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Keith Jarret, tocando el piano a finales de los setenta.
LA CRÓNICA
Crónica
Texto informativo con interpretación

Acordes de nostalgia con Keith Jarrett

Una coreografía sobre el concierto de Köln en el Mercat de les Flors dispara el recuerdo de ese y otro álbum del músico

Jacinto Antón

Fuimos muchos los que el pasado fin de semana acudimos al Mercat de les Flors de Barcelona para reencontrarnos con el famoso concierto de Köln de Keith Jarrett. La compañía Schauspielhaus Zürich Dance Ensemble, bajo dirección del coreógrafo y bailarín Trajal Harrell, ofrecía su espectáculo The Köln Concert, en el que bailan el legendario solo de piano que el músico de Pensilvania improvisó el 24 de enero de 1975 en la Opera House de la ciudad de Colonia (entonces República Federal Alemana, RFA), una actuación, la de Jarrett, legendaria, que fue grabada y editada en noviembre del mismo año como disco doble por ECM convirtiéndose en el álbum de música de piano más vendido de la historia (4 millones de copias). El concierto, del que se cumple medio siglo, ha generado toda una mitología alrededor, como lo de que el piano que tocó Jarrett no era el previsto sino uno de calidad inferior y desafinado, y que los pedales funcionaban mal —se ha dicho que Jarrett tocó como lo hizo precisamente porque no era un buen piano—, o que el músico se embolsó el dinero del billete del avión que le pagaron y viajó a Colonia desde Zürich en coche con un amigo, y llegó hecho polvo.

Probablemente la mayoría de las personas que atrajo la convocatoria del Mercat —entre ellas el alcalde Jaume Collboni, Ninona Mestres, Judit Carrera y Mercè Ros, nuestra Chrissie Hynde, además de la propia directora de la Casa de la danza, Àngels Margarit— hicieron lo mismo que yo antes de ir, que fue buscar entre los viejos vinilos el álbum de Jarrett (retirado desde 2020 por un ictus) y quedarse un largo rato mirando la portada, con la foto en blanco y negro del músico inclinado sobre el piano con los ojos cerrados como en trance, que es como solía ponernos a nosotros cuando lo escuchábamos, con y sin sustancias añadidas. A mí, la verdad, me bastó mirar un rato fijamente el álbum para sentir, en una avalancha de nostalgia, que brotaban las cristalinas notas del concierto de Köln, a la vez abstractas y sensuales, repicando como gotas de lluvia en las ventanas del alma y punteadas por los sonidos guturales de Jarrett, esos gemidos que hacíamos tan nuestros. Dicho esto, hay gente purista del jazz a la que no le gusta el concierto de Köln, ni Jarrett, como a Murakami, allá él.

Recuerdo con exactitud el día que me compré el álbum —básicamente porque lo tengo apuntado en una de las agendas en las que registro con empeño vagamente proustiano buena parte de lo que hago desde hace casi medio siglo—. Fue el 5 de noviembre, de 1979, un lunes, en discos Castelló, en la calle Tallers. Cinco días después, el sábado 10, regresé a la tienda para cambiar el álbum porque al llegar en pleno éxtasis estético a la parte II b del concierto, en la tercera cara, la aguja saltaba (algo que solía suceder con los discos entonces y que ya con Spoty no pasa). El concierto de Köln es de los discos que más veces he escuchado en mi vida junto al Killing me softly with his song de la recientemente traspasada Roberta Flack, el Total Control de los Motels, y, todos tenemos un pasado que asumir, el Help de Tony Ronald. En esa época en que me lo compré pasaban en el mundo (según mi particular registro) hechos tan trascendentes como que me sorteaban para la mili, rodaba como actor un programa de televisión (entonces era estudiante en el Instituto del Teatro) en el que hacía de uno de los tres osos del cuento, que ya es empezar por abajo, y leía, en curioso revoltijo, a Cioran, Lovecraft, Bukowski y Onetti (Dejemos hablar al viento). De aquellos tiempos he rescatado una tarjeta del mercadillo Dean London Shops (avenida Generalísimo Franco, 508), el carnet del Studio Ono y una amarillenta hoja cicloscilada que pensaba que era alguna convocatoria por la libertad de expresión y ha resultado ser una encuesta del Círculo A con preguntas como “¿qué autores le interesan más del joven cine alemán?” y casillas para votar a Fassbinder, Herzog, Syberberg o “ninguno”.

Trajal Harrell, con sus bailarines, en un momento de 'The Köhl Concert'.

La propuesta que hace del concierto de Köln el coreógrafo Trajal Harrell, artista negro con influencia en la moda, el arte y el colectivo LGTBI+, es muy singular. Sienta a los siete bailarines (él incluido) en banquetas de piano y los hace levantarse y moverse progresivamente mezclando de manera fascinante danza voguing —y su estética de pasarela de moda— con danza moderna y butoh (Harrell considera su padre danzístico a Kazuo Ono). La actuación arranca con cuatro canciones de Joni Mitchel, entre ellas River, con su piano tan parecido, como preciosa obertura antes de entrar en el concierto de Jarrett. Harrell dice que para él el concierto de Köln encierra el misterio del arte con mayúsculas y ha tratado de revivir ese misterio y la sensación de inmediatez y a la vez trascendencia de aquella experiencia de 1975 en la Ópera de Colonia. Fue el del Mercat un espectáculo hipnotizante, con los movimientos de los bailarines, movimientos bellos pero también tristes, sufrientes, grotescos y decadentes, imprimiéndose sobre nuestras capas de recuerdos con una plasticidad física y que nos dejó a muchos traspuestos. Yo pasé la hora escasa de actuación viviendo casi una experiencia extrasensorial. Como si los movimientos de los bailarines me masajearan la memoria por la que serpenteaban las escalas del concierto de Köln trasladándome voluptuosamente del presente al pasado y de vuelta. “Uf”, solo pude decir al acabar, mientras miraba otras caras que reflejaban lo mismo: qué colocón.

