Junts o cómo converger por la independencia
Puigdemont es la amalgama de un partido diferente políticamente de la extinta Convergència pero que conserva algunas de sus formas de actuar
La casualidad (o la ironía) ha hecho que el tercer aniversario de Junts coincida con su momento más trascendente en clave estatal. “Todas las evidencias nos dicen que solo podremos sobrevivir como nación, con nuestra cultura y patrimonio, si no somos objetos del Estado español”, defendió el expresident Carles Puigdemont en el congreso fundacional del 25 de julio de 2020. El eurodiputado, en rebeldía en Bélgica, sabe bastante de supervivencia y el resultado del 23-J le permitirá probarlo: el futuro de la legislatura depende del sí de los siete diputados de su partido, el único de tradición convergente que resiste en el Congreso tras el fiasco del PDeCAT.
Ese binomio supervivencia-resistencia es el que enmarca el universo Junts y sobre el que se decidirá si conviene dejar que caiga Pedro Sánchez o si se apunta a un giro de guion en el que la bestia negra de la actual vía de diálogo pactada en 2019 entre socialistas y republicanos termine sentado en la mesa. Por ello, alguna sorpresa causó que el secretario general del partido, el exconsejero Jordi Turull, dejase claro el pasado lunes en una entrevista a RAC-1 que había una mínima posibilidad de negociación, incluso pese a una campaña donde se remarcó que el PP y el PSOE son lo mismo para Cataluña, obviándose el riesgo de Vox en La Moncloa.
Ese resquicio llevó a preguntarse si algo queda en Junts de ese nacionalismo moderado, con la vista puesta en ampliar el autogobierno y de espíritu pactista que fuera el sello de la acción política de CiU, la federación entre Convergència (CDC) y Unió . En definitiva, la disposición verdadera de hacer política en el partido del expresident sin, de antemano, enrocarse en la amnistía y el referéndum. Los interrogantes incluyen también el paradero de los que fueran sus fieles votantes, una clase media y cierta burguesía, de centro-derecha catalanista. En las elecciones generales de 2011, CiU tuvo 1.014.263 votos, su mejor resultado (el 19% del total). Junts, defendiendo la confrontación, cosechó 392.634 (11%) votos el 23-J. El PDeCAT, apelando sin complejos a CiU, no llegó ni al 1%.
“Junts es fruto de un momento político muy concreto”, recuerda su portavoz, Josep Rius, ante la pregunta sobre el hilo conductor con CDC. Su germen fue la llamada llista del president, que el partido en el que entonces militaba Puigdemont y sus exconsejeros, el PDeCAT , aceptó en 2017 para concurrir al adelanto electoral decretado bajo el artículo 155. Puigdemont y un puñado de colaboradores, encerrados en un hotel en Lovaina (Bélgica), privilegiaron a figuras independientes y a los cesados por el Gobierno del PP en su respuesta al órdago independentista. El reclamo electoral de “Para que vuelva el president hay que votar president” fue tan inverosímil como exitoso. Contra todo pronóstico, Junts ganó por poco a ERC en el bloque independentista y Ciudadanos fue la fuerza más votada.
El PDeCAT entonces ya sobrevivía al proceso de decantación que implicó la implosión de CiU, la escisión y posterior desaparición de los democristianos y la huida de parte del voto a ERC o el PSC. Y el 23-J perdió en una batalla que estaba en el tintero tras la llista del president: la cúpula del partido había resistido la brutal presión del expresident para ceder las riendas y mantener la vía de la confrontación. Puigdemont y los suyos desistieron en 2020 y fundaron Junts. Marchaban así de la formación heredera directa de la de Pujol y que surgió en 2016 como cortafuego a los escándalos de financiación ilegal —como el caso Palau— y el resquebrajamiento de la autoridad moral del patriarca tras confesar, en 2014, la herencia oculta en Andorra por la que no tributó. Las nuevas siglas, sin embargo, sí asumían el giro que cuatro años antes ubicó a CDC en el carril secesionista: no basta con ser una nación, se necesita el Estado propio.
