Cataluña, tierra de ruletas
Es probable que tanta disparidad de criterios sobre el Hard Rock acabe alumbrando el modo de producción catalán —entre calvinismo y ludopatía, sostenibilidad y pragmatismo— que a buen seguro asombrará al mundo


Cuando en 2012 Sheldon Adelson llegó a Barcelona para instalar el macrocasino Eurovegas en el Baix Llobregat, su esposa propuso cambiar la ubicación del aeropuerto del Prat y derribar el estadio del RCD Espanyol. Tanta torre de control y tanto campo de fútbol amenazaban sus rutilantes neones. El Govern de Artur Mas se desvivió. Buscó permitir entrar en los casinos a menores acompañados, se rebajó el impuesto a casinos del 55% al 10% —aprobado finalmente en 2014 por CiU y PSC— e incluso se barajó dar permiso para jugar a crédito. El órdago de excepcionalidades catalanas solo se vio superado por la Comunidad de Madrid —prólogo de tierra de libertad—, que subió la apuesta de Mas y propuso cambiar la ley antitabaco para poder fumar junto a las máquinas tragaperras. El entusiasmo era tal que el entonces director de la Oficina Antifraude de Cataluña, Daniel de Alfonso, consideró que Eurovegas podía llegar a ser “la mejor inversión para el país”. El que luego abordaría en secreto con el ministro Jorge Fernández Díaz cómo cazar independentistas convergentes descartó que el proyecto de Adelson fuera un foco de corrupción. Al final, nada de aquello cuajó y el magnate de Las Vegas dejó de marear la perdiz.
Pero el Govern de Mas había probado la miel de los juegos de azar y, despechado por Adelson, consiguió atraer nada menos que al zar del ladrillo, Enrique Bañuelos, el hombre que había amasado su fortuna con el boom inmobiliario. Bañuelos impulsó BCN World, ya cuando Eurovegas estaba en pleno flirteo con la Comunidad de Madrid. Uno de aquellos casinos de BCN World lo quería administrar Melco Crown, en manos de la familia Ho, los fundadores del emporio de juego de Macao. El patriarca de la dinastía Melco, Stanley, tenía vetada la entrada en New Jersey y en Australia, pero de noche todos los gatos son pardos y la Generalitat fue capaz de establecer un hecho diferencial entre el derroche epicúreo de Eurovegas y la austeridad calvinista de BCN World, que, a juicio de los albaceas del legado político de Jordi Pujol, incluso encajaba en el tarannà catalán. A pesar del entusiasmo el proyecto volvió a capotar y de los socios de aquella suma de entusiasmos solo queda Criteria.
Actualmente, la propuesta de macrocasino de Salou la lidera el Hard Rock de los indios seminolas, los mismos que se enfrentan bravamente a Gary Cooper en Tambores Lejanos. Ahora todo está a la espera del informe ambiental que dé luz verde al plan director de urbanismo y así se active el calendario para que Hard Rock adquiera los terrenos en los que se levantaría el macrocasino. Habrá que ver.
Mientras, tres partidos de izquierda (PSC, ERC y los comunes) mantienen sus dispares apuestas sobre si debe o no abrir sus puertas el local. Está en juego la aprobación de los presupuestos de la Generalitat para 2024. El PSC pone como condición para dar el sí que la ruleta gire de una vez. El partido que ahora lidera Salvador Illa contó con detractores del proyecto. El concejal de Barcelona David Escudé aseguró literalmente en 2012: “Adelson vendrá a prostituir a nuestras hijas”. Paralelamente, el alcalde de Cornellà, Antonio Balmón, defendía a capa y espada el proyecto. Esquerra también ha dado sus tumbos y sus cálculos se centran ahora en hacer lo que sea para seguir gobernando. En 2014, Oriol Junqueras puso como condición para entrar en el Ejecutivo de Artur Mas la paralización de BCN World. Los comunes, por su parte, darán luz verde a las cuentas catalanas para 2024 a cambio de que no haya macrocasino, en línea con la tradición de Iniciativa per Catalunya.
Es todavía pronto para vaticinios, pero es probable que tanta disparidad de criterios acabe alumbrando el modo de producción catalán —entre calvinismo y ludopatía, sostenibilidad y pragmatismo— que a buen seguro asombrará al mundo.
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