Después de esto sonará raro que diga que mi disco favorito de Jarrett y también doble no es el del concierto de Köln, precisamente, sino el mucho menos conocido Hymns/ Spheres que grabó en 1976 en la abadía benedictina de Ottobeuren (Alemania Occidental) tocando el órgano barroco Santísima Trinidad, uno de los dos y el más grande de los construidos por el maestro organista Karl Joseph Riepp (1710-1775). Jarrett se sentó ante el enorme órgano, uno de los mejores de Europa, y comenzó a tocar unas improvisaciones sublimes que no es que te eleven el alma sino que te la catapultan a la estratosfera. Las oye Herman Hesse y pasa de Buxtehude. Sobre los Hymns/ Spheres (ECM) monté yo la que es hasta el momento mi única obra teatral seria, En la mente de Shakespeare, una performance que representamos en función única el 15 de marzo de 1979 en la capilla gótica de Santa Ágata, en el Palau Reial Maior de Barcelona, el Grupo Experimental Kandinski (GEK), compuesto por alumnos de interpretación, de pantomima y de escenografía (Quim) del Institut del Teatre. El disco de órgano de Jarrett, que descubrí 8 meses antes que el concierto de Köln, se lo pillé a una amiga, Titi Estabanell, y aún no se lo he devuelto. Fue escucharlo en su casa y pensar que con Shakespeare y conmigo íbamos a hacer un buen trío (Jarrett, no Títi quiero decir).

La capilla de Santa Àgata en Barcelona.

Aprovechando la ventana de oportunidad de un ciclo que organizó Frederic Roda denominado Animen Shakespeare y que inexplicablemente nos dejaban la capilla, desplegamos en ella lo que yo, en mi genialidad de entonces, imaginaba como una materialización de la conciencia de Shakespeare, un espacio interior en el que se gestaban sus obras más importantes, y olé. En una atmósfera onírica e intimidante construida a base de niebla artificial, focos con filtros azules, una escenografía compuesta por estructuras de mecanotubo con hilos de lana de colores como rayos de luz y la música de órgano que brotaba de unos enormes altavoces, el público se encontraba con proto representaciones de los personajes shakespearianos. Yo, que para algo era el director y el dueño (provisional) del disco de Jarret, interpretaba a Hamlet, un Hamlet que hacía el pino vestido solo con unas mallas, mientras que compañeros como Montse Guallar, Charo Astiaso, Manel Dueso, Oriol Genís o Josep Gimeno encarnaban a otras figuras de las tragedias del Bardo. Incorporamos a una preciosa Julieta, Natalie Signer, que se acodaba en un balcón interior mientras que de Ofelia, mi primera Ofelia, y dado que Susan Gray tuvo un súbito ataque de pánico escénico, hacía su hermana mayor Corinne, a la que, para sorpresa del retablo gótico de Jaume Huguet, dispusimos como una náyade ahogada y con ropa vaporosa sobre el altar, en una imagen que no creo que se vuelva a ver nunca en la capilla.

 Keith Jarrett en una actuación en San Francisco alrededor de 1975.

Arrastrado por el ataque de nostalgia que me desencadenó The Köln concert en el Mercat me acerqué el jueves a Santa Àgata a profundizar en la melancolía de aquel inolvidable 1979 en que descubrí por partida doble a Keith Jarret —y aún me quedaba el disco de los himnos sagrados de Gurjieff que el pianista grabó en 1980 (G.I. Gurdjieff: Sacred Hymns, ECM)—. Faltaba una hora para que cerraran y no había nadie. La capilla estaba desnuda, con el atardecer filtrándose por los vitrales. Me situé en el centro de la nave y me puse a todo volumen el primer movimiento de Hymns / Spheres, el excelso Hymn of Remembrance, en los iPods (en 1979 no existía aún ni el Walkman). Fue como un estallido de luz directo al cerebro. No me hubiera afectado más dispararme a la cabeza con un .45. La capilla se llenó de humo y se pobló de los viejos fantasmas de tantos amigos, incluido el añorado Enric Bentz, que se paseaba por la galería sobre la entrada como el espectro del padre de Hamlet.

Aquella noche de Santa Àgata significó el final de una época. El GEK, formado por influencia de Iago Pericot, se extinguió en esa su única deflagración y todos nos desperdigamos siguiendo caminos y destinos diferentes. Keith Jarret, bendito sea, nos ha vuelto a reunir, como nos congregó a tantos en el Mercat con el concierto de Köln. Y solo por eso, Keith, ya mereces un lugar en nuestros baqueteados y agradecidos corazones.


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Sobre la firma

Jacinto Antón
Redactor de Cultura, colabora con la Cadena Ser y es autor de dos libros que reúnen sus crónicas. Licenciado en Periodismo por la Autónoma de Barcelona y en Interpretación por el Institut del Teatre, trabajó en el Teatre Lliure. Primer Premio Nacional de Periodismo Cultural, protagonizó la serie de documentales de TVE 'El reportero de la historia'.
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