“Las preferencias de los ciudadanos y las ofertas de los políticos partidos se retroalimentan. Si CDC se hubiera quedado en su espacio tradicional, la preferencia de los electores igual habría cambiado”, explica el experto en comportamiento electoral Marc Guinjoan. Y apunta a la sentencia del Tribunal Constitucional que recortó el Estatut votado en el Parlament y refrendado por la ciudadanía como momento crítico. El abrazo de la independencia por CDC y el entonces president Artur Mas tiene tanto de convicción como de huida hacia adelante, pero ofreció verosimilitud a un camino tabú para sus votantes. Y estos, ante el desencanto autonómico, aceptaron contemplarlo.
El PDeCAT, al que solo le quedan alcaldías, fracasó en un pulso con Puigdemont como en su día también lo hicieron movimientos que apelaban al espacio convergente como Lliures, Partit Nacionalista de Catalunya o Centrem. “El éxito de Junts radica en el no éxito de los otros. Puigdemont sigue porque no ha tenido a un rival real y apelar al peix al cove (apoyos a cambio de más autogobierno) suena antiguo”, dice Toni Aira, profesor de comunicación política de UPF-BSM. Otra clave: los debutantes en las urnas el 23-J no vivieron el pujolismo y, por tanto, la apelación a ese legado les funciona poco.
Nadie niega el papel tutelar de Puigdemont en el partido que dejó de presidir hace poco más de un año. Su figura mantiene unidas sensibilidades en ocasiones enfrentadas. Junts tiene tres corrientes oficiales: la izquierda, la socialdemócrata y la liberal. La pluralidad ha sido útil para converger sobre la validez del “mandato independentista del 1-O” pero la divergencia entre exconvergentes y activistas ronda en momentos clave y en algún momento se ha coqueteado con tesis casi trumpistas. “Somos Junts, pero no iguales”, defiene Rius. En esa búsqueda por el centro político e integrar diferentes sensibilidades ideológicas hay ecos de los orígenes en la lucha antifraquista que en 1974 dio origen al partido de Pujol, algo que se repitió con la lista conjunta de Junts pel Sí, donde participó ERC.
El ejercicio del poder puso el centro de gravedad de CDC hacia la derecha, pero advierte Aira, jamás fue un “PP a la catalana”. Tanto el Centro de Investigaciones Sociológicas como el Centre d’Estudis de Opinió muestran que el votante de Junts colma el espacio original, pero además muerde por el flanco izquierdo. Guinjoan resalta que el análisis de sus programas electorales les ubica como progresistas. “Otra cosa es la acción de gobierno y el día a día”, alerta. Para la periodista Núria Orriols, autora de Convergència. Metamorfosis o extinción, el momento en que Junts realmente subvirtió su esencia convergente, fue en octubre pasado, cuando decidió abandonar el Govern que compartía con ERC. “Hasta entonces se seguía la línea de continuidad que marcó Mas con la unilateralidad”, dice.
Un retuit de Puigdemont a Rius, dejando claro que votaba a favor romper, decantó entonces la balanza. El 42% de los militantes se opuso a su líder. En otros momentos ha optado por callarse —no compartía del todo el acuerdo de investidura de Aragonès— o como en la moción de censura a Mariano Rajoy deliberadamente el PDeCAT ni le consultó. Orriols cree que por ello habrá mucho de “revancha” hacia Sánchez en la actual coyuntura. El líder quiere ahora tener los focos en él después de que se le diera por amortizado y explorar los límites de lo que él mismo bautizó como “confrontación inteligente”. “El ciudadano cada vez premia más la coherencia de lo que se ha dicho en campaña y lo que después se hace”, advierte Rius. Más supervivencia-resistencia.
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