alguna deriva hacia el rhythm and blues stoniano, pero menos, Hard to Make a Stand, Sheryl mantuvo el pulso a un concierto entretenido en el que brilló una banda espléndida. Y sí, sonaron All I Wanna Do –casi al comienzo-, y otros diez temas de sus primeros discos como un recuerdo, que de eso se trataba, de una artista que apenas ha visitado Barcelona en sus largos años de carrera y que se estrenó por estas tierras en un Doctor Music Festival. Agradable noche estival de recuerdos.
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