La vendimia se resiente por las temperaturas extremas
Pequeñas y grandes explotaciones se adaptan al cambio climático con nuevas técnicas. Sindicatos agrarios calculan pérdidas del 25% este año
La enóloga Anna Puig, que nació en la vinícola comarca catalana del Alt Penedés (Barcelona), recuerda cómo los inicios de las vendimias también significaban el final de los veranos de su infancia. “Como muy pronto, se empezaba en la primera semana de septiembre… Ahora, sin embargo, nos encontramos con cosechas que incluso se adelantan a finales de julio. Y solo han pasado 20 años. Es realmente increíble”, relata Puig, que es miembro del proyecto Minorvin, que investiga la adaptación del sector vinícola español a las nuevas condiciones que trae el cambio climático. Este verano, uno de los más calurosos que se recuerdan, la cosecha ya se ha adelantado varias semanas, dependiendo de los territorios. Sindicatos agrarios cifran en un 25% la reducción de las cosechas en Cataluña, aunque dejan claro que la calidad de la uva será buena.
La sequía y la ola de calor que este año acechan Europa no solo hace languidecer a ríos y embalses, sino que también va camino de hacerlo con las estanterías de los vinos y cavas de los supermercados. La emergencia climática está forzando desde hace años a grandes y pequeños productores a innovar en técnicas para paliar sus efectos. “Se trata de adaptarse o morir”, sintetiza Puig. “Lo que está claro y demostrado es que el cambio climático nos está afectando. El extremo calor afecta a la madurez y a la acidez de la uva, por ejemplo”, dice la investigadora.
En Cataluña estas plantaciones ocupan 53.000 hectáreas, que equivalen al 3% de la superficie agrícola, y generan 189 millones de euros, según datos de la Generalitat. Los 40 céntimos el kilo que se pagan este año por la uva son insuficientes, defiende el sindicato mayoritario Unión de Pagesos y los viticultores reclaman una subida hasta los 50 céntimos. El Consejo Regulador de la Doc Rioja avanzó el miércoles que la vendimia en la zona centro de Rioja Alavesa se podía adelantar siete días respecto a la campaña del año pasado. La Denominación de Origen Rueda afronta su vendimia más temprana de los últimos siete años, tras su inicio el pasado día 16.
En el proyecto Minorvin, que está en su fase final, han participado 16 centros de investigación, entre ellos el Instituto de Investigación y Tecnología Agroalimentarias (IRTA) y el Instituto Madrileño de Investigación y Desarrollo Rural, Agrario y Alimentario (Imidra). Su objetivo ha sido evaluar el potencial de 51 variedades de uva y su adaptación a la falta de lluvias y el calor. “Hay casos de variedades minoritarias que rozaban la extinción y que, ahora, van en auge porque han demostrado ser más resistentes a los nuevos tiempos”, dice Puig. “Lo que nos interesa es que tengan un ciclo de maduración más tardío y también que resistan mejor a la falta de agua”, añade la investigadora. Las conclusiones, que se presentarán en las próximas semanas, serán diferentes dependiendo de los territorios. Por ejemplo, en Cataluña los científicos han detectado cómo algunas minoritarias tienen una maduración más tardía, por lo que podrían servir en aquellas zonas como el Alt Penedès, donde cada vez llueve menos.
“Hay que adaptarse y adaptarse. Hay factores que en meteorología son incontrolables”, reivindica Puig. Otro proyecto, llamado I+D Globalviti realizado por grandes marcas como Familia Torres, Pago de Carraovejas, Juve&Camps, Pellenc, Martín Códax, Viveros Villanueva, Hispatec y Ramón Bilbao junto con trece grupos de investigación, y que finalizó en 2020 tras cuatro años, diseñó técnicas basadas inteligencia artificial que permite identificar y calificar enfermedades en la planta. O estrategias enológicas con microorganismos para minimizar la afectación de la falta de lluvia y el calor, con nuevas cepas de levaduras, entre otras. En paralelo, Familia Torres ha apostado durante los últimos años a trasladar plantaciones en zonas altas, como el Prepirineo. El Centro de Investigación Ecológica y Aplicaciones Forestales (CREAF) y el IRTA colaboran con Familia Torres para encontrar nuevas regiones donde poder cultivar sus viñas, zonas en latitudes más altas, como la cuenca de Tremp (Lleida), o en partes del planeta donde los efectos del cambio climático no son tan marcados como aquí, como es el caso de Chile.
A cientos de kilómetros de los Pirineos, hay una finca del Alt Penedès a la que se accede por una angosta carretera de tierra que escarpea viñas. Es Vila Morgades, una pequeña explotación familiar con una historia que se remonta al siglo XVII. Con el paso de las décadas ha ido perdiendo hectáreas. Ahora, cuenta con 17, y las gestiona Carles Roses, que muestra orgulloso fotos de la época de sus tatarabuelos en vendimia, y su hermana Maria, que tras haberse iniciado en la carrera diplomática y recorrer mundo decidió volver a sus orígenes para tomar el relevo de este negocio ancestral. La experta Anna Puig pone en valor que gente joven como Carles y Maria tome el relevo de estas explotaciones. “Los jóvenes que se inician están mucho más concienciados con el cambio climático, tienen ganas de innovar y prefieren recuperar o seguir con las variedades de vino de nuestros antepasados antes que otras. Es positivo”, destaca Puig
Carles Roses explica que está contento con la cosecha de este año. Pese a que he tenido que adelantarla y será un 30% inferior, la calidad de la uva es buena. Desde que se metió de lleno en el negocio no ha parado de estudiar y formarse. Conoce cada palmo de la tierra de su finca y observa cualquier nube, cualquier racha de viento, que pueda afectar a sus viñedos. “Las variantes autóctonas son mucho más sanas. Como se suele decir: ‘cuanto más vieja la gallina, mejor caldo’. Bueno pues aquí, igual”, dice.
El joven agricultor dice que en los pocos años que lleva con el negocio ya ha sido suficiente para observar cómo con el paso de los años las cosechas se van adelantando y las plantas se debilitan. Y, ante la falta de agua, tira de ingenio. Lo que antes era “hierba mala”, la que crecía entre las viñas, ahora se ha convertido en su “hierba buena”. “Esto es así porque cuando llueve poco, lo que hace es mantener el agua a través de una capa vegetal, por lo que se drena mucho mejor…”, añade Roses. Los hermanos entienden la producción de una manera mucho más ecológica y exclusiva. Generan en torno a 6.000 kilos de uva por hectárea para hacer cava. Y, ahora, Carles no descarta iniciarse con el vino.
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